Tribuna Israelita

La tolerancia y el pensamiento judío

La tolerancia no significa indiferencia hacia los demás, sino el reconocimiento de sus diferencias y su derecho a ser diferentes”. Iring Fetscher
    El fin del siglo XX puso al descubierto que las ideologías radicales, las posturas recalcitrantes y los fenómenos de exclusión nuevamente cobran vigencia. El racismo y la intolerancia son alimentados por prejuicios y estereotipos, odios ancestrales y rechazo a una vida colectiva basada en la pluralidad y la convivencia solidaria.

Con la creciente globalización, las migraciones y los avances tecnológicos, las tendencias cruzan fronteras y se expanden de forma tal que diversos sectores de la sociedad se vuelven vulnerables a su impacto.
La intolerancia no ha sido particularidad de una cultura o un período determinado. Es un fenómeno que ha estado presente en la historia humana ocasionando guerras, persecuciones religiosas y violentas confrontaciones ideológicas, ya que toda cultura tiende a defender los elementos que forjan su identidad, reaccionando ante el otro con suspicacia u hostilidad.
A pesar de lo anterior, resulta paradójico que en esta época en que la democracia se ha convertido en un paradigma a nivel mundial, estemos presenciando el resurgimiento de comportamientos discriminatorios y violentos que amenazan la coexistencia armónica.
Las naciones posmodernas no son homogéneas; más aún, se caracterizan por su diversidad de intereses, valores y conductas. Una sociedad plural no sólo debe tolerar modos de vida antagónicos sino que debe considerar que su misma existencia es un valor importante.
Si pretendemos construir sociedades multiculturales en las que se legitime la presencia de las diversas minorías, es menester promover una cultura de la tolerancia que legitime el derecho a las diferencias, que impulse el diálogo y fomente el conocimiento mutuo.

La tolerancia desde una perspectiva judía
Durante siglos el término tolerancia se asoció con los impedimentos civiles y religiosos que virtualmente todas las comunidades de la diáspora tuvieron que enfrentar. Esto es, recordaba el sufrimiento judío, no como una actitud de resignación o masoquismo, sino como un acto de injusticia.
Los orígenes de la tolerancia se remontan al año 313 e.c. en la Roma antigua, cuando el emperador Constantino, aceptó el cristianismo, adoptándolo como religión oficial del Imperio Bizantino y promulgó el primer “Edicto de Tolerancia” en Milán, protegiendo a las minorías religiosas, incluyendo a los judíos. No obstante este derecho fue derogado poco después, con la publicación de una serie de disposiciones represivas en contra de los judíos por considerarlos una “secta perversa”.
La Europa del siglo XIV adoptó el término tolerancia como un principio ético que representaba el indulto para los vencidos durante las guerras de religión. Era considerada “un `precepto moral´ que justificaba la existencia pacífica y condescendiente de distintas religiones.” (Cisneros, I. pp. 16)
Terminadas las guerras religiosas, se amplía su significado y se vincula estrechamente con las ideas del Estado laico y de la sociedad plural. Para convivir con quienes eran distintos se requería de un marco normativo que regulara el margen de la libertad en el que se expresarían las diferencias.
De acuerdo a su evolución histórica, el concepto pasó de ser una reclamación privada a los poderes públicos hasta convertirse en una exigencia pública a las conductas privadas. Filósofos de la época, solicitaban tolerancia a sus respectivos gobiernos, demandando que no proscribieran ni prescribieran ninguna religión concreta a sus súbditos. (Savater, F.)
En 1781, el emperador austríaco José II influido por el pensamiento de John Locke y su “Carta sobre la Tolerancia”, promulgó el “Edicto de Tolerancia” a través del cual permitía a sus súbditos no católicos el ejercicio privado de su religión, sin exigir demasiada tolerancia a la mayoría católica. (Fetscher, I. pp. 25) En este contexto, mientras se les concedía a los judíos una serie de privilegios, entre los que se incluía el permiso para viajar dentro del Imperio, se les prohibía construir o comprar una casa. Su leitmotif era convertir a los judíos en elementos útiles para la sociedad y el estado a través de la educación y la abolición de restricciones económicas.
El destino de las minorías judías -como recuerda Fetscher- quedó determinado en casi todos los países europeos por regulaciones especiales. De hecho, la actitud de rechazo y hostilidad de la sociedad europea hacia los judíos durante el período final de la Edad Media constituye un hecho aceptado y comprobado. Las constantes persecuciones y los edictos de expulsión, los obligaron a emigrar en busca de mejores condiciones.
La emancipación legal de los judíos comenzó a concretarse con la Revolución Francesa, cuando los pensadores ilustrados fundamentaron filosóficamente la libertad de pensamiento y acción, la igualdad y la propiedad, otorgándoles el carácter de derecho natural e inalienable. En 1791 la Asamblea decretó la total equiparación de los judíos como ciudadanos, agregando -posteriormente- que nadie podía ser perseguido ni postergado por sus creencias religiosas.
La Ilustración dio impulso a la tolerancia, a costa del sacrificio de las peculiaridades étnicoculturales. Para estar a tono con las filosofías de la época, los hombres debían definirse como “ciudadanos del mundo” y no como miembros de un pueblo determinado. El nacionalismo moderno exigió la incorporación de la minoría judía a las mayorías nacionales al postular su igualdad básica y la plena participación en la vida pública y cultural de dichas minorías.
Con el decurso del tiempo la tolerancia se transformó de un reconocimiento de la libertad religiosa a una norma jurídica. En diversos países se promulgaron legislaciones que garantizaban la igualdad de todos los individuos ante la ley, beneficiando la diversidad cultural, étnica y religiosa que caracteriza a las sociedades de nuestros tiempos.

La tolerancia y el pensamiento judío
Cuenta una leyenda rabínica que al crear a Adán, Dios tomó polvo de los cuatro rincones de la tierra. Este polvo era de varios colores -rojo, negro y blanco- para enfatizar la unidad esencial de toda la humanidad. Desde los tiempos más antiguos la igualdad y las justicia han sido conceptos centrales de la filosofía judía. El mandato bíblico de marchar por los senderos de Dios ha sido considerado como un llamado al hombre para que imite las cualidades divinas de compasión y benevolencia.
Los profetas de Israel se interesaban principalmente en el comportamiento moral de su nación y de la sociedad en general, en la justicia social, en la hermandad y la paz. “Observa lo que es correcto y haz lo que es justo” (Isaías 56:1) Condenaban la indiferencia ante el sufrimiento y exhortaban a su pueblo a cumplir los principios de rectitud, respeto y justicia. Isaías, Jeremías y Miqueas, por ejemplo, no censuraban el sistema de sacrificios que se practicaba en el gran templo de Jerusalem. Lo que condenaban era una religión que se reducía a una especie de rito y que carecía de los principios esenciales de equidad y misericordia, de benevolencia y rectitud.
Posteriormente, los sabios rabínicos celebraron las diferencias entre los seres humanos como uno de los milagros de la creación, afirmando que al respetar y amar a los otros aprendemos a reconocer y aceptar la singularidad de cada individuo. En el Talmud de Babilonia (compendio de leyes orales), tratado Berajot, está escrito: “Soy criatura de Dios y mi vecino también es criatura de Dios. Trabajo en una ciudad y el también trabaja en una ciudad; me levanto temprano para ir a trabajar y él también se levanta temprano para trabajar. El no puede superarme en mi trabajo y yo no puedo superarlo en el suyo. ¿Podrías decir que yo tengo grandes logros y el pequeños?”
El judaísmo reconoce las diferencias entre los individuos y las naciones. Los hombres -se afirma- difieren en sus características físicas y mentales, pero no en su humanidad esencial. Es un hecho que las personas se distinguen por sus antecedentes, sus aptitudes y sus oportunidades, pero esta distinción no implica la jerarquización de las sociedades.
La tradición judía no visualiza una amalgama amorfa entre los pueblos. A pesar de que acepta las diferencias entre las naciones, enfatiza su origen común, su mutua dependencia y la esperanza de alcanzar la reconciliación en paz y hermandad. Concede, a la vez, una gran importancia a las relaciones humanas como elemento esencial para lograr una mejor sociedad. Es así que de acuerdo a la Torá (Pentateuco), todo individuo tiene la gran responsabilidad de amar, proteger y ayudar al “otro” (Levítico 19:34, Deuteronomio 10:19).
Por su parte la filosofía judía considera a la tolerancia como una virtud, un valor. Se le describe como la experiencia a través de la cual el “otro” era recibido, destacando la necesidad de escuchar la voz de la diversidad como un imperativo de la prudencia y una declaración de sabiduría. Las distintas corrientes subrayan la necesidad de mantener relaciones de amistad y de cordialidad con aquellos que son fundamentalmente diferentes. La amabilidad y la buena voluntad no significa anular las diferencias sino comprenderlas.
Avishai Margalit, filósofo judío contemporáneo, afirma que el respetar a todos los seres humanos, sea cual fuere el grupo al que pertenecen, es la actitud que mejor se ajusta a una ética moral. Una actitud racista, que limita la dignidad humana a un subgrupo de seres humanos, no es coherente con el resto de los juicios morales.

Conclusiones
La tolerancia -afirma Fetscher- es una virtud democrática indispensable en las sociedades modernas, con su pluralidad de minorías nacionales y agrupaciones religiosas. Elevada a la categoría de reconocimiento de la legitimidad de lo diferente, surgirá de ella no sólo la igualdad de los derechos sino también la equiparación en cuanto a respeto y consideración.      La tolerancia implica respetar, apreciar y aceptar a los demás. Quien tiene conciencia de su propia identidad puede aceptar como legítimo lo extraño y diferente, más aún, tendrá la posibilidad de enriquecerse al conocer y entender la diversidad de culturas.
Sin embargo, la libertad de pensamiento y de creencias es insuficiente si al ciudadano no le está permitido expresar sus ideas y discutirlas. Para ello se requiere de un Estado de derecho, de un marco legal y normativo que prohiba y castigue los crímenes motivados por el odio y la discriminación; de legislaciones que impidan que en sociedades democráticas se despoje a las minorías de sus derechos a través de las decisiones adoptadas por las mayorías.
La aplicación de los instrumentos legales debe ir acompañada de métodos educativos que en forma sistemática aborden motivos culturales, sociales, económico, políticos y religiosos de la intolerancia, que desmantelen prejuicios, mitos y estereotipos, es decir, las principales raíces de la violencia y la exclusión. Sólo así se contribuirá al desarrollo del entendimiento, la solidaridad y la tolerancia entre los individuos, y entre los grupos étnicos, sociales, culturales, religiosos y lingüísticos, así como entre las naciones.

Bibliografía

Cisneros, H. Isidro Tolerancia y Democracia Cuadernos de Divulgación de la Cultura Democrática, número 10, IFE, México 1996
Fetscher, Iring La Tolerancia. Una Pequeña Virtud Imprescindible para la Democracia Editorial Gedisa, España, 1995
Margalit, Avishai La Sociedad Decente Paidós, España, 1997
Savater, Felipe Los Requisitos de la Tolerancia El País, España, 1995

Tags Relacionados: