Tribuna Israelita

Juan Pablo II y el Judaísmo

Las relaciones entre la Iglesia católica y el judaísmo han tenido ciertas dificultades a través de la historia. Sin embargo, superando las barreras del prejuicio y sin negar los dolorosos desencuentros, la reconciliación a través del diálogo entre las dos religiones ha sido posible en los últimos años. Partiendo del vínculo espiritual que los une y sin negar sus diferencias, las relaciones entre judíos y cristianos han sido puestas en una nueva base sólida desde donde se podrá construir un futuro prometedor.
Sin lugar a dudas, la figura del Papa Juan Pablo II tiene un carácter muy especial para el pueblo judío y será recordado como un hombre de paz que consideró el diálogo judeo-cristiano como una prioridad en su Pontificado. Desde que entró en escena el 16 de octubre de 1978, demostró su profunda convicción de establecer vínculos con el judaísmo mundial.

Quien sentó las bases de un mayor acercamiento entre religiones fue el Papa Juan XXIII. Gracias a su iniciativa, el 28 de octubre de 1965 con el Segundo Concilio Vaticano se promulgó la Declaración sobre las Relaciones de la Iglesia con las Religiones no Cristianas, conocida como Nostra Aetate. Misma que subraya el lazo espiritual entre la Iglesia y el pueblo judío, declara falsa la aseveración de que el pueblo judío hubiese sido rechazado por Dios y exonera colectivamente a los judíos de la responsabilidad por la muerte de Jesús.
Siguiendo con fidelidad lo ya iniciado por Juan XXIII y con el ánimo de reconciliarse con el judaísmo para establecer un diálogo efectivo, el Papa polaco no perdió oportunidad para llevar a cabo su cometido. Ciertamente, con profunda determinación logró superar siglos de desconfianza y de este modo contribuyó de manera extraordinaria al histórico acercamiento entre judíos y católicos.
Probablemente la sensibilidad papal hacia el pueblo judío tuvo que ver con su experiencia personal. Karol Wojtyla creció en el pueblo polaco de Wadowice, donde convivió diariamente con miembros de la comunidad judía y presenció los horrores de la Segunda Guerra Mundial.
Juan Pablo II consideró importante evaluar los actos de la Iglesia a través de la historia y se atrevió a pedir perdón por sus capítulos oscuros del pasado. Incluso, exhortó en sus repetidos llamamientos a los católicos a examinar su actitud en lo que respecta a las relaciones con el pueblo judío.
Durante su Pontificado recorrió varias estaciones – teológica y humanamente significativas – en el camino hacia el reencuentro con el judaísmo. El inicio de esta nueva relación se vio signada por al menos cuatro situaciones fundamentales: la visita a Auschwitz 1979, la visita a la Gran Sinagoga de Roma en 1986, el establecimiento de relaciones diplomáticas con Israel en 1994 y su peregrinación a Tierra Santa, donde visitó el Museo del Holocausto y el Muro de los Lamentos.
Los pronunciamientos del Papa Juan Pablo II proporcionan asimismo un marco de referencia indispensable para entender la dinámica y profundidad del dialogo de reconciliación por las comunidades judía y católica a partir del Concilio Vaticano II.

La visita a Auschwitz y sus mensajes sobre la Shoá
Al ser nombrado Pontífice, uno de los primeros actos de Juan Pablo II fue su visita al campo de exterminio de Auschwitz en Polonia, el 7 de junio de 1979. Allí, tras arrodillarse y rezar frente al monumento de las víctimas que fueron asesinadas durante el Holocausto, declaró: “En particular, me detengo junto a ustedes, queridos participantes en este encuentro, ante la lápida con inscripción en lengua hebrea, esta inscripción suscita el recuerdo del pueblo cuyos hijos e hijas estaban destinados al exterminio total. Este pueblo tiene su origen en Abraham, que es padre de nuestra fe como dijo Pablo de Tarso. Precisamente este pueblo, que ha recibido de Dios el mandamiento de no matar, ha probado en sí mismo, en medida particular, lo que significa matar. A nadie le es lícito pasar delante de esta lápida con indiferencia”.
En cada oportunidad, el Papa Juan Pablo II afirmó el repudio de la Iglesia católica hacia todo tipo de persecución en cualquier lugar y tiempo, perpetrada contra un pueblo o un grupo humano. Constantemente condenó con firmeza todas las formas de genocidio, así como las ideologías racistas que las han hecho posibles.
El 27 de agosto de 1989, con motivo del cincuenta aniversario del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, Juan Pablo II sostuvo: “Cincuenta años después, tenemos el deber de acordarnos frente a Dios de aquellos hechos dramáticos, para honrar a los muertos y compadecer a todos los que este despliegue de crueldad hirió en el corazón y en el cuerpo… En efecto, tenemos el deber de sacar una lección de ese pasado, para que jamás pueda repetirse el conjunto de causas capaz de desencadenar un conflicto semejante”.
En marzo de 1998, en un hecho sin precedentes, el Vaticano presentó el documento Recordamos: Una reflexión sobre la Shoá, en el que admite y deplora la indiferencia de algunos cristianos frente al Holocausto. En el texto se establece: “Este siglo ha sido testigo de una tragedia inefable, que nunca se podrá olvidar: el intento del régimen nazi de exterminar al pueblo judío, con el consiguiente asesinato de millones de judíos. Hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, niños e infantes, sólo por su origen judío, fueron perseguidos y deportados. Algunos fueron asesinados inmediatamente; otros fueron humillados, maltratados, torturados y privados completamente de su dignidad humana y, finalmente asesinados… Frente a ese terrible genocidio, que los responsables de las naciones y las mismas comunidades judías encontraron difícil de creer cuando era cruelmente perpetrado, nadie puede quedar indiferente, y mucho menos la Iglesia, por sus vínculos tan estrechos de parentesco espiritual con el pueblo judío y por su recuerdo de las injusticias del pasado”.
En marzo del 2000, en su visita al museo judío del Holocausto en Jerusalem, Yad Vashem, el Pontífice destacó: “En este lugar de recuerdos, la mente, el corazón y el alma sienten una gran necesidad de silencio. Silencio para recordar. Silencio para tratar de dar sentido a los recuerdos que vuelven a la memoria como un torrente. Silencio porque no hay palabras suficientemente fuertes para deplorar la terrible tragedia de la Shoá. Yo mismo tengo muchos recuerdos personales de todo lo que sucedió cuando los nazis ocuparon Polonia durante la guerra. Recuerdo a mis amigos y vecinos judíos, algunos de los cuales murieron, mientras que otros sobrevivieron”.

La invitación a la Gran Sinagoga de Roma
En abril de 1986 realizó un acto que marcó la historia interreligiosa al visitar la Gran Sinagoga de Roma para convertirse en el primer Papa en visitar un templo judío. El Pontífice fue recibido como lo merece su alta investidura por el Rabino Elijahu Toaff. En aquella ocasión, el Papa se dirigió a los judíos de Roma y, a través de ellos, a los judíos del mundo, deplorando el odio, las persecuciones y las muestras de antisemitismo en cualquier época y por cualquier persona.
El líder de la Iglesia católica señaló que representantes del judaísmo italiano y mundial habían estado en numerosas audiencias en el Vaticano. También destacó que en la noche que precedió a la muerte del Papa Juan XXIII, el Rabino de Roma, junto con un número importante de fieles judíos fueron a la plaza de San Pedro con el fin de rezar y velar al Pontífice.“La visita de hoy quiere aportar una decidida contribución a la consolidación de las buenas relaciones entre nuestras comunidades, siguiendo las huellas de los ejemplos ofrecidos por tantos hombres y mujeres de una y otra parte que se han comprometido y se comprometen todavía para que se superen los viejos prejuicios y se dé espacio al reconocimiento cada vez más pleno de ese vínculo y de ese común patrimonio espiritual que existe entre judíos y cristianos”, dijo Juan Pablo II.
En su discurso subrayó: “Judíos y cristianos son los depositarios y testigos de una ética marcada por los Diez Mandamientos en cuya observancia el hombre encuentra su verdad y su libertad… Por eso, con el judaísmo tenemos una relación distinta que con las otras religiones”. Concluyó con su conocida frase: “Sois nuestros hermanos y, en cierto modo, podría decir que sois nuestros hermanos mayores”.

El inicio de relaciones diplomáticas con Israel
Juan Pablo II valoró la importancia del Estado de Israel para los judíos del mundo. Comprendió que Israel lleva consigo un elemento nacional y otro religioso que se encuentran íntimamente ligados con el judaísmo. En 1984 en su Carta Apostólica, Redemptionis Anio, destacó: “Para los judíos que viven en el Estado de Israel y que conservan en esa tierra aquellos preciados testimonios de sus historia y de su fe, debemos pedir por la tan deseada seguridad y tranquilidad, las cuales son una prerrogativa de toda nación para el progreso de cualquier sociedad”.
El 30 de diciembre de 1993 se firmó el Acuerdo Fundamental entre el Vaticano y el Estado de Israel, el cual sienta las bases para el establecimiento de sólidas relaciones diplomáticas. En éste, ambas partes reiteran su compromiso de respetar el derecho de religión y conciencia, así como de rechazar cualquier manifestación de racismo e intolerancia religiosa.
El inicio de relaciones diplomáticas entre Israel y la Santa Sede fue un hecho de relevancia tanto política como teológica. Tal como lo comentó el subsecretario de Relaciones Exteriores israelí, Yosi Beilin, “Desde un punto de vista formal, nos encontramos frente aun acuerdo entre un pequeño Estado y otro aún más pequeño. Pero su impacto traspasa los límites geográficos y toca los corazones de millones de judíos y más de un billón de cristianos a través de todo el mundo. Detrás de este Acuerdo hay miles de años de historia, llena de odio, de miedo y de ignorancia, con pequeñas islas de entendimiento, cooperación y diálogo”.

La peregrinación a Tierra Santa
En el año 2000 la reconciliación que durante décadas el Papa Juan Pablo II sostuvo con el judaísmo llegó a su punto más alto con la peregrinación a Tierra Santa. En un viaje de cinco días por Israel, además de visitar los Lugares Santos del cristianismo, acudió al Muro de los Lamentos, donde rezó y se entrevistó con el presidente y autoridades rabínicas de Israel.
En el museo Yad Vashem, el Papa fue recibido por altos dignatarios, grandes políticos, rabinos, sacerdotes católicos y ortodoxos. La llama eterna que se encuentra en el “Salón del Recuerdo” fue re-encendida por él. Posteriormente depositó una corona de flores en la loza donde reposan las cenizas traídas de los campos de muerte.
En su plegaria el Pontífice dijo: “He venido a Yad Vashem a rendir homenaje a los millones de judíos que, despojados de todo, especialmente de su dignidad humana, fueron asesinados en el Holocausto”. Agregó que la Iglesia católica se encuentra profundamente entristecida por el odio, los actos de persecución y despliegues de antisemitismo encabezados por cristianos en todos los tiempos y lugares. Finalizó afirmando que la Iglesia rechaza cualquier forma como denegación de la imagen del Creador.
Asimismo, el Papa tuvo la emoción de encontrarse con sobrevivientes del Holocausto provenientes de su pueblo natal, algunos de ellos, compañeros del colegio. Incluso tuvo la oportunidad de escuchar el testimonio de Idit Tzirer, la superviviente de un campo de trabajo quien, desfalleciente, fue asistida por el entonces joven Wojtyla.
El último día de su peregrinación, el Papa visitó los lugares santos de las tres grandes religiones monoteístas: El Muro de los Lamentos, la Iglesia del Santo Sepulcro y la Mezquita Al-Aksa.
Ante el Muro de los Lamentos el Papa oró con solemnidad mientras dignatarios, políticos, judíos y cristianos observaban el acto con reverencia y respeto. Al terminar su oración, extrajo de su bolsillo un papel, y tal cual como acostumbran los judíos, lo depositó dentro de las piedras que conforman el Muro. En la plegaria pedía perdón y manifestaba su profundo pesar por el comportamiento de aquellos que han hecho sufrir a los judíos en la historia. Y expresaba su compromiso de genuina hermandad con el pueblo judío. “Dios de nuestros padres, tú haz elegido a Abraham y sus descendientes para traer Tu Nombre a las naciones. Estamos profundamente afligidos por el comportamiento de aquellos que en el transcurso de la historia, han causado a estos hijos tuyo sufrimiento, y pedimos tu perdón. Deseamos comprometernos a una hermandad genuina con el pueblo del Pacto”, escribió el Obispo de Roma en el papel.
El Papa fue despedido en el Aeropuerto David Ben Gurión recibiendo los honores y el reconocimiento de las más altas figuras del gobierno de Israel y llevando consigo el afecto del pueblo judío.

Conclusiones
Los judíos del mundo se unieron a la pena que embarga la Iglesia católica por el fallecimiento del Sumo Pontífice Juan Pablo II. El legado que dejó fue una base sólida de herramientas necesarias para continuar avanzando en el camino de paz y armonía entre las distintas creencias religiosas, el imperativo de continuar con el diálogo y el conocimiento mutuo para vencer así las barreras construidas a través de siglos de intolerancias, recelos e incomprensiones y abrir camino a la construcción de una sociedad plural basada en la convivencia armónica, la tolerancia y el respeto.

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