Tribuna Israelita

El judaísmo tras el año 70: ¿Continuidad o ruptura?, Leonardo Cohen Shabot*

El origen del judaísmo se encuentra en las Sagradas Escrituras Hebreas, aquello que el cristianismo denomina Antiguo Testamento. Sin embargo, el judaísmo no es la religión del Antiguo Testamento más de lo que el cristianismo lo es. El judaísmo se nutre no solamente de las fuentes bíblicas, sino también de aquello que se denomina fuentes rabínicas que la interpretan. En otras palabras, el judaísmo no es la religión del Antiguo Testamento sino la evolución de las Escrituras Hebreas a través de las escrituras y el pensamiento rabínico que las interpreta y desarrolla.

En la historia del judaísmo el año 70 d.c. significó un parteaguas, un punto de no retorno. Hay un cambio en la dirección que tomaría el judaísmo a lo largo de casi dos mil años de exilio. Es bien sabido que los primeros siglos de la era cristiana constituyen el período de formación de una nueva religión denominada cristianismo, pero igualmente se puede sugerir que éste es el período de formación de otra nueva religión, el judaísmo rabínico que, en muchos sentidos implica una importante innovación con respecto al judaísmo previo a la destrucción del Templo. ¿En qué sentido resulta clave esta fecha?
En el año 70 d.c. estalla la denominada “primera guerra judía” en contra del dominio romano sobre la tierra de Palestina. Tito, hijo de Vespaciano, se encarga de dirigir el sitio a Jerusalem. La ciudad es devastada, los sacrificios se suspenden y en ese mismo año el Templo es consumido por las llamas. Se trata de un evento evidentemente traumático para la historia y la memoria del pueblo judío. La destrucción del Templo viene a significar, no sólo una alteración en la vida religiosa judía sino también la caída del símbolo principal de la vida nacional. En consecuencia, los judíos tendrán frente a sí, el exilio.
El exilio propone nuevas circunstancias y obliga al pueblo judío a adaptarse a una nueva forma de vida religiosa para poder sobrevivir. La reestructuración de la vida judía en el periodo romano implica varios niveles. En la presente ponencia pretendemos abocarnos a tres de ellos. 1) La ausencia del Templo y la consolidación de una religión de plegaria y ley (halajá) en vez de templo y sacrificio. 2) La simplificación del panorama interno judío en oposición a la gran variedad de corrientes existentes antes de la destrucción del templo. 3) El ascenso de la jerarquía rabínica al liderazgo religioso del pueblo, en oposición a la clase sacerdotal. Cabe señalar que la transición hacia estas nuevas formas de vida religiosa había comenzado ya, en ciertos casos, aún antes de la destrucción del Templo. Este evento traumático vino sólo a acelerar procesos, catalizar o, en otros casos, impulsar nuevas tendencias.

La Desaparición del Santuario
Esdras IV resume de la siguiente forma las calamidades resultantes de la destrucción del Templo: “Entonces procedí a hablarle a ella y dije: No mujer, no lo hagas así, sino déjate de buen grado convencer por la desventura de Sión, déjate consolar por el dolor de Jerusalem. Pues ves cómo ha sido asolado nuestro santuario derribado nuestro altar, destruido nuestro Templo, suprimido nuestro culto divino, arrojada al polvo nuestra arpa, silenciado nuestro canto, doblegado nuestro orgullo, apagada la luz de nuestra lámpara, robada el Arca de nuestra Alianza; impurificado nuestro santuario, profanado el nombre por el que nos llamamos; cubiertos de deshonra nuestros nobles, quemados nuestros sacerdotes, apresados nuestros levitas; mancilladas nuestras vírgenes, forzadas nuestras mujeres, deshonrados nuestros ancianos, arrebatados nuestros justos; robados nuestros hijos; reducidos a la esclavitud nuestros jóvenes y a la impotencia nuestros héroes. Y lo que es peor que todo eso: el Sello de Sión… ha caído en manos de quienes nos odian”.
¿Cómo pues reconstruir la vida religiosa en ausencia del Templo y después de acontecimientos tan traumáticos? Es necesario un cambio de rumbo. Eso es algo que podemos apreciar con la perspectiva de los años, a pesar de que las soluciones se deben haber planteado en un ambiente de incertidumbre, provisionalidad y tanteos.
Aún antes del año 70 existía una institución paralela al Templo, la sinagoga, y más que eso, una tradición de piedad alejada del centro cultural de Jerusalem y de su jerarquía. La sinagoga se mantuvo presente en la vida judía, aún antes de la destrucción del Templo, en las ciudades y comunidades más o menos periféricas y fomentando un nuevo tipo de piedad y usos espirituales. En este sentido resulta interesante apreciar el triunfo de lo periférico sobre el centro, después de la destrucción del Templo, cuando la institución de la sinagoga aparece como núcleo aglutinador del judaísmo. Pero aún más que la sinagoga, es la ley, la Torá, la que va a articular la vida del judío a partir del exilio. Es necesario, llegado este punto, esclarecer el significado del término Torá.
Durante el período anterior a la destrucción del santuario, el término Torá denotaba a una colección de rollos o libros específica, que la traducción ha dado en llamar Pentateuco. En la época que estamos tratando dicho término se transforma en un símbolo de un sistema completo. Ya no se refiere a un texto particular sino que abarca una específica y bien definida concepción de mundo y modo de vida. El conocimiento y estudio de la Torá ofrece no sólo ]a información de qué hacer y cómo vivir, sino que es también un camino hacia la redención y la salvación. Las sinagogas y las academias serán el soporte físico de este imperio de la Torá.
Lo más importante dentro de la escala que va a establecerse será el estudio de la Ley (Halajá), actividad que la nueva jerarquía toma como razón de ser y que, a su vez, legitima su carácter de grupo dirigente. Rabán Yohanan Ben Zakai (pupilo de Hilel, uno de los principales sabios del período del segundo Templo), se asentó en la ciudad de Yavneh, después de la destrucción y fundó la academia de Yavneh, agrupando a su alrededor a un grupo de sabios, conocidos como los Tanaim. Fueron ellos quienes se ocuparon principalmente de desarrollar la tradición legalista del judaísmo.
Ellos, los rabinos, se presentaran como los depositarios de la Torá en su doble vertiente: ley escrita (Torá shebejtav) y ley oral (Torá shevealpé) ¿Qué significa esto? La Torá escrita es el corpus mosaico, el Pentateuco o, más extensamente lo que conocemos como la Biblia. La Torá oral es redactada en el período exílico e implica el desarrollo práctico y oral del corpus mosaico. La Mishná, el Talmud y los Midrashim, son algunas de las fuentes principales que interpretan la ley escrita y que a su vez regirán la vida del judío durante largos siglos de exilio. El tratado Abot dice: “Moisés recibió la Torá en el Sinaí y la transmitió a Josué, Josué a los ancianos, los ancianos a los profetas, los profetas la transmitieron a los hombres de la Gran Asamblea”.
La antigüedad, autoridad y, por decirlo de alguna forma, la santidad de las escrituras, son reconocidas también con respecto a la Torá oral. Habiendo sido transmitida de voz en voz, se pone por escrito en la época que estamos tratando y se asume que fue también revelada por Dios en el Sinaí. Su función es armonizar las Escrituras, solventar los problemas, contradicciones o lagunas que puedan surgir en las reglamentaciones del texto escrito. Toda esta literatura pasará por un proceso de compilación y “canonización” hasta quedar ubicada como parte inseparable e indispensable del pensamiento judío.

La Simplificación del Panorama Interno Judío
Con respecto a la historia del judaísmo, Jacob Neusner define nuestra época -desde el siglo XIX hasta nuestros días- como el segundo período de diversidad. En dicha periodización la primer época de diversidad la constituye la época del Segundo Templo, es decir, hasta el año 70 d.c. A partir de entonces habla de un período de definición. De acuerdo a esta postura, la actualidad del judaísmo se asemeja a la época previa a la destrucción del Templo en cuanto a que ofrece una variedad de corrientes interpretativas a partir de las cuales resulta imposible definir qué es el verdadero judaísmo. Del 500 a.c. hasta el 70 d.c. diversos grupos de judíos en la tierra de Israel -saduceos, fariseos, esenios- así como judíos radicados en Babilonia y el Oriente, en Alejandría y el Occidente, interpretaron los libros sagrados de maneras distintas. Desde la formación del canon bíblico hasta la destrucción del Templo, hubo pues varios “judaísmos”.
Había diferencias de carácter organizacional así como en cuanto a la exégesis bíblica, entre los diversos grupos que componían el mosaico judío en el periodo del segundo Templo. Los fariseos, por ejemplo, guardaban una absoluta fidelidad a la Torá, creían en la inmortalidad del alma y en los premios y castigos a cada persona tras la muerte. Cumplían con los preceptos de pureza ritual y los diezmos. Sus adversarios principales eran, como es sabido, los saduceos, defensores de la idea que el hombre goza de libre albedrío. No creían en la resurrección de los muertos ni en los cometidos ni funciones de los ángeles. En lo que respecta a su status social, representaban los estratos más elevados de la sociedad judía, pertenecientes, generalmente, al honorable linaje sacerdotal. Una de las disputas principales entre los fariseos y los saduceos concernía a la exégesis de la Torá, así como a la correcta interpretación y ulterior desarrollo de la halajá. Los fariseos definían su interpretación de la halajá como ley oral. Pero incluso, más allá de los fariseos y los saduceos, existieron otros grupos con posturas incluso más radicales desde el punto de vista ritualista como la secta de Qumrán, mejor conocida como los esenios. Los esenios se habían retirado a vivir una vida de ascetismo en el desierto de Judea y desconocían el valor del Templo como centro ritual del judaísmo.
En oposición a este panorama, el período de “definición” que comenzará a partir del año 70, se caracteriza por un alto grado de homogeneidad. La doctrina de la Torá dual a la cual nos referimos en el apartado anterior, definió a lo que podríamos denominar como “judaísmo normativo”, término difícil de utilizar cuando nos referimos al judaísmo previo al año 70, caracterizado precisamente por su diversidad organizativa e ideológica. Podríamos decir que hay dos tipos de causas que propician esta simplificación del panorama interno judío. 1) Las considerables pérdidas demográficas así como un éxodo importante de gente que se produjo como consecuencia de la destrucción del Templo. 2) Lo que podríamos denominar como “desaparición de la razón estructural del poder de ciertos grupos o colectivos”. Antes del “Gran Desastre” del año 70, era sobre todo el grupo de los saduceos el que estaba más firmemente asentado en las estructuras de poder de Jerusalem. El Templo, con su jerarquía y oficio diario, constituía una parcela de poder casi exclusiva de ellos. El grupo de los saduceos se caracterizaba también por su rechazo respecto a la Torá oral y también con respecto a la idea de un mundo venidero. La corriente rabínica que viene a heredar el liderazgo religioso del pueblo en el exilio, abraza ideas más cercanas a las que sostenía la secta de los fariseos en la época del Templo.

Ascenso de la Jerarquía Rabínica
Los acontecimientos del año 70, forzaron al judaísmo a pasar por un proceso de renovación y reestructuración. Y lo hizo bajo la conducción de un nuevo liderazgo conformado por los sabios, los rabinos. La situación de vacío que se creo como producto de la desaparición del Templo y de la vida nacional, fue aprovechada por los que tomaron la dirección del pueblo, para poner en práctica su ideal de vida. No podemos hablar exactamente de una ruptura, no se trata de un cisma. Más bien podemos decir que hubo un cambio de rumbo, una reforma con respecto a lo que había sido el judaísmo en épocas anteriores.
El título “rabino” (rabí = mi maestro, maestro) sólo está atestiguado a partir del año 70. Se comenzó a utilizar para denominar al estudioso de la Torá, al sabio. La condición de rabino se alcanzaba estudiando en una academia y con un maestro de reconocido prestigio. Es a partir de esta época que el estudio de la ley se convierte en la vía de acceso a la autoridad y el liderazgo religioso. Ya no es relevante la pertenencia al linaje sacerdotal. Es el estudioso de la Torá quien se encamina ahora como nuevo modelador de la vida y la tradición judía. El judaísmo rabínico consiste, entonces, en el estudio de la Torá tal y como los rabinos la enseñan. El aprendizaje de la Torá abre el camino hacia la trascendencia espiritual y acerca al hombre a Dios. Y para ello no es posible prescindir de la autoridad rabínica.      Parte de este proceso de renovación del judaísmo lo constituye, así mismo, la potenciación del exclusivismo. Esto es, el exclusivismo entendido como la voluntad de cerrarse ante el mundo y evitar el proselitismo. Quizá hubo un momento en el cual el judaísmo pudo haberse convertido en religión universal. En los dos siglos anteriores a la destrucción del Templo el judaísmo llegó incluso a convertir a pueblos enteros por la espada, como en el caso de los Idumeos y los Itureos (atestiguado en el libro de los Macabeos). Pero las posteriores situaciones de crisis y enfrentamientos, así como el peligro de asimilación condujeron a la religión judía a tomar una postura contraria.
El liderazgo rabínico confiere un carácter eminentemente legislativo al renovado y emergente judaísmo. Encomienda su labor a superar y cubrir el vacío de poder tras las dos guerras y evitar que en el lapso se perdiera parte de la herencia de la tradición. Se dedicaron, así a hacer acopio de todos los aspectos legales de la tradición de la que eran depositarios. Su trabajo en este campo se constituyó en modelo normativo y punto de arranque para el trabajo de generaciones posteriores.
Bajo la conducción rabínica el centro de autoridad del judaísmo se fue alejando cada vez más de Jerusalem y de Judea. Primero a Yavneh, después a la Galilea y finalmente a Babilonia donde fue redactado el Talmud babilónico. La Mishná, redactada en los siglos I y II, constituía el primer corpus de la tradición rabínica, dedicado a interpretar las escrituras. Posteriormente se redactó el Talmud, que constituía a su vez, la interpretación y los comentarios a la Mishná. Todo ello, como ya hemos dicho, estaba contenido en el término Torá.
Para finalizar, me permitiré hacer alusión a un Midrash que aparece en el Talmud y que ilustra de manera brillante la centralidad de la Torá (ley judía) para el judaísmo y, más que eso, de la autoridad rabínica como máximo interprete de la misma.
En el curso de cierto debate entre sabios, concerniente a una cuestión legal, rabí Eliezer contradecía a todos los demás: “En ese día, dice el Talmud, rabí Eliezer presentó todo argumento concebible para probar su posición, pero aún así no fue aceptada por los demás. Entonces les dijo ‘Si la ley es como yo digo, que este árbol lo pruebe’. Y el árbol levantó sus raíces y se desplazó 100 metros de donde estaba; algunos dicen que fueron 400 metros. Los demás sabios dijeron ‘Pruebas, en asuntos legales, no se obtienen de los árboles’. El volvió hacia ellos y les dijo: ‘ Si la ley es como yo digo, que el acueducto lo pruebe’, y las aguas del acueducto cambiaron de dirección y comenzaron a fluir hacia el lado opuesto. Pero los demás le dijeron ‘Pruebas en cuestiones de Halajá (legales) no se obtienen de los acueductos’. Y él de nuevo les dijo: ‘Si la ley es como yo digo, que los muros de esta academia lo prueben’ y los muros empezaron a temblar y colapsarse, entonces rabí Joshúa les advirtió con enojo ‘Los sabios están discutiendo una cuestión legal que no es de su incumbencia’. Y los muros cesaron de temblar. No volvieron a permanecer derechos por respeto a rabí Eliezer ni se colapsaron por respeto a rabí Joshua. Quedaron sólo doblados.
Entonces rabí Eliezer volvió a decir a los sabios: ‘Si la ley es como yo digo, que el cielo lo pruebe’; y una voz divina vino del cielo y dijo: ‘¿Por qué contradicen a rabí Eliezer? Deberían saber que la ley es como el dice en todos los casos’. Llegado este punto, rabí Joshúa se levantó y dijo mirando al cielo: ‘No es en el cielo’ (Deuteronomio 30:12). ¿Qué significa ‘no es en el cielo’? R. Jeremiah dice: ‘Una vez que la Torá fue revelada en el Sinaí, o tenemos por qué escuchar ninguna voz divina’. Un día, continúa el Talmud, rabí Nathan encontróse con el profeta Elisha quien, de vez en vez baja a la tierra y le preguntó: ‘¿Que hizo la divinidad en el momento en el que rabí Joshúa desafió su autoridad?’ Y el profeta dijo: Dios se sonrió y dijo, me vencieron mis hijos, me vencieron mis hijos.” (Talmud Bab. Bab. Metzía 59b).

*Ponencia presentada por Leonardo Cohen Shabot, Maestro en Religiones Comparadas por la Unversidad Hebrea de Jerusalem, en el contexto de la muestra “De la Tierra a las Gentes” organizada por el Instituto Tecnológico Autónomo de México y el Centro Cultural “La Aventura Humana”.

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