Tribuna Israelita

Freiderich Nietzche y su actitud hacia el pueblo judío, Jacob Golomb*

En años recientes, varios autores han examinado el controvertido tema de la actitud de Friedrich Nietzsche hacia el pueblo judío, pero la mayoría de los estudios resultantes han abordado el tema aislado del resto de su filosofía.

Un entendimiento equilibrado de sus opiniones sobre cuestiones judías o sionistas (o de cualquier otro tópico de su pensamiento) sólo puede lograrse dentro del marco filosófico general de Nietzsche. Esto se aplica no sólo a quienes de manera maligna (y equivocada) consideran a Nietzsche como un proto-nazi sino también a algunos de sus apologistas que, en su lucha contra la “nazificación” de Nietzsche, tratan este tema desde la estrecha perspectiva de su teoría de las razas y de sus actitudes sociales. Esos comentaristas, a pesar de sus buenas intenciones, dejan de lado el punto esencial: la actitudes sociales y culturales de Nietzsche derivan de las intuiciones básicas de su filosofía general.
Cualquier intento de esclarecer la actitud de Nietzsche hacia el pueblo judío debe comenzar con la proposición de que esa actitud no es arbitraria, sino que deriva del resto de su doctrina filosófico-psicológica. Sus comentarios sobre los judíos y el judaísmo son aplicaciones de esa doctrina al pueblo judío considerado como un caso de estudio.. Desde esa perspectiva, la actitud de Nietzsche hacia los judíos se convierte en importante vara de medición para determinar el significado e integridad de su pensamiento.
El pivote que une la totalidad del pensamiento de Nietzsche es el concepto de poder (Macht). Es la única “raíz común” de la cual ha surgido su “árbol filosófico”, en torno al cual se “entretejen y entrelazan” sus primeras y últimas opiniones. El poder, en la psicología de Nietzsche, es el instinto básico del alma humana, demasiado humana. Pero ese poder no es idéntico con la pulsión bruta, el efecto animal, violento e incontrolable al que Nietzsche llama Kraft (fuerza).
Dado que el hombre es una criatura tanto creativa como instintiva (una suerte de homo faber), también encarna una voluntad de poder, es decir, una voluntad dirigida hacia una moralidad y una cultura auténticas y creativas. El componente esencial de ese concepto clave de la psicología filosófica nitzscheana es la idea de “superar el propio yo”, que incorpora las nociones de maduración y desarrollo, de un proceso de crecimiento sin trabas, que supera a cualquier elemento extraño que no pertenezca al todo orgánico y que pueda impedir que la persona alcance su propia libertad y su propia autenticidad creativa. En ese sentido, la voluntad del poder es idéntica con la voluntad de ser uno mismo, con la voluntad de crear una personalidad creativa y espontánea, que encuentra sus propios valores y que esta motivada desde dentro para materializarlos. Cuanta más calidad haya en la voluntad de poder, más libertad autenticidad y creatividad manifiesta la persona poderosa.
La voluntad de poder óptima se encuentra en el Ubermensch y en la nación de poder. Según Nietzsche, el pueblo judío es justamente esa nación. Nunca se cansa de enfatizar la cualidad más importante del pueblo judío: su poder; su creatividad y su vitalidad. En sus comentarios sobre el gran poder de los judíos, detectamos indicaciones de la explicación psicohistórica que Nietzsche ofrece para dar cuenta de ese poder. Es la dialéctica del sufrimiento. El sufrimiento y la superación de ese sufrimiento aumentan el poder y hacen posible el proceso de auto-realización. En las bien conocidas palabras de Nietzsche: “Lo que no me destruye me hace más fuerte”.      Así, la diáspora y las constantes persecuciones sufridas por los judíos a lo largo de la historia se convirtieron en “una escuela de sufrimiento” (El Crepúsculo de los Ídolos, 205) y los hizo inmunes y fuertes, de una manera dialéctica.
El largo y continuo sufrimiento histórico de los judíos les ha dado poder, y así Nietzsche dice que los judíos son “la raza más fuerte, resistente y pura que vive hoy en Europa; saben cómo prevalecer bajo las peores condiciones” (Más Allá del Bien y del Mal, 251). Además, Nietzsche afirma que “tienen una plenitud de poder sin igual y a la cual sólo la nobleza tenía acceso” (La Gaya Ciencia, 136). Adquirieron ese poder debido como la “raza más poderosa” a pesar de la obvia debilidad política y física en la que vivían, muestra claramente que en el concepto nietzscheano de poder no hay nada físico como la fuerza bruta (Kraft), y que Nietzsche, con ese concepto, siempre se refiere a una potencia inmune, espiritual (Macht).
Debido a ese poder, Nietzsche subraya las elevadas pautas del ser en la experiencia judeo-hebrea. Así, al considerar a los judíos, enfatiza su “gran estilo de moralidad”, lo terrible y majestuoso de sus exigencias infinitas, de sus significados infinitos, del romanticismo y sublimidad de las interrogantes morales” (Más Allá del Bien y del Mal, 250). En su formulación, los sufrimientos de la diáspora no sólo fortalecieron a los judíos de la manera descrita, sino también operaron en dirección opuesta: la persecución destrozó sus sentimientos de poder, suprimió su expresión original y disminuyó su autoconfianza. Así, los judíos tuvieron que utilizar varios medios para fortalecer sus sentimientos de poder. Uno de los más conspicuos de esos medios fue la tendencia a buscar riquezas. Los judíos se convirtieron en “el genio del dinero” (Más Allá del Bien y del Mal, 251; La Voluntad de Poder, 864). Esa búsqueda del dinero manifiesta falta de confianza en el poder que ya tienen. No obstante, esa dependencia heterónoma de las circunstancias, del entorno y de las oportunidades que ofrece para el aumento de poder es contrabalanceada en los judíos por expresiones de “liberalidad de espíritu” (Aurora, 205), autosuficiencia y creación libre de valores incluso en las circunstancias más adversas y abrumadoras.
Eso convirtió a los judíos en un sublime ejemplo de “independencia intelectual” (Humano, Demasiado Humano, 475). Los judíos no se rebajaron a lanzarse a la conquista física de Europa, aunque según Nietzsche, pudieron haberlo hecho (Aurora, 205), y los admiraba por ello. Así, los judíos “si lo hubieran querido o si se les hubiera forzado a ello- incluso podrían tener preponderancia y, de hecho muy literalmente, dominio sobre Europa, eso es seguro; igualmente seguro es que no lo buscaron ni hicieron planes para ello” (más Allá del Bien y del Mal, 251).

El poder del pueblo judío
     Esa certeza la extrae Nietzsche de su creencia de que los judíos están dotados de genuino poder y no necesitan logros políticos para tranquilizarse. Nietzsche siempre prefiere el espíritu que indica poder creativo y el autocontrol necesario para la sublimación de los impulsos, y rechaza la fuerza política: “Deutschland. Deutschland über alles… me temo que ese fue el final de la filosofía alemana” (Crepúsculo de los Idolos, VII-1) En contraste con el alemán de Kraft, Nietzsche delinea la actitud judía, que podría parafrasearse como: “Geist. Geist über alles”. Es aquí que encuentra el poder (Macht) genuino y superior del pueblo judío, a pesar de las circunstancias tan negativas de las diáspora, que les ha obligado a distraer parte de su poder para preservar la vida y asegurar la supervivencia. (La Voluntad de Poder, 199) Así, en su visión general rico – cultural, del pueblo judío, Nietzsche encuentra claras características de abundancia en el poder, manifestado en la historia mundial, por “el ser humano más noble (Cristo), el sabio más puro (Spinoza), por el libro más poderoso y por el código moral más eficaz del mundo” (Humano, Demasiado Humano, 475). Y así, los judíos, a pesar de las circunstancias más adversas “nunca han cesado de considerarse a sí mismo como llamados a grandes cosas” (Aurora, 205). Y por cierto que Nietzsche los alienta a que sigan adelante con esa exaltada vocación.

La vocación del pueblo judío
Nietzsche otorga explícitamente a los judíos un rol vital en la Europa del futuro. Aquí no está insinuando un posible dominio político-físico judío sobre Europa, sino el rol espiritual de los judíos en la futura historia del mundo, cuando su poder fluirá “en grandes hombres y grandes obras!… en una entera bendición para Europa” (Aurora, 205).      Haciendo eco a la profecía de la Biblia sobre el magnífico futuro de la nación de Israel y su espectacular salvación, Nietzsche afirma que, una vez más, los judíos se convertirán en “fundadores y creadores de valores”. Aquí debemos recordar que la creación de valores es la tarea más significativa y prestigiosa en la filosofía de Nictzsche, que siempre retorna a la “reevaluación de todos los valores” y a la transfiguración de la naturaleza de nuestra cultura y sociedad.
Nietzsche considera a los judíos contemporáneos como agentes y estimuladores de la vital transfiguración de la cultura europea hacia un genuino ethos de poder. Los judíos son merecedores de esa misión debido a que ahora, a pesar de su desastrosa situación política, siguen dotados de abundantes recursos de poder. De hecho, por medio de ese poder los judíos ya han ayudado a Europa: “En los períodos más oscuros de la Edad Media, cuando los bancos de nubes de Asia se cernían bajos sobre Europa, fueron los libre pensadores, eruditos y médicos judíos los que, bajo las restricciones personales más duras, mantuvieron firmes los estandartes de la ilustración y de la independencia intelectual y defendieron Europa contra Asia” (Humano, Demasiado Humano, 475).
Nietzsche se había sentido desilusionado con Wagner, a quien él, ingenuamente, había asignado la tarea de revivir la cultura trágica de los antiguos griegos. Ahora, Nietzsche se dirige a los judíos y pone ante ellos la misión más elevada posible: lograr el renacimiento espiritual de Europa. Nietzsche espera movilizar a los judíos para que lo ayuden en la futura transfiguración de los valores. Ese es el trasfondo de la exclamación emocional de Nietzsche: “Que bendición es un judío entre alemanes” (La Voluntad de Poder, 49)

El final del dogma
En la propia transfiguración atea de valores que propone Nietzsche, la categoría de poder creativo derivado de la religión no sólo tiene un lugar significativo, sino que también lo tiene la noción religiosa de redención. Es claro que en la filosofía de Nietzsche este motivo central de redención tiene su origen, irónicamente, en la religión, y parece que Nietzsche trata de superar la creencia en un Dios trascendente utilizando el ideal esencial de esa misma creencia: “…aun debe llegar a nosotros, el hombre redentor de gran amor y desprecio, el espíritu creativo… que traiga la redención de esta realidad: su redención de la maldición que hasta ahora ha existido” (Genealogía de la Moral, II-24).
En aras de esa “redención” Nietzsche se convierte en el “anti-Cristo y antinihilista: el vencedor sobre Dios y la nada” (Genealogía de la Moral, II- 24). Con ese fin, Nietzsche también moviliza, como fiel aliado, a los judíos y su poder. Así, puede decirse que Nietzsche tiene una teoría de salvación y una ideología utópica. Pero es una utopía en la que no habrá mas necesidad de utopías ni de las tranquilizaciones de la religión. Es decir, es un mundo en el que cualquier sistema ideológico que pueda surgir será mantenido dentro de horizontes relativistas por los poderes creativos del hombre. Aun así, impulsarán a la humanidad a una vida que puede soportar el peligro de bellum omnium contra imnes. Nietzsche temía con razón las dimensiones demoníacas de tal guerra, y constantemente nos advirtió de su posibilidad (!cincuenta años antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial!).
Podemos considerar que el principal objetivo de Nietzsche es el intento de prescribir una terapia intelectual preparándonos para que vivamos una vida creativa y optimista en un modo sin creencias dogmáticas. Dentro de ese marco terapéutico asigna a los judíos el rol más crucial. Y es típicamente irónico en Nietzsche que la misma nación que ha inventado y desarrollado la idea de redención es llamada ahora por Nietzsche a asistir en la superación de esa misma idea, más exactamente, en la “congelación” de las inclinaciones fuertes y peligrosas que la idea de salvación ha despertado en las naciones y pueblos de Europa. Así hemos arribado a un nuevo evangelio nietzscheano. La centralidad del pueblo judío en ese evangelio es celebrada por el propio Nietzsche.

Conclusión      La actitud de Nietzsche está lejos de ser antisemita. Al contrario, si cediéramos a la inclinación prevaleciente de poner etiquetas a los grandes hombres de espíritu, deberíamos etiquetar a Nietzsche como un gran escritor filosemita con profunda empatía hacia el pueblo judío.      Pero el punto más importante a recordar es este: la actitud filosemita de Nietzsche no es reflejo de meros sentimientos personales o de un capricho emocional. Más bien, surge directamente de su doctrina filosófico-psicológica general y de su lógica interna. Así, por ejemplo, su anti-antisemitismo, vigoroso y explícito, surge de su actitud firmemente atea y antimetafísica. Una vez que Nietzsche mató a todos los dioses e ídolos, no podía suscribir al antisemitismo teológico-metafísico que había prosperado en base a la acusación de que los judíos fueron los asesinos de Dios. En cuanto al antisemitismo moderno y derivativo hemos visto que Nietzsche estaba muy lejos de eso, y que incluso lo combatió y trató de ayudar a Europa a superarlo completamente.

* El autor es profesor de Filosofía en la Universidad Hebrea de Jerusalem.

Bibliografía

Golomb, Jacob Nietzche y su actitud hacia el pueblo judío Semanario Hebreo, Uruguay, 1999

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