“No con nuestros padres hizo Dios este pacto, sino con nosotros que estamos aquí mismo hoy, vivos”. Deuteronomio 5:3
La Torá es uno de los legados más trascendentales del pueblo judío a la humanidad. Contiene las bases religiosas del sistema ético que ha regido la vida del hombre occidental desde hace muchos siglos. Asimismo, la Torá es fuente de la tradición hebrea, porque combina los principios religiosos, las creencias y las leyes y guías de conducta moral que gobiernan la totalidad de la vida religiosa judía. La palabra Torá significa enseñanza y se refiere a la colección de 24 libros sagrados que incluyen los cinco libros de Moisés, que a raíz del surgimiento del cristianismo fueron conocidos como Antiguo Testamento. Estos constituyen el intelecto de la religión judía.
Además contienen las enseñanzas espirituales, existentes en los textos de los Profetas o Neviím y las Sagradas Escrituras o Ketubim, que incluyen a los Salmos, Proverbios, Eclesiastés y Cantares entre otros.
El Pentateuco es la parte central de la Torá. Cada uno de sus cinco libros tiene un énfasis único: Génesis relata los orígenes del mundo y de la humanidad y el nacimiento del monoteísmo y del pueblo judío. Exodo describe la época de la esclavitud y la salida de los judíos de Egipto, así como la recepción de los Diez Mandamientos. En Levítico se define la institución del sacerdocio y su legislación. Números trata el período en que los judíos deambularon por el desierto y se rebelaron contra Moisés y Deuteronomio contiene una recapitulación de todas las leyes mosaicas.
Para el judío devoto, la Torá es un testimonio eterno de la voluntad del Todopoderoso. De acuerdo a la tradición judía, cada palabra bíblica fue revelada a Moisés en el Monte Sinaí por lo cual la Torá constituye la fuente primaria e inmutable del judaísmo.
El Antiguo Testamento es una crónica genealógica de los orígenes del pueblo judío. Su texto se distingue por seguir un patrón continuo: la narrativa va de la historia legendaria y mítica a la más detallada realidad nacional, relatada mediante un estilo sencillo pero poderoso.
Se cree que la forma literaria de la Torá se desarrolló en diversas etapas, comenzando con los prósperos días de la monarquía hebrea (siglo X a.e.c.), a través de la división del reino (siglos IX a VII a.e.c.) hasta el período del éxodo babilónico (siglo V a.e.c.) cuando Ezra el Escriba la redactó en su forma final.
La lectura de la Torá es el centro de la liturgia sinagogal. En un principio, la lectura pública se realizaba cada siete años: Y les mandó Moisés diciendo: Al fin de cada siete años en el tiempo señalado del año, en la fiesta de los Tabernáculos… leerás esta ley delante de todo Israel… Congregarás al pueblo para que oiga y aprenda (Deuteronomio 31:10-12). Su lectura se popularizó en la época de Ezra: Y el sacerdote Ezra trajo la ley delante de la congregación, así de hombres como de mujeres, y de todos los que podían entender (Nehemías 8:2).
En los siglos posteriores y con el fin de reunir a un mayor número de oyentes, se daba lectura a la Torá los lunes y los jueves, días en que los judíos llegaban a Jerusalem a vender sus mercancías. Para fines del siglo II e.c., ya había lecturas regulares de la Torá los sábados, lunes, jueves, días de ayuno, festivos y de luna nueva, costumbre que continúa vigente a la fecha.
Para completar la lectura de todo el texto bíblico en ciclos anuales, el contenido está dividido en 54 partes o sedarim. Originalmente, el sacerdote principal o el rey leían toda la porción correspondiente, pero con los años se realizaron modificaciones para que los miembros de la congregación gozaran también del privilegio de subir a leer la Torá. En un principio, se otorgaba una aliya o ascenso a la Torá de acuerdo al nivel de estudio de los asistentes. Con el tiempo y para no avergonzar a nadie, el sistema se transformó y todo aquel padre que celebre alguna ocasión festiva de su hijo, sea boda, brit-milá, bar-mitzvá o quien asiste a la sinagoga para recordar el fallecimiento de un familiar, tiene derecho a subir a leer una parte de la Torá.
La conclusión y el reinicio de la lectura anual de la Torá se festejan con alegría durante la fiesta de Simjat Torá que significa “Regocijo de la Torá”. Con el objeto de que no exista ni la más ligera impresión de que una vez concluida la lectura se abandona el estudio, inmediatamente se comienza a leer el primer capítulo del Génesis, con lo que se inicia el ciclo del año siguiente.
Para tener el privilegio de dar lectura a la Torá, todo varón judío que alcanza la mayoría de edad religiosa, es decir, los trece años, debe dedicarse al estudio continuo y sistemático de las Escrituras. El estudio de la Torá es derecho de nacimiento y deber sagrado de todo judío, ya que la filosofía de esta religión insiste en que el hombre puede conocer y comprender al Todopoderoso a través de las obras divinas. Es por ello que el estudio de la Torá no sólo es un ejercicio espiritual sino una comunión con el Creador.
La Torá es el objeto más distintivo de una sinagoga. Generalmente está confeccionada de varias piezas de pergamino unidas en un rollo que se conoce como el Séfer Torá, que se guarda en un arca que simboliza el arca del pacto en la que Moisés depositó los Diez Mandamientos, pacto entre Dios e Israel.
El arca del pacto fue un objeto sacro que acompañó a los judíos en su deambular por el desierto del Sinaí, durante sus innumerables batallas y al establecerse en Jerusalem. Cuando el rey Salomón completó la construcción del Gran Templo, el arca se colocó en su recinto más sagrado en representación de la unidad de Dios. Con el transcurso de los siglos el arca desapareció y como memoria del arca del pacto los judíos conservan el arca de la ley, cuyo estilo ha variado de época en época. No obstante, cualquiera que sea su diseño, tiene grabadas las Tablas de la Ley para simbolizar las legislaciones que contiene.
Al frente del arca hay una cortina o parojet confeccionada de finos materiales para proteger al Sefer: “Ten un hermoso Rollo de la Ley preparado, copiado por un hábil escriba con fina tinta y envuelto en bella seda” (Shab 133 b, Talmud).
Durante el servicio matutino de los días en que se da lectura la congregación se pone de pie cuando la cortina del arca es descubierta para revelar la Torá, que se cubre con un manto protector confeccionado de terciopelo y decorado con ilustraciones bíblicas.
El Rollo de la Torá representa en sí un trabajo de enorme y sencilla belleza, realizado con mucha dedicación. Un sofer o escriba hombre piadoso, es quien inscribe a mano el texto bíblico en un pergamino especialmente preparado de un animal kasher, esto es, ritualmente puro.
La Torá caracteriza a los judíos como el Pueblo del Libro. En sus páginas se plasma la experiencia colectiva de un pueblo que busca comprender y conocer los caminos y los deseos de Dios. La Torá constituye la historia del pueblo judío y sin embargo, su mensaje es universal.
Cuenta una leyenda que cuando Adán fue expulsado del paraíso, su alma se arrepintió. Dios lo vio y dijo: “El árbol de la sabiduría no ha hecho sabio al hombre, ¿cuál será su destino?” Entonces Dios creó al Libro y le dijo: “Ve y acompaña al hombre, sé su amigo y compañero. Enséñale y alegra su corazón.”
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