Abrirás a él tu mano libremente Deuteronomio 15:8
El judaísmo, en sus diversas manifestaciones, gravita en torno al perfeccionamiento de las relaciones entre los hombres y entre éstos y el Creador. Busca activamente consolidar las normas que conducen a la convivencia social y a la fraternidad humana. Las leyes judías consideran que todos los hombres son iguales ante Dios y que, por lo tanto, recae sobre toda la comunidad y, sobre cada individuo en particular -con base en sus medios-, la responsabilidad de ayudar al necesitado, de proteger al desamparado, de cuidar al enfermo y de dar amparo al extranjero. Dentro del sistema moral judío y de su estructura religiosa, la caridad es considerada como uno de los rasgos más importantes.
Aún más, se encuentra entre los principios cuyo valor es ilimitado (Mishná Peá 1). El hombre debe marchar por los senderos del Todopoderoso e imitar las cualidades divinas de compasión y benevolencia: “Así como El es bondadoso, debes serlo tú; así como El es misericordioso, debes serlo tú… así como El es pleno de benevolencia y verdad, también tú”. (Shabat 133:4).
La caridad es un deber pero también es una virtud. La obligación de ayudar al prójimo se menciona constantemente en la Torá. Es a partir del periodo post-bíblico que los rabinos comienzan a utilizar la palabra tsedaká para denominar a la caridad. De acuerdo con sus raíces hebreas, tsedaka no significa caridad, sino honradez, justicia, piedad. Como para los sabios judíos la caridad debe llevar implícita la benevolencia, el amor y la rectitud al prójimo, decidieron utilizar este término para enfatizar su mensaje.
Para la tradición judía, la tsedaká no es un acto meritorio ocasional, sino una forma constante de actuar, un privilegio para todo hombre, mismo que proporciona una enorme satisfacción espiritual.
LEYES
Bienaventurado aquél que piensa en el pobre Salmo 41:2
La esencia de la tsedaká se revela en la legislación bíblica y rabínica. Desde sus inicios, los sabios demostraron su preocupación por ayudar al prójimo. Los profetas condenaron la indiferencia ante el sufrimiento humano y ante las injusticias sociales, porque si una persona no da señales de misericordia y puede permanecer impasible sin sentir angustia por sus congéneres, ¿en qué se diferencia de una bestia? “El hombre debe imitar la preocupación que tiene Dios por el infortunado” (Deuteronomio 10:18).
En la Judea del siglo II a.e.c., por ejemplo, se desarrolló un sistema de caridad organizada. Posteriormente, bajo el dominio del Imperio Romano, las actividades filantrópicas proliferaron conforme se intensificaron las circunstancias difíciles para los judíos.
Años después, tras la rebelión judía de Bar Kojba contra los romanos en 132 e.c., importantes rabinos de toda la diáspora se reunieron en Galilea para establecer los medios adecuados para ayudar al necesitado y al hambriento.
A principios de la Edad Media, surgieron las sociedades de caridad especializadas en proporcionar diversos servicios. El constante énfasis en la benevolencia y en la justicia se convirtió en un sello distintivo de la vida judía que se perpetuó a lo largo de los años.
Samuel David Luzzato sabio rabínico italiano del siglo XIX afirmó que la compasión es la base de todo; sus cualidades son la raíz del amor, de la bondad y de la justicia, ya que por si misma nos lleva a realizar buenas acciones sin motivos ulteriores. Aunque el pobre nunca desaparecerá de la tierra, (Deuteronomio 15:11) la legislación judía busca restringir la pobreza a través de la tsedaká, del diezmo para el pobre, la moratoria de las deudas en el año sabático y de los regalos para los necesitados en las festividades.
La ley judía exige de cada persona el dar tsedaká de acuerdo a sus medios; incluso un hombre pobre puede ofrecer algo mínimo, acto considerado como de gran valor. La cantidad promedio que una persona debe dar, es una décima parte de lo que gana durante el año.
La tsedaká debe darse con alegría y simpatía de lo contrario pierde el mérito de su propia obra y viola el precepto bíblico: “Y no serás de corazón mezquino cuando le des” (Deuteronomio 15:10). Porque, aunque no se trata de enriquecer al necesitado, “la mano del hombre debe abrirse no una sino cien veces para ayudarlo.”
Toda forma de tsedaká debe darse sin ostentación y si es posible, en secreto, porque la forma más aceptable de ayuda es aquella en la que el pobre no sabe de quien la recibe y el donante no conoce a quien se la dará.
Al necesitado se le debe recibir de buen talante y aún cuando no se esté en condiciones de dar limosna, por lo menos se le debe confortar (Levítico 34:15). El que muestra piedad por los pobres encontrará la misericordia ante el Todopoderoso.
De acuerdo con Maimónides, gran sabio judío del siglo XII, existen ocho grados de tsedaká los cuales enumera en su clásico código legal Mishne Torá:
-El octavo es cuando se hace a desgano.
-El séptimo es cuando se da menos de lo que se puede, pero con alegría.
-El sexto es cuando se da directamente al pobre cuando aquél lo solicita.
-El quinto es cuando se da directamente al pobre sin que éste lo solicite.
-El cuarto es la donación indirecta. El que recibe conoce al donante, pero aquel no conoce la identidad del beneficiado.
-El tercero es cuando el donante conoce la identidad del que recibe, pero el que recibe no conoce la identidad del donante.
-En el segundo ni el donante ni el beneficiado se conocen.
-La forma más elevada de caridad es ayudar a mantener a una persona antes de que empobrezca, ofreciéndole ayuda sustancial en forma digna, otorgándole un crédito adecuado o ayudándole a encontrar un empleo para que no dependa de otros. Este último punto se relaciona con la idea de que, a pesar de la virtud de la tsedaká, toda persona debe tratar de no convertirse en una carga pública.
La beneficencia jamás ha empobrecido a nadie, ni ha ocasionado daños ni consecuencias lamentables sino, por el contrario, toda persona que da tendrá tantos beneficios como el que recibe. Por ello, el inspirar a otros para que realicen actos de tsedaká es una gran virtud y merece una gran recompensa porque “los que enseñan la justicia a la multitud resplandecerán como las estrellas a perpetua eternidad” (Daniel 12:3).
BIBLIOGRAFÍA
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