“En el momento que Dios creó al hombre, lo puso frente a todos los árboles del jardín y le dijo: Observa mi creación, cuán bellos y agradables son y todo lo hice por ti. Ten cuidado de no dañar mi mundo ya que si lo alteras no hay quien lo pueda componer”. Midrash Kohelet Raba 7, 13.
La contaminación ambiental no es un fenómeno nuevo en la historia de la humanidad. El hombre, desde siempre, ha utilizado los recursos naturales en forma abusiva e indiscriminada sin medir las consecuencias ecológicas de esta degradación. Sin embargo, en los últimos años, la preocupación fundamental del ser humano se ha centrado en este fenómeno que día a día deteriora su calidad de vida.
Se ha convencido de que su espíritu no puede desarrollarse en una atmósfera viciada. Un medio ambiente sano, natural y equilibrado es un imperativo de vida y una condición indiscutible para la salud psicofísica.
Las fuentes judías han dedicado especial atención a la preservación del medio ambiente al poner diques a las acciones del hombre tanto en el dominio privado como en el público. La conducta contaminante tiene su base en la actitud humana que lleva a gozar lo bueno y provechoso del momento sin medir las consecuencias futuras. Una parábola del Talmud ejemplifica dicho comportamiento: “Un hombre que limpiaba su terrena arrojaba los desperdicios en la vía pública. Un hombre piadoso que transitaba por esa camino se le acercó y le dijo: ¿Por qué arrojas desperdicios desde un lugar que no te pertenece hacia otro lugar que es realmente tuyo? El hombre se quedó perplejo, sin entender el significado de la contradictoria pregunta y se mofo de él. Luego de un tiempo el hombre vendió su terreno. Un día, paseando por el camino que bordeaba a su antigua propiedad tropezó con aquellos desperdicios que él mismo había arrojado. Recién entonces comprendió lo que el hombre piadoso le había querido decir.” (Sanhedrín 59).
Las leyes judías se originaron en un contexto muy distinto al actual pero siguen teniendo vigencia para enfrentar los grandes retos ecológicos que -hoy por hoy- se le presentan a la humanidad. De acuerdo al texto bíblico, base del judaísmo, la tierra no le fue concedida al hombre para que se adueñara de ella, sino para que actuara como su guardián, manteniéndola y preservándola en beneficio propio y de las generaciones venideras ya que la mente y el espíritu del hombre también están sujetos a la influencia ambiental. Uno de sus deberes prioritarios es la protección del ambiente natural. Así, Adán el primer hombre, es colocado en el Jardín del Edén para “trabajarlo y cuidarlo” (Génesis 2:15).
CUIDADO DE LAS PLANTAS Y LOS ARBOLES
La Torá o Biblia contiene diversos preceptos tendientes a regular la relación armónica entre el hombre y la naturaleza. “Y cuando entréis a la tierra y plantéis cualquier árbol frutal habréis de alejar como incircunciso a su fruto. Tres años serán para vosotros alejados, no se habrá de comer. Al cuarto año todo su fruto será consagrado en alabanzas al Creador. Al quinto año comeréis su fruto.” (Levítico 19:23-25). Los sabios judíos infieren de estos versículos bíblicos que al consagrarse los frutos a Dios éstos adquieren una proyección y un valor especiales. Así, equiparan el cuidado del árbol, del que depende la vida del hombre, con la devoción al Todopoderoso.
Posteriormente, en el Midrash Halajá (conjunto de leyes judías orales) se amplía la prohibición en lo que se refiere a destruir árboles por falta de riego. Maimónides (filósofo del siglo XII) reafirma esta postura: “Aquél que corta un árbol frutal en todo lugar se equivoca”.
Otros versículos abordan el tema: “Cuando sitiares alguna ciudad por muchos días… no destruirás sus árboles alzando contra ellos el hacha porque de ellos no podrás comer, por lo tanto no los cortarás para servirte de ellos en el sitio” (Deuteronomio 20:19). Bajo el concepto de “no destruirás” se prohibe al hombre estropear lo que Dios ha puesto sobre la tierra y se le invita a no abusar de su posición de rey de la creación. De acuerdo con la tradición oral judía, el ser humano en este mundo se asemeja a un extranjero o residente temporal. Le está prohibido la destrucción de la propiedad del prójimo y de la suya propia.
AÑO SABÁTICO
Aunque la Torá no lo especifica, las leyes relativas al Año Sabático -el dejar de sembrar la tierra durante doce meses cada siete años- tienen la finalidad principal de cuidar la fertilidad de la tierra, ya que ésta debe reposar de la labor del hombre: “Seis años habrás de sembrar tu campo, seis años habrás de podar tu viña y recogerás el producto de la tierra. Y en el año séptimo de descanso y reposo será para la tierra, shabat ante Dios. Tu campo no habrás de sembrar y tu viña no habrás de podar”. (Levítico 25:3-4). Este precepto es complementado con un pasaje con implicaciones sociales (Éxodo 23:10-11) en el que se indica que los frutos del séptimo año deben ser para los necesitados.
CONTAMINACION AMBIENTAL
Los sabios del Talmud se preocupaban por el daño que los seres humanos pudieran ocasionar a su hábitat y por las consecuencias que esto acarrearía. Los tribunales rabínicos protegían la vida ciudadana y supeditaban los intereses particulares a los de grupo. Por ello establecieron una serie de normas para la convivencia urbana que limitaba la existencia de diversas industrias cerca de la ciudad como los graneros ya que el polvo se esparcía por toda la zona, o los mataderos y los cementerios, para evitar el mal olor.
Los sabios judíos también trataron de alejar el humo de las ciudades por lo que establecieron la prohibición de levantar en Jerusalem hornos para la producción de cal o usos propios de la alfarería. El Talmud justifica esta prohibición por que la producción de hollín, de acuerdo con los comentaristas bíblicos, ennegrece las paredes y produce un daño tal que no existe posibilidad de que alguien se habitúe a él.
EL AGUA
En la antigua Judea el agua potable escaseaba por lo que las autoridades rabínicas también consideraron pertinente legislar sobre ella. Distintos pasajes talmúdicos se refieren a la contaminación del agua: “En cualquier pozo cuyas aguas estén destinadas sólo a beberlas está prohibido todo tipo de lavado”. Así mismo, se prohibe beber agua estancada o contaminada y no se aconseja erigir un pozo de aguas negras cerca de uno de agua potable. Las autoridades rabínicas trataban de evitar que las aguas negras contaminaran. El lavado de los pozos no debía realizarse en invierno sino en época de lluvias. La Mishná advierte que hay que evitar la contaminación de los suelos a través de la filtración de los desechos industriales provenientes de las aguas con que se trabajaba el vino, material frecuentemente utilizado en la antigüedad.
EL RUIDO
Dentro de la legislación talmúdica también se le otorga un lugar importante al problema del ruido. Los damnificados estaban facultados para llevar ante un tribunal rabínico a los causantes de los ruidos molestos. Maimónides (filósofo del siglo XII) dictaminó que “el ruido es tan molesto como el humo o el polvo, por lo que se permite oponerse al establecimiento de un negocio que provocara mucho ruido”.
ZONAS VERDES
La preservación de los espacios verdes o parques dentro de las zonas urbanas o en sus cercanías también fue fuente de preocupación para los judíos. En la Torá encontramos el ejemplo más antiguo de lo que hoy llamamos planificación urbana: En Números 35:1-7 se da la orden para que los miembros de la tribu de Levy recibieran 48 ciudades, con sus ejidos. El ejido, como lo explica Maimónides, estará ubicado alrededor de la ciudad y será para “embellecer a ésta y no se podrá construir allí una casa y no se plantará un viñedo ni se sembrará”
BIBLIOGRAFÍA
Enciclopaedia Judaica Keter Publishing Co., Israel, 1981
Steiner, Natalio El Judaísmo en un Mundo Ecológicamente Decadente. En Coloquio, Publicación del Congreso Judío Latinoamericano, Argentina, 1990