Tribuna Israelita

Honra al Señor con la luz

La luz ha constituido una constante dentro de la existencia judía a través de los siglos. Esta ha estado presente en todas las ceremonias y festividades hebreas y representa un elemento central de la liturgia judía. Además de buscar a través de ella la santificación de ciertas fechas sagradas, la luz encierra un significado propio que pone al judío en estrecho contacto con su identidad y su herencia tanto nacional como cultural.

En los tiempos talmúdicos, los judíos acostumbraban encender velas no para cumplir con preceptos religiosos, sino sólo con el propósito de iluminar sus hogares; posteriormente, de acuerdo con el versículo bíblico “… para los judíos había luz y regocijo, alegría y honra…” (Esther 8:16) esta tradición se convirtió en una actividad obligatoria en las ocasiones alegres y en los días festivos.
A lo largo de la historia, el encendido de velas ha sido obligación primaria más no exclusiva de la mujer, a quien se le otorga el privilegio de cumplir con este mandamiento a través del cual se crea un ambiente espiritual único, ya que el brillo de la luz elimina la ansiedad y la melancolía, y trae consigo la esperanza.
La tradición luminaria no se restringe exclusivamente al hogar. En todas las sinagogas se coloca una lámpara con aceite que permanece constantemente encendida. Se trata del Ner Tamid o lámpara perpetua que simboliza la promesa del Todopoderoso de preservar al pueblo de Israel. La flama de esta lámpara representa la presencia divina, la paz y la armonía.
La continua dedicación del judío a la preservación y el cumplimiento de la Torá y sus preceptos puede compararse con una luz que nunca se extingue… “Porque la Torá es una lámpara y la enseñanza es una luz, y las reprensiones de la corrección son los caminos de la vida” (Proverbios 6:23).
De hecho, el fuego es el único elemento de la naturaleza que da de si y que al mismo tiempo se encierra en constante regeneración.
En la antigüedad, el Ner Tamid era la parte central de la menorá o candelabro de siete brazos que los hebreos colocaron en el Gran Templo de Jerusalem.
La menorá es uno de los símbolos más antiguos del judaísmo. Sus orígenes se remontan a los días del éxodo de Egipto cuando los judíos deambulaban por el desierto del Sinaí. De acuerdo al Antiguo Testamento, fue allí donde Moisés recibió el mandato divino de “…hacer un candelabro de oro puro, labrado a martillo… con seis brazos que saldrán de los dos lados de su tronco; tres brazos del candelabro de un lado de él, y tres brazos del otro lado… y tendrán en cada brazo tres copas en forma de flores de almendro, con una manzana y una flor… y serán siete sus lámparas”. (Exodo 25:31-37).
Con el propósito de cumplir con este precepto, Moisés ordenó al orfebre Bezalel la construcción de una menorá que colocó en el Tabernáculo del desierto. Años después, cuando los judíos llegaron a la Ciudad Santa y edificaron el Primer Templo en 953 a.e.c., transportaron el candelabro original a su nuevo santuario. Cuenta la tradición que la lámpara se instaló en una mesa que simboliza las delicias del paraíso y la presencia divina. Diariamente, el sacerdote principal encendía la menorá con aceite puro de olivas para producir una llama más clara, cumpliendo así con el mandato bíblico: “Manda a los hijos de Israel que te traigan aceite puro de olivas machacadas con mortero, para el candelabro, a fin de hacer arde la lámpara de continuo”. (Levítico 24:2).
Cuando Nabucodonosor destruyó el Templo en 587 a.e.c. todos los objetos sagrados desaparecieron. Setenta años más tarde, los judíos regresaron a Jerusalem a construir el Segundo Templo y colocaron en él una réplica de la menorá. En 70 e.c. los romanos, comandados por el general Tito, devastaron la ciudad y destruyeron el Templo, logrando capturar todos los objetos sagrados. La posesión de la menorá simbolizó la sumisión de los judíos a la supremacía romana y una reproducción de la captura del candelabro se realizó en bajo relieve en el Arco de la Victoria de Tito, para celebrar el triunfo de Roma.
A partir de este momento, la menorá se convirtió en un símbolo nacional judío que se utilizó como elemento artístico y religioso. Apareció en sinagogas, en lápidas, en mosaicos y sellos, con lo que eventualmente se universalizó su imagen.
Con el transcurso de los años, el candelabro de siete brazos se transformó en una de las principales representaciones del judaísmo. Actualmente, no sólo se continúa utilizando como elemento decorativo en las sinagogas, sino que constituye el emblema oficial del Estado de Israel, por lo que aparece en monedas, estampillas y sellos, reafirmando así la tradición y cultura milenarias del pueblo judío.
La menorá no es una representación puramente geométrica ya que conlleva simbolismos muy profundos. Es una imagen de la eterna supervivencia del pueblo judío, que al igual que el candelabro, ha persistido a lo largo de los siglos a pesar de los constantes ataques de sus adversarios.
Constituye, además, la reproducción de un elemento natural: el árbol de la vida, de cuyas ramas emana la energía para crear una nueva existencia.
Para los místicos, cada brazo del candelabro simboliza uno de los siete días de la creación, como representación del origen de la vida.
La luz que irradian las lámparas de la menorá cuando se encuentran encendidas, simboliza la presencia divina y con ella su perenne protección del hombre y la preservación de la paz y la esperanza. Es el resplandor que ilumina al mundo, guiando así al ser humano por el camino del bien.

BIBLIOGRAFÍA

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Newman, Jacob y Siván, Gabriel Judaísmo A-Z Depto. de Educación y Cultura Religiosa para la Diáspora de la OSM, Israel, 1983

Kolatch, Alfred The Jewish Book of Why Jonathan David Publ., Inc., U.S.A., 1985.

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