Hay dos vertientes en la historia del pueblo judío que me atraen y que intento estudiar y comprender a cabalidad: primera, las aportaciones a la humanidad, paradigmáticas muchas de ellas, incontables y significativas, que han contribuido quizás más que ninguna otra instancia, a la evolución y arquitectura del mundo desde la antigüedad hasta nuestros días, que llamo “excepcionalísimo judío”, el legado de esta civilización ancestral y portentosa. La segunda es mucho menos agradable y positiva, me refiero al Antisemitismo, el cáncer intelectual de la humanidad. En este articulo me voy a concentrar en la primera de esas vertientes.
La aportación quizás más emblemática de las muchas otras que le siguieron fue la revolución monoteísta: un solo dios inmaterial y espiritual; una verdadera revolución que cambio para siempre la concepción religiosa de Dios y del mundo. Hasta ese momento, todos los panteones religiosos de la antigüedad estaban habitados por innumerables y caprichosos dioses, poderosos, pero no muy distintos de los mortales sobre los que reinaban. Inclusive eran intercambiables entre si como en el caso de los dioses Greco-Romanos. Esto sentó las bases de un humanismo extraordinario que a su vez propuso un concepto que engloba magistralmente la oferta del judaísmo y que me encanta: Tikun Olam, Sanar al Mundo.
No tengo la intención de hacer aquí un recuento o un inventario de todas las contribuciones de los judíos a la humanidad, sería ocioso y difícil de abarcar tan vasto tema, propongo en cambio explorar la o las causas que propiciaron que esto se diera, y para ello me propongo postular una hipótesis.
El tema central, definitorio y único del pueblo judío fue desde siempre su diferencialidad con las otras culturas y pueblos con los que convivía, dentro o fuera de su propio territorio. Esta diferencia con todo y con todos, se expresaba a través de su religión, su visión del mundo, su forma de vida, sus preceptos dietéticos y sus rasgos culturales, que en conjunto produjeron el “excepcionalismo” judío, es decir, el tesoro valiosísimo y único que ha sido el timón de la humanidad a través de la historia. Ahora bien, esa diferencialidad genero rechazo y animadversión en los otros pueblos que veían a los judíos como extraña y sospechosamente distintos, peligrosos, no confiables. Este es el antecedente remoto del antijudaísmo que mucho más tarde se bautizó como antisemitismo. Estamos hablando de siglos antes de la era cristiana, que creo su propia versión de antijudaísmo.
Con el tiempo esto se convirtió en un nubarrón de odio y rechazo que ha sido lamentablemente el acompañante indeseado y permanente del pueblo judío, llegando en muchos casos a niveles de violencia y agresión inauditos, con el Holocausto como máximo exponente de este oprobio histórico.
Hace muchos años leí en algún lugar que: “…Al ser reducidos a polvo, los judíos tuvieron que brillar para no ser pisados…” Y es en esta idea que encuentro la respuesta a la brillantes de la oferta y aportaciones del judaísmo al mundo, al excepcionalismo judío, al que la humanidad debería agradecer en todo lo que vale una y otra vez. En realidad, se trato de un acto de supervivencia, de nadar mejor que nadie para no ahogarse y con ello redimir a la humanidad y realizar su destino manifiesto: Salvar al Mundo.