Tribuna Israelita

El matrimonio

“Ningún hombre sin esposa, ni tampoco ninguna mujer sin esposo, ni ninguno de los dos sin Dios”. (Bereshit Raba 8:9, Talmud)

Dentro de la tradición judía el matrimonio otorga significado al mandato bíblico que dice: “Sed fecundos y multiplicaos” (Génesis 1:28). Sin embargo, además del propósito de engendrar hijos, el matrimonio tiene en si mismo su legitimación y sentido, porque antes de ordenar la procreación, Dios procedió a la creación de la mujer como compañera del hombre: “No es bueno que el hombre esté solo, le haré una compañera idónea para él” (Génesis 2:18). Es así como el matrimonio es una de las instituciones más sagradas en la vida judía.

En el judaísmo, como en otras religiones, el matrimonio cumple una función esencial por constituir la base de la familia, el núcleo de la sociedad y el centro de la vida espiritual. Si un hogar es sólido en valores, la totalidad de la vida judía en todas sus vertientes, incluyendo la institucional, se verá enriquecida.
Es por esto que el compañerismo, el amor y la buena voluntad necesarios para esta relación se convierten en los objetivos fundamentales del matrimonio. No debe dejar de existir, también, el respeto por la integración, la individualidad y los sentimientos de cada miembro de la familia como ser humano.
Tradicionalmente, el matrimonio es precedido por una ceremonia de compromiso en la cual se redacta un documento formal llamado “tenaim” y se realiza una fiesta para celebrar la ocasión.
Maimónides, filósofo judío del siglo XII, sugiere que el compromiso no debe prolongarse por un periodo ni muy corto ni muy largo para no dar cabida ni a un matrimonio impulsivo ni a reflexiones estériles.
La ceremonia matrimonial propiamente dicha se realiza debajo de la “jupá” o palio nupcial normalmente fabricado de seda, satín o terciopelo, que se apoya sobre cuatro postes. El origen de la jupá se explica de distintas maneras. Se dice que constituye un vestigio de la vida bajo las carpas en el antiguo Israel o un símbolo de la corona de laurel que los novios utilizaban durante la ceremonia en tiempos bíblicos.
Bajo este palio nupcial la mujer es consagrada al hombre cuando éste coloca un anillo en su dedo índice y afirma: “Eres tú santificada a mi con este anillo de acuerdo con la ley de Moisés y de Israel”.      La argolla matrimonial es el símbolo de la perfección y de la eternidad; es el círculo infinito. El anillo que se utiliza en esta ceremonia no debe ser de gran valor material ni debe estar adornado. El énfasis en la simplicidad es un acto típico de la tradición judía en su búsqueda por la igualdad, ya que un anillo sencillo disminuye las diferencias económicas entre una novia rica y una pobre. Asimismo, un anillo liso simboliza un camino sin obstáculos para la pareja.
La unión de la pareja es bendecida por el oficiante, que puede ser cualquier persona versada en las leyes relativas al matrimonio. Los contrayentes deben beber vino de la misma copa como expresión de que tendrán que compartir un destino común.
Posteriormente, los novios escuchan la lectura del contrato matrimonial o “ketubá”, documento que atestigua la realización del matrimonio religioso. Está escrito en arameo, una de las antiguas lenguas de la Biblia, y en él se especifican las obligaciones del hombre hacia la mujer. De acuerdo con el precepto bíblico, el esposo es responsable del alimento, el vestido y los derechos conyugales de la mujer.
Para finalizar la ceremonia se acostumbra que el hombre pise una copa de vidrio en recuerdo de la destrucción del Antiguo Templo de Jerusalem, en 70 e.c. De esta forma, incluso en medio de la alegría, la pareja recuerda que el matrimonio puede ser tan frágil como el cristal y que en la vida hay obstáculos y penas que pueden alterar la felicidad.
El matrimonio es considerado como una institución permanente dentro del judaísmo. Sin embargo, cuando a pesar de los esfuerzos no se logran la paz y la armonía en el hogar, es preferible que la pareja se separe. La Torá o Antiguo Testamento permite que los lazos matrimoniales se disuelvan por medio del divorcio religioso, que debe estar avalado por el “Bet Din” o tribunal rabínico, integrado por tres rabinos competentes en las leyes de matrimonio y divorcio.
A pesar de que la Torá permite el divorcio y estipula que puede realizarse cuando la causa es la incompatibilidad entre los cónyuges, nunca debe ser llevado a cabo en forma arbitraria o apresurada. Se debe luchar por mantener un hogar sano en el que se facilite la transmisión de los valores inherentes al judaísmo.
Para preservarse como tal, el pueblo judío requiere de la continuidad que le proporciona su herencia cultural. El matrimonio, que es un antídoto a la soledad, constituye indudablemente, uno de los medios más apropiados para mantener una sociedad basada en la armonía y la buena voluntad.

“Quien no tiene esposa vive sin alegría, sin bendición y sin felicidad”.
(Yevamot 62 b., Talmud)

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