La fiesta judía de Janucá comienza el 25 del mes hebreo de Kislev – que este año coincide con el 8 de diciembre – y dura ocho días. Esta festividad no se basa en la Torá, sino que se desprende de distintos hechos históricos que dieron a los sabios del Talmud las bases para ser instaurados como un festejo que tiene vigencia desde hace siglos.
La palabra Janucá significa dedicación y constituye un gran acto de fe judía que conmemora la emancipación de un pueblo. Es una festividad de luminarias que enaltece uno de los más grandes valores del ser humano: la libertad.
Janucá conmemora la victoria militar de los macabeos contra la ocupación griego-siria en el siglo II a.e.c. Sin embargo, los sabios describen su significado esencial en términos de victoria espiritual.
El milagro de la victoria fue posible gracias a que los judíos se resistían a dejar de practicar su fe activamente. Janucá recuerda al mundo el eterno mensaje del profeta Zacarías que se lee en la fiesta: “No por la fuerza, ni por el poder, sino con Mi espíritu, dice el Señor de las Legiones”.
Durante la época del Segundo Templo en Jerusalem, los judíos vivían bajo el dominio del monarca greco-sirio Antíoco Epifanes, quien los oprimía cruelmente. Los griegos, que habían traído luz y cultura al mundo pagano, imponían sus creencias a los pueblos conquistados sin dejar opción alguna. Hacia el 165 a.e.c, este rey publicó un decreto en el que prohibía a los judíos practicar su religión bajo la amenaza de pena de muerte.
Los judíos eran obligados a seguir la cultura idólatra helenística y se les prohibía cuidar el sábado, realizar el ritual del Templo, practicar la circuncisión o enseñar la Torá. El punto decisivo fue la conversión del Templo en un santuario pagano.
Los judíos tenían miedo. Unos huyeron, otros acataron las exigencias de los invasores, pero hubo quienes se rebelaron. Los griegos encontraron una fuerte resistencia entre un pequeño grupo de judíos comandados por Matatías, de la familia de los Hasmoneos, quien era sacerdote del pueblo de Modiin.
Junto con sus cinco hijos y otros partidarios de sus ideas, Matatías partió a esconderse en el desierto y en la zona montañosa de Judea. Desde este lugar iniciaron los Macabeos una serie de ataques de guerrilla contra el ejército enemigo.
Durante un año Matatías encabezó la rebelión y antes de morir nombró a dos de sus cinco hijos como líderes. Yehuda el Macabeo quedó como comandante militar, debido a su excepcional talento y a su valor legendario.
Durante dos años más los judíos continuaron con sus luchas, logrando muchas victorias contra un ejército que los sobrepasaba en tamaño. Finalmente, las tropas de Yehuda resultaron vencedoras y alejaron a los sirios del territorio de Israel.
Al llegar al sitio donde se levantaba el Templo, lo encontraron desmantelado y profanado con ídolos griegos en los lugares más santos del judaísmo. La Menorá o candelabro de siete brazos que siempre se mantenía encendida en el lugar sagrado, estaba apagada. Al quererla encender de nuevo, con el fin de reiniciar el ritual judío, encontraron una pequeña botella de aceite que serviría para mantener la llama por un solo día. Milagrosamente, este aceite alumbró durante ocho días, tiempo suficiente para asegurar el aprovisionamiento fresco de aceite de oliva puro para la lámpara. De este modo, el Templo fue reinaugurado y dedicado nuevamente a Dios.
Este hecho milagroso fue tomado como la victoria de la Torá, de lo espiritual y religioso. Los estudiosos judíos de aquellos tiempos decretaron que Janucá sería una fiesta de regocijo y alabanzas que duraría ocho días.
Durante cada noche, las familias judías se reúnen alrededor de la Janukía, que es un candelabro de nueve brazos, para celebrar la ocasión y recordar el gran milagro. Tras la puesta del sol, se va prendiendo una vela diariamente hasta culminar con todo el candelabro encendido en la octava noche de Janucá. Una de las velas, denominada shamash, es utilizada para encender las demás velas, sin ser contada como una de las luminarias. Se acostumbra a colocar la Janukía prendida junto a una ventana para que la luz sea visible a los que pasan cerca, y así se haga público el milagro de la festividad.
Estas modestas luces evocan gloriosas páginas del pasado judío y al mismo tiempo, en ellas brilla toda la pasión de un pueblo que a través de los siglos conservó viva la llama de fe y su ideal milenario. La luz es un símbolo de lo espiritual, la raíz y la esencia de las creencias judías.
Se acostumbra a dar y recibir regalos, decorar la casa, invitar a la familia y amigos. Uno de los símbolos más conocidos es la perinola (sebibón, en hebreo), que constituye un popular juego durante esta fiesta. En cada uno de los cuatro lados de la perinola aparece una letra que forma el acrónimo en hebreo “Aquí sucedió un gran milagro”.
Como los griegos prohibían el estudio de la Tora, cada vez que los niños eran sorprendidos estudiando los libros sagrados, simulaban que estaban jugando con las inocentes perinolas.
También es costumbre comer alimentos fritos con aceite para recordar el milagro del aceite. Los platillos característicos son las lebibot (tortitas fritas de papa) y sufganiot (pan dulce azucarado relleno de mermelada).
Es así como los sucesos que dieron origen a esta fiesta no han perdido significado en nuestros días. Janucá puede ser considerada como una celebración que recuerda al mundo la lucha de los débiles contra los poderosos. La eterna pugna de un pueblo, que como muchos otros, buscó su libertad.
Bibliografía
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