Por una invitación de Tribuna Israelita, y con el apoyo de la Universidad Anáhuac, la Universidad de Tel Aviv y la Universidad de Jerusalem, tuve la fortuna de participar en un viaje académico de estudios del Holocausto a Israel y Polonia junto con un grupo destacado de académicos mexicanos no judíos.
Sin duda, éste ha sido un viaje que nos marcará a todos los que participamos. Yo debo reconocer que antes del viaje, para mí el Holocausto, si bien era un episodio negro en la historia, era uno como muchos otros eventos terribles de la historia y el cual estaba alejado de mi realidad, de mi mundo, de mi país y de mi espacio existencial. Qué equivocado estaba.
Aún no he podido digerir y asimilar el impacto emocional que me causó visitar los campos de concentración de Auschwitz, Treblinka y Majdanek. Hoy, tan sólo puedo decir que ahora veo al Holocausto como algo universal, y que forma parte de mi realidad y mi mundo. No corresponde tan sólo a las víctimas y a los perpetradores, sino que es parte de todos nosotros. Es un evento del cual tenemos forzosamente que aprender para que a medida de nuestras posibilidades podamos prevenir hechos parecidos.
¿Cómo entender el Holocausto y el terrible siglo que termina? Este siglo ha sido uno de los más crueles y sangrientos que se recuerdan en la historia de la humanidad. Sin contar los hechos en Kosovo, Rwanda, Timor y Chechnya, el historiador Yehuda Bauer estima que entre 1900 y 1987, 169 millones de civiles fueron asesinados por organizaciones gubernamentales, sin contar a 34 millones de soldados caídos en conflictos armados.
Estas estadísticas, así expuestas, son crudas pero ocultan datos que son imposibles de conocer. No sabremos si estas personas fueron asesinadas, torturadas, los incontables suplicios que vivieron. Lo más importante, que no son simples estadísticas, sino eventos que sufrieron personas como nosotros. 169 millones de personas.
Samuel Huntington, en su famoso ensayo “Clash on Civilizations,” sostuvo la tesis que las civilizaciones representan nuestra identidad y que las identidades de cultura, lenguaje y religión han sido durante muchos años, puntos centrales de cooperación, pero también fuente de conflicto entre las sociedades en el mundo. Él sostiene que bajo el peso de los eventos que se dan en un mundo globalizado, y ante situaciones económicas y sociales cada vez más difíciles, las personas y los grupos se colapsan y buscan refugios en sus propias comunidades. Esto marcará, según el autor, una lucha creciente entre diferentes civilizaciones.
¿Por qué es tan difícil vivir con el otro? ¿Por qué se desprecia a hispanos y negros en los Estados Unidos? ¿Será posible la coexistencia en el Medio Oriente entre cristianos, musulmanes y judíos? ¿Permanecerá el pueblo kurdo, compuesto de aproximadamente 20 millones de habitantes, ignorado por la comunidad internacional. Encontramos en el mundo actual un énfasis en la pureza: la pureza de la sangre, la pureza de la fe, la pureza del lenguaje y la pureza de la cultura.
Esto ocasiona una barrera al flujo de ideas y de personas a través de las fronteras. Observamos que son muchos ahora los que rechazan la idea de la “una comunidad global” por la idea de tener su “propia” comunidad.
Si bien para los observadores o para las personas “de afuera” como nosotros, puede ser difícil entender la identidad en particular de un grupo o marcar donde termina y comienza la otra, para los miembros de ese grupo es clara y se define en comparación con lo que el otro grupo no es. Pueden ser diferencias étnicas difíciles de percibir como la que existen entre los serbios y croatas, hutus y tutsis, o de manera conversa, ser tan grande como lo sean sus propias diferencias percibidas. Lo que hace que estas creencias sean tan poderosas no descansa necesariamente en los hechos, sino en la habilidad de un líder o líderes en desencadenar estas redes emocionales.
¿Cómo fue posible que dos terceras partes de los judíos que vivían en Europa fueran asesinadas por los nazis y sus colaboradores? Examinar la casi destrucción del judaísmo europeo requiere de una investigación de cómo eran definidos los judíos por sus asesinos. Los alemanes tenían la convicción que existían diferencias genéticas entre los seres humanos y que por lo tanto era justificable clasificar a las razas en base a la superioridad de unas sobre otras. Para ellos, sólo los hombres superiores o “arios”, eran la raza que creaba la cultura. Los chinos y los japoneses sólo eran cargadores de la cultura. El término “subhumano” se reservaba a los eslavos y a los negros. Finalmente, el término y la clasificación de un “no-humano”, se reservaba exclusivamente a los judíos. Afirmaban que la mezcla entre razas sólo conduciría a una deterioro del valor de su raza.
De acuerdo con la ideología nazi, la raza aria podría reinar en el mundo si mantenía su pureza. Los arios entonces representaban la perfección de la existencia humana, mientras que los judíos representaban todo el mal de la existencia humana. En contraste con otros episodios de persecución en la historia, no existía una escapatoria para los judíos. Ni saliendo del país, ni cambiando de religión. A los judíos no se les veía como personas sino como parásitos que envenenarían al resto de la sociedad aria.
En el caso de la Alemania de Hitler, la pregunta inicial que nos viene a la mente es ¿cómo fue posible que una cultura que vivía en el centro de Europa y que había alcanzado una de las más grandes civilizaciones jamás conocidas, fuera capaz de perpetrar una guerra de aniquilación y mantenerse firme en ella incluso cuando ya sabían que no podrían triunfar como sucedió durante la Segunda Guerra Mundial? ¿Cómo fue posible que uno de los pueblos más cultos del mundo fuera arrastrado de esa manera por la ideología nazi? ¿Nos podría ocurrir a nosotros si alguna vez viviéramos en una situación tan precaria económicamente como la que vivieron los alemanes después de la Primera Guerra Mundial, y un líder nos señalara que la culpa de todo la tiene determinado grupo religioso o étnico?
A mi regresó muchos amigos y colegas me han comentado que están saturados con el tema del Holocausto y cuestionan por qué no ponemos más atención en hechos que tal vez hayan sido igual o más brutales, como las tragedias en Kosovo, Ruanda, la de los armenios etc. Mi respuesta es que el sadismo, la brutalidad, el tormento o la agonía de cualquier ser humano no debe de tener una calificación. El dolor de las familias de campesinos mexicanos que murieron en Acteal, no es ni peor ni menos dolorosa que el de otro ser humano en otro continente. Tratar de clasificar una tragedia por encima de otra es en si mismo repulsivo. ¿Por qué entonces estudiar e insistir en la necesidad de enseñar el Holocausto? ¿Por qué yo, mexicano, no judío, que nací años después de estos acontecimientos tengo que conocer lo que sucedió?
¿Por qué tengo que transmitir esta experiencia? Por una parte porque creo que el genocidio que se vivió en Europa -total, global y puramente ideológico- se puede repetir. En un siglo marcado por las luchas de nacionalismo, de religión, de actos xenofóbicos, racistas, antisemitas, de genero, de etnicidad; estos hechos se pueden repetir. Tal vez no con las mismas manifestaciones, pero en actos parecidos. La limpieza étnica en Kosovo, las hojas de odio en Internet, las marchas del Ku Klux Klan en el Bronx, el resurgimiento de grupos neonazis en Europa, el desprecio indígena, éstas y muchas otras manifestaciones del miedo al otro, son todas, en grados distintos, muestras que dentro del ser humano puede existir la semilla del odio al otro. ¿Qué podemos hacer?
Por una parte considero que debemos reconocer y enseñar, que la diversidad cultural, racial, y de nacionalidades nos hace más ricos y mejores. Por otra parte, tenemos que enseñar la Shoá, porque en ella vemos reflejadas todas los sentimientos a los que es capaz de llegar el ser humano – desde la maldad y el sadismo más absoluto, hasta el valor de los que en los campos cuidaban a su prójimo aun a costa de la vida propia- enseñándonos el valor de la dignidad humana y la responsabilidad moral a la que todos podemos aspirar como seres humanos.
¿Debemos ignorar la advertencia del Holocausto? No, tenemos que transmitirla. Precisamente porque creo en la vida y en la libertad, sé que el individuo tiene la opción: podemos escoger entre la convivencia o el odio; la vida o la muerte.
Al examinar el testimonio de aquéllos que no perdieron su humanidad durante el Holocausto y pudieron reconstruir su vida, podemos constatar que la visión que se dio después de la Shoá de que el hombre es malo por naturaleza, es incorrecta, ya que todos somos sujetos a nuestra voluntad individual.
Esto significa que el hombre, como tal, es capaz de crear o destruir, y que dentro de nosotros puede existir el ímpetu de la muerte del otro y por consecuencia de uno mismo, o como diría Bergson, a la fuerza creadora y a la necesidad de vida, que se refleja en el amor al otro. Bajo ciertas condiciones, quizá podríamos ser el perpetrador. ¿Por qué no convertirnos en el liberador?
Cerrar nuestros ojos a los eventos de odio que se dan en el mundo, negar los hechos, como los del Holocausto, aunado a las características de conformismo y obediencia ciega hacia líderes negativos, puede llevarnos a perder nuestro poder de elección, nuestro poder de creación, nuestro poder de perseguir metas individuales, nuestro poder de tener opciones, nuestra capacidad a la libertad.
Estoy convencido que la única manera de evitar la masificación de nuestra sociedad es a base de la educación. Forjemos individuos, no seguidores que no tengan la capacidad de cuestionar. Como dijo Shimon Peres en una visita a la Universidad Anáhuac, “enseñemos a los jóvenes a aprender, a cómo aprender”. Esto es más importante que enseñarles datos y cifras frías. Una persona con capacidad crítica es una persona libre. Esta persona no sólo no tendrá miedo, sino que defenderá por siempre el derecho a la diferencia y aprenderá más de sí mismo viviendo con personas de diferente credo y nacionalidad. El recordar la Shoá hoy es el primer paso. Entender lo que vino después de la Segunda Guerra Mundial con el racismo, el antisemitismo, la xenofobia, las luchas nacionalistas, es nuestra siguiente responsabilidad. Finalmente, tal vez lo más importante es que jamas debemos permanecer como observadores pasivos frente a las violaciones de los derechos humanos de nuestros vecinos; a la tortura, a los asesinatos, al genocidio, o, esperemos, a un evento que nunca se vuelva a dar, a una tragedia como el Holocausto. Está en cada uno de nosotros tomar la iniciativa para evitarlo.
La discriminación entre los seres humanos por motivos de raza, color u origen étnico tiene dimensiones tanto en el ámbito personal como global. En el ámbito individual, es un atentado contra la dignidad humana de todos nosotros, y en el ámbito internacional un obstáculo para las relaciones amistosas y pacíficas entre todas las naciones y un hecho susceptible de perturbar la paz y la seguridad entre los pueblos.
Por el hecho de que todos somos seres humanos, si somos testigos de que maltratan a un migrante mexicano en el extranjero, debemos verlo como un atentado contra nosotros mismos; cuando vemos campos de concentración hoy en 1999, también debemos considerarlo como algo personal; cuando vemos miles de refugiados sin casa y separados de sus familias, huyendo a las masacres de odio que se dan en sus países, es personal. Cualquier violación a los derechos humanos de cualquier ser humano, es personal. En cualquier momento la podríamos sufrir nosotros.
No podremos construir el futuro, si hoy, no nos aseguramos que estamos construyendo una mejor y más humana civilización, aprendiendo sobre el pasado. Como dijo el filósofo vitalista Enrique Blondel, “la gente no es, sino que se hace.” Yo, quiero utilizar esta frase para decir que el mundo no es, lo tenemos que hacer un lugar de seres humanos libres, tolerantes, con capacidad crítica, pero sobre todo; con una gran sensibilidad humana. Esta es hoy nuestra tarea.
*Fernando González Saiffe es Coordinador de la Licenciatura en Relaciones Internaciones en la Universidad Anáhuac y Asesor de la Subsecretaría de Naciones Unidas en la Secretaría de Relaciones Exteriores. Es abogado y tiene una maestría en Relaciones Internacionales por The Fletcher School of Law & Diplomacy.
Participante del “Viaje de Estudios a Polonia e Israel” para académicos mexicanos organizado por Tribuna Israelita en octubre de 1999.