Crecí durante la década de 1950 en Polanco, allí me hice amiga de unos vecinos, a casa de quienes mi mamá no me dejaba jugar: Eran judíos. Con el tiempo, en la Universidad, encontré otros amigos y amigas judías con quienes me identifiqué profundamente, mucho más que con otros muchos compañeros católicos como yo. Destaca mi entrañable amistad con Larissa. Durante el tiempo que realizamos la investigación sobre una familia mexicana, platicamos muy larga e intensamente sobre nuestras raíces comunes mediterráneas y religiosas. Poco a poco, me fui acercando a ese grupo extraño al que pertenecían mis amiguitos a quienes mi mamá veía con recelo.
Lo curioso es que fue precisamente ella quien nos invitó a acercarnos más a los judíos. Mi sobrina mayor, quien es médico y vive en Canadá, le escribió a su abuela, mi mamá, que tenía un novio judío. Mi mamá, a sus setenta años, voló a la tundra a darle el visto bueno al prospecto para nieto. A su regreso, su sonrisa y sus fotos haciendo cross country y recorriendo la tundra con Charlie en skidoo, fueron suficientes para entender que había adoptado un nieto judío, del cual, con el tiempo, tendría bisnietos judíos.
Mis conversaciones con Charlie sobre las diferencias entre judíos y cristianos me hicieron comprender que son básicamente de orden político más que religioso. Su boda en Montreal, en una casa que bien podría estar en Polanco, me afirmó nuestras semejanzas. Sin embargo, la comida árabe y la ceremonia de la henna, me hicieron notar algo que yo sabía pero sin claridad: también tenemos diferencias culturales, dependiendo del origen del grupo social al que pertenecemos.
Platico esta pequeña historia para enfatizar la excitación y enorme curiosidad intelectual y emocional que me produjo la invitación que recibí de Tribuna Israelita de realizar la Marcha de la Vida como un viaje de estudios sobre la historia del pueblo judío. Los judíos, ese pueblo tan lejano y cercano, me invitaba a conocerlo y a participar con ellos de su tragedia y triunfo.
A pesar de mis contactos personales, emocionales e intelectuales con el pueblo judío, mi conocimiento sobre su historia era mas bien del orden del sentido común. Especialmente en lo que al Holocausto se refiere, yo soy mexicana de la generación de la postguerra y por lo tanto, consideraba dicho episodio como muy lejano y ajeno. Las conferencias que organizó Tribuna Israelita sobre historia del pueblo judío y las lecturas que alcancé a hacer antes del viaje despertaron en mí una serie de preguntas que sirvieron de aliciente durante el viaje:
¿Qué había sucedido en Europa y especialmente en Alemania para que se diera un fenómeno así? ¿Qué significaba la creación del Estado de Israel para el pueblo judío? Pero, sobre todo, mi pregunta principal era ¿Por qué tenían tanto interés en invitar a un grupo de académicos mexicanos a Polonia e Israel?
Raquel Hodara, nuestra maestra en Varsovia, me contestó rápidamente la última de mis preguntas: Recordar para no olvidar y no repetir. Al repasar esta oración escuchando a Raquel en el camión, el ghetto, los campos, el hotel, el desayuno, la cena, cotejado con lo que yo había vivido, leído y estudiado sobre hombres que vivieron la Shoa, comprendí su trascendencia y alcance. Es más, entendí la importancia de plantearse más preguntas como aquellas que me hice al inicio del viaje para, quizá jamás entender porque la locura jamás se entiende, pero sí para comprender los fenómenos sociales, políticos, históricos y culturales que condujeron a la muerte de millones de mujeres, hombres, niños y ancianos indefensos.
A continuación comentaré algunas de éstas, con el afán de invitar a académicos, gente de trabajo, jóvenes y viejos, judíos y cristianos a realizar el esfuerzo de buscar sus respuestas, para ante ellas poner en práctica ciertas acciones que eviten las locuras de los hombres y podamos construir un futuro más rico y pleno para todos.
Desde la Historia y la Antropología Social, mi tema, una de las preguntas que me surgió fue ¿cómo fue posible que después de tantos siglos de convivencia relativamente tranquila en Europa, de repente, ante el fenómeno de la aparición de los Estados Nación, la presencia de una nación dentro de otra mayor desatara tal furia? Y esta pregunta a principios del siglo XXI, cuando los distintos grupos étnicos demandan la posibilidad de convertirse en naciones dentro de otras mayores cobra una vital importancia. ¿Hasta dónde los intereses particulares de los distintos grupos en interrelación irritan unos a otros hasta incitar a uno a buscar sistemáticamente la aniquilación del otro?
Desde el punto de vista religioso me surgen otro tipo de preguntas: ¿cuáles son las grandes diferencias entre judíos y católicos? ¿pueden superarse a través del diálogo, a lo largo del tiempo? Encuentro, sin ser especialista en religión, el segundo el político ¿podemos o queremos cambiar? Creo que aún para responder a estas interrogantes es necesario investigar desde la Antropología, la Historia y la Religión.
Por lo pronto, Julia Palacios y yo reflexionamos con nuestro Rector, el padre Enrique González Torres sobre ello, y hemos convenido en reiniciar el Centro de Estudios sobre el Pueblo Judío, en la IBERO. Nuestra intención es invitar a nuestra comunidad universitaria a reflexionar y a esforzarse a contestar éstas y muchas otras preguntas.
* Doctora en Ciencias Sociales, con especialidad en Antropología Social en la Universidad Iberoamericana. Coordinadora del Posgrado de Antropología Social en la UIA. Participante del Viaje de Estudios a Polonia e Israel organizado por Tribuna Israelita.