Los prejuicios en contra de los distintos grupos humanos son lacras que el hombre ha arrastrado a lo largo de su historia. Este rechazo que se dirige, en la mayoría de los casos, hacia el conjunto de individuos que tiende a comportarse en forma diferente, ha fomentado virulentas formas de discriminación y represión que han desembocado en masacres de enormes proporciones. Las consecuencias de este tipo de prejuicios van más allá de las motivaciones originales ya que, eventualmente, rebasan al grupo discriminado y afectan a la sociedad en su conjunto; tal es el caso de las persecuciones de los curdos en Irak, los baháis en Irán y los sikhs en la India, reflejo de las tensiones sociales que padecen estos países. En este contexto el prejuicio de grupo más antiguo es, sin duda, el antisemitismo. Desde hace más de dos mil años los judíos han sido perseguidos por infinidad de causas. Han fungido en numerosas ocasiones como chivos expiatorios al ser culpados de las crisis que se viven en determinadas sociedades. Los movimientos de carácter antisemita representan una afrenta para el pluralismo y la democracia en el mundo. Han logrado anular el sentido de justicia y el ejercicio de los derechos humanos. El odio hacia los judíos data de siglos atrás, pero el antisemitismo como concepto, surgió en el año de 1879 con el panfleto La Victoria del Judaísmo sobre el Germanismo escrito por el periodista alemán Wilhelm Marr, quien señaló que la cuestión judía no constituía un antagonismo religioso sino racial. El antisemitismo se origina en el mundo pagano. En la sociedad griega se permitía la libertad de cultos siempre y cuando no se atentara en contra de la legitimidad de sus dioses. Sin embargo, los conceptos judíos del monoteísmo y la igualdad entre los hombres representaban una amenaza para la estabilidad del sistema clasista que imperaba en aquella época. Más adelante, cuando los romanos asumieron el control sobre Judea en el año 63 a.e.c., reconocieron al judaísmo como una religión lícita, pero la insistencia de los judíos en negar a los dioses del Imperio y en vivir de acuerdo a sus leyes -que los separaban del resto de la población- antagonizó a las autoridades romanas que empezaron a manifestar su rechazo hacia este grupo. Algunos emperadores, filósofos y pensadores expresaron ideas negativas sobre éstos últimos, como fue el caso de Cornelio Tácito quien afirmaba: “Los judíos consideran como profano todo lo que para nosotros es sagrado y adoran lo que aborrecemos”. (1) Por su parte, el emperador Calígula acusó a los judíos de ser los enemigos de los dioses; eran los únicos que se empecinaban en negar la divinidad del gobernante y estos mismos judíos insistían en adorar a un Dios cuyo nombre no pronunciaban. (2) La situación para los judíos se recrudeció cuando en el año 313 e.c. el cristianismo se convirtió en la religión oficial del imperio romano. En la campaña para ganar nuevos adeptos, la Iglesia recién formada utilizó los sermones para desacreditar al judaísmo. Con rapidez se difundió el argumento de que los judíos constituían el pueblo deicida y se condenó a todas las generaciones de judíos a ser portadores de la marca de Caín. Así se creó el estereotipo antisemita basado en la religión, mismo que ha perdurado por más de 16 siglos. Para el siglo XI, cuando el papa Urbano II inició las Cruzadas, la Iglesia había convertido a la gran mayoría de los habitantes de Europa a su fe. El fervor religioso agitó a las masas con consignas como: “Debemos ir a combatir contra los enemigos judíos, raza más enemiga de Dios que ninguna otra”. (Gilbert de Nogent, cronista) (3) Fruitolf (4), otro cronista de la época, describió cómo pasaban los cruzados por las ciudades, matando u obligando al bautismo forzado a los judíos. Para el año de 1096 la población enardecida de Europa masacró brutalmente a decenas de miles. El antisemitismo se intensificó a tal grado que a los judíos se les acusó de cometer crímenes rituales. Así se conformó el estereotipo antisemita basado en la superstición. Este estereotipo adjudicó a los judíos características diabólicas. Se popularizó la imagen del judío sobrenatural que perdía su forma humana y, en las muestras de expresión culturales y artísticas se le representó como un ser viejo y feo. Esto llegó a proyectar al judío como un ser malévolo, ya que en el medievo la apariencia física era considerada como reflejo del alma. Las falacias que se difundieron durante esta época provocaron que en 1215 el papa Inocencio III ordenara que los judíos llevaran un signo que los diferenciara del resto de la población. Esta disposición se estableció en el IV Concilio de Letrán (art. 67-70): En las regiones en que los cristianos no se distinguen de los judíos por su vestimenta, los cristianos tuvieron relaciones con los judíos. Con el objeto de que tales enormidades no puedan excusarse en lo futuro, alegando error, se ha decidido que de ahora en adelante los judíos de ambos sexos se distingan de los otros pueblos por su vestimenta. A los judíos se les expulsó de la sociedad feudal y se les marginó de muchas actividades laborales. Se les prohibió la concesión y posesión de tierras, y tan sólo se les permitió dedicarse a la usura, lo cual provocó el rechazo del resto de la población. A partir de esta época surgió la imagen del judío usurero y explotador, y así, se creó el estereotipo antisemita basado en nociones económicas. A pesar de que esas formas de discriminación prevalecieron durante la Edad Media los judíos tenían cierta libertad para profesar su credo. No fue sino hasta 1478 cuando la situación cambió: el papa Sixto IV creó la Inquisición con el objeto de castigar a los herejes. En 1482, en España, el Gran Inquisidor Tomás de Torquemada ordenó que los herejes debían ser el eliminados. Por su parte, en 1492, los Reyes Católicos firmaron el Edicto de Expulsión de los Judíos de España . Los que pretendían quedarse tenían que convertirse al cristianismo y se establecieron los Tribunales del Santo Oficio con el objeto de investigar la legitimidad de estas conversiones. Algunos de los judíos fieles a su religión huyeron de España, Portugal y de otros sitios en donde la Inquisición se había establecido. Los que permanecieron adoptaron fingidamente el cristianismo y recibieron el nombre de criptojudíos. Muchos de ellos murieron en la hoguera al ser descubiertos y acusados de judaizantes. Más adelante, en el siglo XVIII, los postulados de la revolución francesa promovieron la emancipación legal y social de los judíos, quienes obtuvieron la igualdad de derechos en Europa occidental. Esta emancipación que por primera vez permitía la integración de los judíos a una sociedad cristiana generó actitudes de hostilidad. En teoría, las ideas de igualdad les permitían ascender en todos los ámbitos de la nación, pero en la práctica provocaron una mayor competencia y fomentaron una actitud de rechazo. Incluso figuras de la Ilustración, como Voltaire, expresaron ideas antisemitas. Esto se evidencia en ciertos pasajes de su Dictionnaire Philosophique, en donde 30 de los 118 artículos versan sobre los judíos y casi siempre los describe en forma negativa. Tal es el caso del siguiente inciso: “Judíos: son un pueblo completamente ignorante y bárbaro en el que hace tiempo coinciden la avaricia más sórdida, la más detestable superstición y un odio insuperable hacia todos los pueblos que los toleran y les permiten enriquecerse” (Dictionnaire Philosophique de Voltaire, 1769, edición de J. Benda-R. Naves 1936). A mitad del siglo XIX la Europa occidental sufrió una gran transformación al entrar en la era de la Revolución Industrial. Las estructuras tradicionales se vieron seriamente afectadas y se produjeron cambios demográficos y sociales; crecieron las ciudades, se debilitó la religión y la clase media perdió la posición que había obtenido. Era éste un clima propicio para que los sentimientos antisemitas latentes por tantos siglos en la sociedad europea afloraran con toda su fuerza. No fue la primera vez ni sería la última en que se manifestaría este patrón de conducta. De esta manera se señalaba a una minoría plenamente identificada como responsable de los momentos difíciles que se vivían. Fue en estas circunstancias cuando surgió en Francia una de las manifestaciones más dramáticas del antisemitismo moderno. Alfred Dreyfus, oficial del ejército francés, fue acusado injustamente de vender secretos de Estado a los alemanes simplemente por el hecho de ser judío. Destacados intelectuales como Emile Zolá reconocieron en estas difamaciones un acto vergonzoso para el pueblo francés que se dejó arrastrar por corrientes discriminatorias. En su famosa carta titulada Yo Acuso, Zolá denunció al gobierno y al pueblo francés por lo que consideraba un crimen contra la humanidad. Para los antisemitas de principios de siglo XX, el judaísmo era todo aquello que se oponía a la conservación de las jerarquías sociales. Las nuevas corrientes fueron acumulando muchas visiones negativas del judío y el odio latente encontró por fin el terreno fértil para su evolución en Adolfo Hitler, quien pretextando la pureza racial planeó
exterminar a los judíos. Encontró eco entre decenas de miles de seguidores. Hoy en día, el antisemitismo ha adquirido una nueva vertiente: el antisionismo. Con esta bandera se niega a los judíos el derecho a su autodeterminación y a poseer su propio Estado. Al sionismo, movimiento de liberación del pueblo judío, se le ha asociado con las corrientes políticas más retrógradas como el colonialismo y el racismo. El antisemitismo es un fenómeno acumulativo que se ha alimentado de las hostilidades generadas por las circunstancias propias de cada época. A su vez, ha tenido la enorme capacidad de transformarse para satisfacer las necesidades catárticas de sociedades en crisis. Este documento pretende explicar los orígenes y el desarrollo de los distintos estereotipos del antisemitismo y mostrar los fundamentos que contradicen estos infundios.