Por la experiencia. Mtra. Julia Palacios*
Nunca Jerusalén se había visto tan bella. Las murallas de la ciudad antigua se extendían como brazos abiertos para recibirnos amorosamente. Nuestras almas cansadas y nuestros corazones tristes ahí encontraron refugio. El nombre de Ciudad Santa tomaba sentido y la sensación de estar finalmente en la tierra prometida era verdaderamente real.