En febrero de 1896 sale a la luz pública El Estado Judío de Teodoro Herzl, documento que constituiría el fundamento ideológico del sionismo, como movimiento de liberación nacional del pueblo judío.
Desde entonces, el sionismo ha transitado por distintas etapas. En un primer momento sus ideólogos y seguidores buscaron traducirlo en una estructura operativa además de atraer adeptos entre los judíos del mundo y la comunidad de naciones. Posteriormente, y ante el impacto incomensurable del Holocausto, el sionismo funge como motor de la redención nacional del pueblo judío a través de la creación del Estado de Israel. Más adelante se centró en la tarea de convertirse en refugio para todos aquellos judíos cuya existencia física y espiritual peligrara.
A partir de la década de los setentas el sionismo fue asociado con la agresión, el colonialismo y el racismo, actitud que culminó con la resolución 3379 adoptada por las Naciones Unidas en 1975, misma que equiparaba el sionismo con el racismo. Al reconocerse que esta injusta medida había afectado negativamente la imagen del sionismo, del Estado de Israel y de los judíos y que, a la vez, había servido como arma para un sinfin de ataques antisemitas, fue derogada el 16 de diciembre de 1991.
Hoy en día, a raíz de las transformaciones geopolíticas y las nuevas circunstancias generadas en Medio Oriente por el proceso de paz, el sionismo enfrenta nuevos desafíos. Pasado un siglo de la publicación del documento básico de Teodoro Herzl se antoja un análisis retrospectivo de lo que ha significado el sionismo tanto dentro de la trayectoria judía como en el marco de la historia del siglo XX.
Orígenes del sionismo
El movimiento sionista se inserta en el proceso histórico de emancipación que se inició en Europa con las primeras revoluciones nacionales, a través de las cuales se aspiraba a despertar la conciencia de los pueblos en base a la existencia de un común denominador entre distintos grupos sociales y geográficos que compartían un idioma y un origen histórico.
A pesar de que los judíos se encontraban dispersos en numerosos países, asimilándose a ellos, el movimiento sionista defendió la concepción de la “unidad judía” y apeló a la memoria histórica y religiosa para movilizar el retorno a Eretz Israel (la Tierra de Israel) después de casi dos mil años de exilio.
Durante las últimas décadas del siglo XIX se generalizó en Europa una ola de creciente antisemitismo. Miles de judíos estaban convencidos que esos ataques eran los últimos suspiros de un odio agonizante. Después de todo, a través de la emancipación, los judíos finalmente se habían integrado a los entornos en los que vivían con la esperanza de neutralizar así una fuente de hostilidad que partía de su supuesta marginalidad. Pero otros, como Teodoro Herzl, estaban seguros de que el renovado antisemitismo no era un fenómeno pasajero, sino que constituía una prueba incontrovertible de que los judíos seguían siendo considerados un elemento negativo, ajeno a las sociedades europeas.
Herzl
Teodoro Herzl nació en Budapest en 1860 en el seno de una familia judía integrada a la cultura austrohúngara, Recibió una educación tradicional en las escuelas locales y cursó la carrera de Derecho en la Universidad de Viena. Tras trabajar para los Tribunales de Viena y Salzburgo, viajó como corresponsal para diversos periódicos y compuso obras teatrales. En 1891 trabajó para el diario Neue Freie Presse de Viena (Nueva Prensa Libre) desde París. En la capital francesa se convirtió en un agudo observador de las costumbres de la época.
En 1895 Herzl presenció el tristemente célebre Caso Dreyfus. Alfred Dreyfus, oficial judío de alto rango del ejército francés, fue acusado falsamente de traicionar a su país en beneficio de Alemania y condenado a prisión perpetua. Dicho episodio fue utilizado para enardecer los sentimientos antijudíos. El virulento antisemitismo que se extendió por todos los sectores de la sociedad gala conmovió a Herzl, quien experimentó un profundo desprecio por las paradojas que no correspondían una nación moderna y secularizada que bregaba por el universalismo y la fraternidad humana. La emancipación del judío que no pudo impedir que Dreyfus -nacionalista y militar francés- fuera culpado injustamente por su condición judía, puso en evidencia la ingenuidad del pensamiento liberal convencional de que la emancipación y la igualdad de derechos resolvería el “problema judío”.
Con una nueva conciencia Herzl reflexionó sobre el tema y el 14 de febrero de 1896 publicó El Estado Judío, ensayo en el que concluyó que la única solución radicaba en el reestablecimiento de un Estado judío. Así, proclamó ante el mundo que los judíos aspiraban a crear un hogar nacional en la tierra de sus antepasados.
La obra provocó multitud de reacciones. Sus ideas parecían demasiado extravagantes y diversos sectores de la sociedad judía lo rechazaron. Decidió entonces dirigirse directamente a las masas del pueblo judío y convocó a un primer Congreso Sionista que se realizó en Basilea, Suiza, en agosto de 1897. Durante este Congreso se promovió la discusión pública del sionismo y, para implementar las resoluciones adoptadas, se instituyó oficialmente la Organización Sionista Mundial (OSM).
Como Presidente de la OSM -cargo que ocupó hasta su muerte en 1904- Herzl inició las gestiones diplomáticas necesarias para impulsar su proyecto, pero carecía de los recursos materiales y de un poder político que lo respaldara. Con el objeto de obtener una “Carta de Privilegio” para el establecimiento de judíos en la tierra de sus antepasados, se entrevistó con el Kaiser de Alemania, con el Sultán de Turquía Abdul Hamid II, con las figuras claves de la Rusia zarista, con el Papa Pío X y con autoridades británicas, sin resultados positivos.
Teodoro Herzl transformó la voluntad en fuerza creadora y trazó las líneas de acción, los métodos y los medios, marcando el tránsito de la pasividad a la acción. Logró, a la vez, traducir a un idioma racional y secular el antiguo anhelo del retorno a Sión.
El Estado Judío
Teodoro Herzl convirtió la búsqueda de una solución nacional al problema particular del pueblo judío en una cuestión debatida por la opinión pública mundial. En su obra resumió los retos a los que se enfrentaba el pueblo judío en la sociedad moderna y explicó la estructura de las organizaciones necesarias para que los judíos conformaran una sociedad en un territorio propio.
“El Estado judío es una necesidad universal, por consiguiente nacerá”. No era una utopía: ‘Los judíos que lo quieran tendrán su Estado y lo merecerán”. La condición desventurada impulsaría a los judíos a resolver su situación. “En los principales países donde prevalece el antisemitismo esto sucede como resultado de la emancipación de los judíos. Cuando las naciones civilizadas fueron conscientes de la inhumanidad de la legislación discriminatoria y nos emanciparon, nuestra emancipación llegó demasiado tarde. Ya no era posible derogar nuestras incapacidades por decreto en nuestros antiguos hogares”.
Consideró al antisemitismo como un remanente de la Edad Media, del cual los pueblos civilizados -aún los más adelantados- no podían deshacerse y abundó en la variedad de persecuciones que habían sufrido los judíos. “Nadie negará la miseria en la que viven los judíos. En todos los países donde se encuentran en número apreciable sufren persecuciones de carácter más o menos violento. Las agresiones aumentan y las persecuciones tienen diverso carácter, según los países y las capas sociales”.
Herzl sostuvo que donde se habían otorgado derechos iguales a los judíos, éstos no podían ser rescindidos porque sería contrario al espíritu de la época y sus propiedades no podían ser expropiadas sin causar grandes crisis económicas. Pero si los enemigos de los judíos no podían deshacerse de ellos, sólo aumentaría su odio, porque “en la nación donde viven todos son, disimulada o abiertamente, antisemitas”. Para Herzl la asimilación no era una panacea, como lo había demostrado la historia. “Los judíos podríamos, quizás, ser totalmente absorbidos por los pueblos en cuyo seno vivimos, si se nos dejara en paz durante sólo dos generaciones. ¡No se nos dejará en paz! Después de breves períodos de tolerancia surge siempre de nuevo la hostilidad. Somos un pueblo: los enemigos hacen que lo seamos, aun contra nuestra voluntad, como ha sucedido siempre en la historia”.
Sólo había una solución obvia y simple: crear un Estado en donde los judíos practicaran la soberanía y contaran con una identidad nacional. ‘Se nos debe conceder la soberanía sobre una porción de la superficie de la tierra adecuada a nuestras necesidades y a nuestras justas ambiciones de pueblo: a todo lo demás ya proveeremos nosotros mismos”.
El éxodo y la construcción de este nuevo Estado no serían actos repentinos, sino formarían parte de un proceso gradual que tomaría varias décadas. Los judíos indigentes irían primero, cultivarían la tierra, construirían caminos, puentes y ferrocarriles y edificarían hogares.
La cuestión judía no tenía tintes religiosos ni sociales, sino nacionales y para resolverla se requeriría de política internacional. Para iniciar y supervisar la construcción del Estado, Herzl contempló el establecimiento de dos agencias: “La Sociedad de Judíos”, que proporcionaría un plan científico y una guía política y, que tendría la autoridad necesaria para hablar y negociar ante los gobiernos en nombre de los judíos. “La Compañía Judía”, organizada según los modelos de las grandes asociaciones comerciales, la cual llevaría a cabo el plan, atendería a los emigrantes y organizaría el comercio en el nuevo país. Estas proposiciones cristalizarían después en el Congreso Judío Mundial.
A lo largo de estos ciento veinticinco años, la visión de Herzl fue tomando cuerpo como resultado de los esfuerzos del propio mundo judío. Por un lado las comunidades judías de la diáspora han encontrado en las sociedades postmodernas, con su énfasis en la diversidad, en la pluralidad y en el respeto a los derechos humanos, marcos que han permitido el desarrollo sin precedentes de identidades individuales y grupales como la judía. En este sentido el diagnóstico de Herzl sobre la imposibilidad de los judíos de vivir como ciudadanos plenamente aceptados en sus naciones de origen ha perdido fuerza.
Por el otro lado, los nacionalismos exacerbados en algunos países experimentan un auge renovado que impide que minorías como la judía logren practicar sus particularidades en un entorno de tolerancia, por lo que la concepción original del Estado judío sigue vigente. El sionismo, hoy en día, deberá ajustarse a ambas realidades.
Así mismo el propio Israel enfrenta, hoy por hoy, polarizaciones culturales, religiosas y políticas. El replanteamiento del perfil del sionismo en el siglo XXI implica entonces, el abordar ésta y otras cuestiones para continuar construyendo la unidad y solidaridad judías.
BIBLIOGRAFÍA
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