Nunca Jerusalén se había visto tan bella. Las murallas de la ciudad antigua se extendían como brazos abiertos para recibirnos amorosamente. Nuestras almas cansadas y nuestros corazones tristes ahí encontraron refugio. El nombre de Ciudad Santa tomaba sentido y la sensación de estar finalmente en la tierra prometida era verdaderamente real.
La Ciudad de la Paz brillaba gloriosa, y como siempre, estaba dispuesta a ser descubierta en cada rincón y en cada esquina, a despertar una vez más, el inagotable asombro de quienes de ella estamos enamorados. La llegada a Israel fue un bálsamo de tranquilidad y fortaleza para el espíritu. La fascinación de estar en un país extraordinariamente joven, en una tierra con miles de años de historia, es una experiencia necesariamente provocadora para los sentidos, la mente y la imaginación.
No vimos más Israel porque no cabría en el tiempo. Pero Israel finalmente no cabe en ningún tiempo, más bien lo atraviesa. Imposible discernir y decidir qué es lo importante y qué puede quedarse “para la próxima vez”.
Nuestros magníficos anfitriones hicieron una labor espléndida, llevándonos de la mano por lugares históricos, mágicos e interesantes, lugares que jamás hubiera visitado un turista “normal”; pláticas y seminarios a los que difícilmente hubiéramos podido tener acceso de otra manera. Las reuniones y encuentros con especialistas y autoridades del más alto nivel, llenaron la visita de un sentido académico y humano. De esta manera, día con día, se iba entretejiendo para nosotros el panorama de la historia, la cultura, la ideología, los logros, los retos y los problemas de Israel.
En medio de los maravillosos vestigios de miles de años de historia, Israel se levanta como el país moderno, lo cual se hace evidente entre otras cosas, en los centros comerciales, los transportes, los productos, los servicios, la industria, la agricultura, la arquitectura -que particularmente me fascina- y claro, ¡los teléfonos celulares!
Israel es también el país dinámicamente joven, representado en la enorme cantidad de jóvenes vitales que se ven por todas partes. Jóvenes de todos tipos, con atuendos ortodoxos y tradicionales, con las ropas de trabajo, con las vestimentas y los peinados de vanguardia, con el uniforme militar.
Y a pesar de que parece que el tiempo se hubiera detenido con las piedras y los escenarios que ponen en evidencia su antigüedad, ahí, dentro de las tradiciones preservadas por siglos, surge un Israel que tiene prisa, que se encuentra en constante movimiento, en actividad, en construcción, en permanente estado de alerta. En donde el acelerado ritmo cotidiano, apenas y toma un respiro cada semana, durante el obligatorio y necesario Shabat.
Israel nos envolvió en su prisa, nos llenó de vitalidad y nos invadió de su magia. Pero más allá de todo esto, Israel en su conjunto, tenía para nosotros una dimensión totalmente diferente. Indudablemente, después de la visita a Polonia, Israel había adquirido ya un nuevo sentido. El Yad Vashem era el recuerdo vivo de una dolorosa realidad que habíamos confrontado unos días antes. Los nombres, los monumentos, las fotografías, ahora tenían un significado especial. Más allá de ser el espacio de la memoria, se convertía en el espacio del corazón. Todo colocado y expuesto con un propósito específico resonaba internamente, e incluso cada árbol en homenaje a los Justos, parecía tener un alma y una voz para narrar las increíbles historias de la Shoá.
De igual manera, el mismo árbol que cada uno de nosotros plantó en Hadassa, evocaba el recuerdo, pero ahora celebraba la vida, testimonio del amor entre los seres humanos, de la hermandad y la conciencia, como diría Santayana, de una historia que no habrá de olvidarse para que jamás vuelva a repetirse. Ninguno de nosotros la va a olvidar.
En todos los años que llevo enseñando Historia Contemporánea y específicamente Historia de los Estados Unidos, jamás en mi mente cruzó, ni remotamente, la realidad de lo que era un Campo de Exterminio, una Cámara de Gas o un Crematorio. La realidad de lo que vi, supera en grado extremo lo que pudiera yo haber imaginado.
Ni Hollywood con sus mejores intentos de reconstrucción histórica, ni las narraciones más cuidadosamente descriptivas y detalladas, se comparan con la experiencia viva de estar ahí.
Aún retumba en mi mente el impresionante silencio de Treblinka. La nada en medio de la nada. El lugar en donde todo se detuvo y paradójicamente en ese vacío estaba la presencia de todo, o tal vez de todos los que ahí se fueron.
Las piedras, perfectamente bien colocadas, erguidas con una dignidad que asombra y gritando, buscando respuestas y haciendo eco como eterno testimonio de lo que ahí sucedió.
Pienso que lo que más me impresionó fue el olor. Ese olor que tenían las barracas en Majdanek, en Auschwitz, en las cámaras de gas. Un olor que ha quedado grabado en mi memoria y que es indescriptible. ¿Será la madera? ¿O el gas? ¿O más bien será el olor del dolor y de la muerte que quedó impregnado en las paredes, en los rincones, en el cabello, en los objetos guardados?
En momentos todo me parecía una pesadilla. La dolorosa pesadilla de un pueblo que se lamenta en duelo. Pero un duelo que en ese momento compartía de manera directa, un duelo que se hacía mío como mujer, como ser humano, como humanidad.
Finalmente la Shoá no es un asunto exclusivo del pueblo judío, porque es sin duda alguna, uno de los eventos más terribles en la historia del siglo veinte, y un acontecimiento único en la historia de la humanidad. La Shoá pertenece a la historia del mundo. Nos compete a todos.
Yo sé que en la pequeña sinagoga en Cracovia, en lo que fuera el espléndido barrio judío, actualmente no alcanzan a reunirse diez hombres para hacer el rezo. Pero ahí está todavía, como lo están las calles, lo que fueran los ghettos, las prisiones y los campos. Porque también están las cenizas, los hornos y los testimonios. Los sobrevivientes. La memoria. Pero sobre todo está la historia que rescata, indaga y reconstruye, que interpreta y recuerda con su actitud implacable: ¡nunca más!
* Julia Palacios es Maestra en Sociología por la Universidad Iberoamericana y candidato a Doctorante en Historia. Fue coordinadora de la Licenciatura en Historia en la UIA y actualmente es docente en la misma institución.
Integrante del Viaje de Estudios a Polonia e Israel organizado por Tribuna Israelita.