Sean todas y todos bienvenidos a esta antigua sede del Senado de la República.
Saludo afectuosamente al:Arquitecto Marcos Shabot, presidente del Comité Central de la Comunidad Judía de México;
A los embajadores Maciej Ziętara, de Polonia;
Peter Tempel, de Alemania;
Zvi Tal, de Israel y;
Jean-Pierre Asvazadourian, de Francia.
Al señor Gilberto Bosques Tistler y a la familia de don Gilberto Bosques Saldívar;
A mis compañeras y compañeros senadores.
La memoria es algo frágil, a veces caprichosa, pero siempre necesaria.
A 77 años de la liberación de Auschwitz, quienes sobrevivieron el Holocausto y fueron la memoria viviente de lo ahí acontecido, en su mayoría ya no están entre nosotros para seguir estimulando nuestras conciencias.
Por ello las conmemoraciones del Holocausto son fundamentales, y las instituciones como el Senado deben ser portadoras de la llama de la memoria.
También corresponde a instancias como la Cámara Alta asegurar que crímenes como los del Holocausto no se repitan.
Después de todo, éste no se perpetró en la oscuridad de la Edad Media o en un continente salvaje, sino en el corazón mismo de Europa, en la Alemania de Goethe, Schiller y Beethoven.
El Holocausto no fue liderado por las masas. Fueron las élites académicas las que encendieron el fuego. Las y los doctores más prominentes, las filósofas y los filósofos más renombrados; muchas de las mentes más preclaras se sumaron con entusiasmo al partido nazi.
En la conferencia de Wannsee, donde se decidió la solución final, la mitad de quienes se sentaron alrededor de la mesa eran médicos, y ellos determinaron que había que exterminar a los 11 millones de personas judías de Europa.
Entre más leo sobre el Holocausto, más constato la necesidad de contar con leyes que defiendan los derechos humanos de todas las personas.
Las atrocidades del Holocausto son un recordatorio para las senadoras y los senadores, pero también una exigencia, para seguir construyendo un cuerpo normativo que combata la discriminación de cualquier tipo, que proteja los derechos humanos, que resguarde la diversidad, y que lo haga con celeridad.
El ejemplo de quienes, como don Gilberto Bosques, aun a costa de estar en riesgo su integridad física, pusieron sus servicios en favor de la vida y la dignidad humanas nos impulsa a coincidir en la diversidad, para seguir construyendo el marco jurídico que brinde certeza y justicia a quienes la reclaman.
La realidad es que en México, en muchas ocasiones, parece que la justicia ha sido la gran olvidada, ya sea por falta de medios materiales o de recursos económicos; por una cuestión de organización dentro del aparato jurisdiccional o por el aumento en la interposición de procedimientos.
Lo cierto es que nuestra justicia se ha caracterizado por presentar retrasos alarmantes.
Este escenario recurrente está socavando nuestro Estado de derecho, menguando los derechos y las libertades de la población y rebajando los estándares de competitividad de nuestro país.
La justicia no debe ser para unas cuantas personas, sino erigirse como una auténtica necesidad y un legítimo derecho de todas y todos.
Por el tema que sea, tarde o temprano, todas las mexicanas y los mexicanos tocarán las puertas de la justicia, buscando la protección de sus derechos.
En tal sentido, como en toda democracia, debemos construir un Estado de derecho robusto, en el que las leyes sean eficaces, observadas y aplicadas;
– que den certeza jurídica en el ejercicio de derechos y el cumplimiento de responsabilidades, en el marco de una auténtica división de poderes, en que cada uno de éstos goce de independencia;
– en que el poder público sólo pueda hacer aquello que la ley le faculta, y las personas gobernadas puedan realizar todo lo que no les ha sido expresamente prohibido para su convivencia en sociedad,
– y en el que, si los derechos de las personas son violentados, existan mecanismos para subsanar las afectaciones producidas.
– Un Estado de derecho sólido en el que la justicia jamás se supedite a la política, y menos a caprichos y odios personales.
Resulta difícil de aceptar que, a 77 años del Holocausto, el antisemitismo y otras ideologías xenófobas estén reviviendo en el mundo.
Frente a las injusticias y a las tropelías, no podemos actuar con neutralidad ni con tibieza. Tampoco de manera tardía.
En el caso del Holocausto, la justicia llegó tan tarde que no fue capaz de impedir la muerte de 6 millones de personas, entre ellas, un millón de niñas y niños.
Tenemos que colocarnos siempre en el lado contrario al de los opresores, con contundencia, con presteza, sin contemplaciones y sin tibieza.
No se defiende a alguien por su filiación política, su religión o cualquier otra condición, sino por el mero hecho de impedir que sus derechos sean ignorados y su condición humana vulnerada, especialmente por las autoridades que deben protegerlos.
El filósofo Karl Popper se preguntó si debemos tolerar la intolerancia. Su respuesta fue un no contundente, y aseguró que “Si extendemos la tolerancia ilimitada, aun a aquellos que son intolerantes; si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto como ellos, de la tolerancia”
Como senadoras, como senadores, tenemos la gran responsabilidad de no guardar silencio al encontrarnos con actos que no se pueden tolerar ni repetir, pero también la de construir las leyes que eviten que estos crímenes se vuelvan a cometer.
“No podemos cambiar el pasado —afirmó el rabino Jonathan Sacks—, pero si nos negamos a olvidarlo, podemos cambiar el futuro”.
Y yo agregaría: si construimos un Estado de derecho sólido, podemos cambiar el futuro de México.
Muchas gracias.