Cuando los fascismos perdieron la guerra en 1945, se pensó que con ellos se acabarían las posiciones políticas basadas en el odio y la intolerancia.
Sin embargo, el fin de la guerra no terminó con ellas. Hoy vemos con preocupación que han regresado con fuerza discursos y agendas políticas que atacan abiertamente a ciertos grupos de población, y que buscan restringir sus derechos o libertades.
Cada vez es más común escuchar a partidos y líderes políticos repetir discursos xenofóbicos, racistas, misóginos y también antisemitas. Y vemos con preocupación que muchos de estos discursos se han usado para llegar o mantenerse en el poder.
El antisemitismo tiene tres factores discriminatorios que se reúnen: la xenofobia, considerar extranjeras a las personas judías; racismo, considerar de otra raza a los semitas con menos derechos; y el religioso, al no ser cristianos en la cultura occidental.
No debemos olvidar que el odio a quien “es diferente” empieza poco a poco, con prejuicios que se trasmiten durante nuestros primeros años. Empieza en los hogares, con las primeras palabras, con los gestos y expresiones de rechazo ante quienes “no son como nosotras”. Les hablo de prejuicios como que las y los migrantes son invasores o un peligro para el país, como muchos alegan desde la llegada de las llamadas caravanas migrantes.
Los prejuicios después se insertan en las instituciones sociales como la familia, la escuela o el trabajo y se convierten en prácticas discriminatorias que dejan a ciertos grupos sin poder disfrutar de sus derechos o libertades. Esta lógica es la misma que siguieron los fascismos, y que terminó en la tragedia del Holocausto.
Es por eso que, hoy más que nunca, debemos insistir en que los prejuicios no son inofensivos y que las prácticas discriminatorias que generan no son irrelevantes.
El papel de los Estados es central para eliminar o la discriminación y los prejuicios. Con sus leyes y políticas pueden combatirlos abiertamente o permitir que se mantengan en todos los ámbitos sociales. Los regímenes fascistas, por ejemplo, hicieron de la discriminación una política de Estado.
El papel de la educación es central para que no haya olvido y se debe incluir en la historia las tragedias que ehmos sufrido para no olvidarlas y no repetirlas. Yad Vashem, perpetuemos los nombres de las víctimas.
Para el Gobierno de México el combate a la discriminación por cualquier motivo prohibido es parte de su lucha contra la desigualad social. Por eso vamos a concentrar nuestros esfuerzos en eliminar prácticas discriminatorias clave en los ámbitos de salud, educación, trabajo, seguridad social y justicia.
En ese esfuerzo contamos con las instituciones clave de estos ámbitos, pero también con aliadas y aliados tan importantes como el Museo Memoria y Tolerancia y la Comunidad Judía en México.
Tenemos la obligación de evitar que se repita ningún horror remotamente similar al Holocausto. Recordar a sus víctimas y combatir la discriminación son parte del camino para lograrlo.