Durante los últimos años, la mayor parte de los países del Medio Oriente y del Norte de Africa han sufrido una serie de transformaciones radicales en todos los renglones, que han conllevado la gradual extinción de diversas minorías. Reportes presentados por organismos abocados a los derechos humanos, como Amnistía Internacional, dan cuenta de que estos grupos minoritarios experimentan todo tipo de limitaciones que ponen en entredicho su sobrevivencia como colectividades.
Entre estas minorías se encuentra la judía, cuya presencia en las distintas naciones árabes se remonta a la antigüedad.
Desde el siglo IV antes del surgimiento del Islam habitaron en la Península Arábiga múltiples comunidades judías que iniciaron una estrecha convivencia con sus vecinos. Esta situación se modificó cuando, en 622 e.c. el Profeta Mahoma y sus seguidores iniciaron su Hejirá o éxodo de la Meca a Medina para establecer al Islam como religión universal. Mahoma pensó que los judíos acogerían su nueva religión como la verdadera y, cuando éstos rechazaron su prédica, se convirtió en su enemigo. Su reacción violenta hacia los judíos la plasmó en el Corán -libro sagrado musulmán- en donde llamó a la guerra santa en contra de todos los infieles.
“Oh, los que créis. No toméis a los judíos y cristianos como amigos; los unos son amigos de los otros. Quien de entre vosotros los tome por amigos será uno de ellos. Quien no cree en Alá será castigado”. (56/51)
“La religión ante Dios, consiste en el Islam. Aquellos a los que se les dio el Libro no han discrepado sino después de que les vino la sabiduría, por inquidad mutua. Quien no cree en Alá será castigado”. (17/19)
Bajo el Islam los judíos han sido considerados “dhimmis” (infieles), o ciudadanos de segunda clase, a los que se les debían aplicar impuestos especiales y restricciones de otro tipo. Bajo la aparente libertad de culto se estableció un sistema represivo que perdura aún hasta la fecha. Con todo y todo, los judíos experimentaron una relativa tolerancia hasta finales del siglo XVIII cuando Napoleón conquistó Egipto y los prejuicios antisemitas occidentales comenzaron a inflitrarse en el Medio Oriente.
Con el establecimiento del Estado de Israel en 1948, los árabes -musulmanes en su mayoría- estuvieron en contra de que un país no islámico, considerado dhimmi, existiera como entidad soberana. El rechazo árabe se intensificó, lo que se tradujo en actos violentos, por lo que muchas comunidades judías se vieron obligadas a emigrar para escapar de las condiciones represivas. Actualmente, como muchas otras minorías en países árabes, los judíos no sólo se ven expuestos a su condición de ciudadanos de segunda clase, sino que, además, sufren de constantes vejaciones y agresiones.
En el caso de Siria -otrora floreciente y culta comunidad- los judíos se vieron obligados a abandonar el país ante la serie de violentos ataques, discriminaciones y persecuciones. Los judíos que aún permanecen allí, se ven diariamente amenazados y son objeto de arrestos arbitrarios, interrogatorios policiales y torturas. Deben portar una tarjeta de identidad con la palabra Musawi que significa judío en árabe, y se restringe su libertad de movimiento.
Por otro lado, en Irán, los judíos vivieron tranquilamente hasta que el Ayatollah Jomeini institucionalizó el fundamentalismo islámico. Los judíos que permanecen ahí se encuentran en calidad de rehenes, con amenazas constantes y se ven imposibilitados de emigrar. Su situación se ha visto seriamente deteriorada a raíz del virulento discurso antisionista que aparece en los medios de comunicación en apoyo a la guerra santa contra los infieles.
En Libia, como en otros países árabes, la agresión contra los judíos se intensificó con la creación del Estado de Israel, por lo que éstos tuvieron que emigrar dejando tras de sí todas sus propiedades. La vigorosa comunidad de antaño se ha visto reducida desproporcionadamente como consecuencia de los actos antisemitas que se realizaron con frencuencia después del golpe de estado que colocó a Kadafi a la cabeza de Libia.
Así mismo, de los 6 mil judíos que habitaban el Líbano de 1967, hoy en día permanecen menos de 100. A pesar de que éstos no juegan un papel preponderante en la política regional, hay frecuentes secuestros por parte de grupos fundamentalistas que provocan que los judíos vivan constantemente amenazados.
En Yemen los judíos vivían como parias. En 1948 comenzaron a emigrar y los que permanecieron fueron expulsados de sus ciudades y se vieron obligados a vivir en ghettos fuera de las grandes urbes. Estas condiciones tan desagradables provocaron que los judíos yemenitas emigraran casi en su totalidad.
En muchos otros países árabes como Argelia, Iraq y Túnez, por ejemplo, los judíos viven en situaciones similares por lo que sus probabilidades de sobrevivencia tanto física como espiritual, disminuyen con el paso del tiempo. Las condiciones actuales son resultado de siglos de convivencia precaria y de una cosmovisión centrada en la supremacia árabe y en la idea de que dos religiones se ven imposibilitadas a convivir en el mundo del Islam.
La gran mayoría de los 600 mil refugiados judíos resultantes de estas olas migratorias llegaron a sus distintos destinos en condiciones sumamente deplorables. Al salir de sus países de origen, en los que habían vivido por generaciones y a donde habían creado su patrimonio, se vieron forzados a abandonarlo todo.
Esta cuestión es omitida cuando se analiza la problemática de los refugiados resultantes de la conflagración árabe-israelí. Cualquier acuerdo que permita resolver la situación desafortunada de los refugiados palestinos tendrá que contemplar también, necesariamente, el caso de los refugiados judíos y las indemnizaciones correspondientes.