Tribuna Israelita

Los judíos en países árabes

A pesar de que la presencia judía en el mundo se remonta muchos siglos atrás, las circunstancias de discriminación y opresión bajo las que se desarrolló la vida judía en esta región provocaron que más de 800,000 judíos emigraran desde 1948. Los últimos años han testimoniado la extinción de estas comunidades judías del Medio Oriente y del Norte de Africa, cuyos miembros se encuentran diseminados en los países de la diáspora e Israel; sus propiedades individuales y colectivas requisadas por los gobiernos de sus respectivos países.
Durante el mes de marzo se conmemora el Día Internacional de Solidaridad con la Minoría Judía en Siria. Este fue instituido con el fin de llamar la atención pública mundial por las condiciones de represión en las que vive la otrora floreciente comunidad judeo-siria. Sus miembros se encuentran virtualmente en condición de rehenes del gobierno de Damasco, que los utiliza como carta de negociación en el conflicto árabe-israelí.

Sin embargo, la historia de los judíos en las distintas naciones árabes se caracterizó, no sólo por capítulos de violencia y de hostigamiento sino también por épocas de esplendor y de convivencia.      Los judíos se establecieron en la península arábiga mucho antes del surgimiento del Islam. Ahí se encontraron con los beduinos y quraish, tribus nómadas que habitaban esos territorios desde siglos atrás y que tenían establecido un sistema comercial que abarcaba el desierto y las zonas costeras. Estos paganos adoraban a los elementos de la naturaleza, pero la diversificación de esta devoción alcanzó la unidad en el culto centralizado a la gran piedra negra conocida como la Caba, localizada en La Meca.
Cuando los judíos arribaron a la península en el siglo I, el comercio pagano se activó aún más y con ello florecieron las grandes ciudades. En 70 e.c. los romanos destruyeron el templo de Jerusalem y devastaron la ciudad, provocando que la migración judía aumentara considerablemente. A su llegada, los judíos fundaron comunidades compactas a lo largo de toda la península arábica, mismas que se enriquecieron con la participación de los nativos que se sintieron atraídos por el judaísmo.
El espíritu emprendedor de los judíos coadyuvó a revivir la prosperidad que las tribus paganas habían logrado. Introdujeron artesanías que se transformaron en parte de la cultura popular; incorporaron el cultivo de nuevos frutos como el dátil; ayudaron a construir nuevas ciudades, fundaron Medina y le dieron a la Meca un carácter cosmopolita.
Los beduinos y quraish admiraron el monoteísmo ascético judío, su simbolismo y su devoción sin límite por los libros y por la familia. Paganos y judíos tenían muchas cosas en común y vivían en paz.      La situación cambió cuando en 622 Mahoma y sus seguidores iniciaron su Hejirá o éxodo de la Meca a Medina. En esta ciudad, El Mensajero -como se llamaba a si mismo- se encontró con una población muy heterogénea compuesta por clanes politeístas, por tribus judías y por paganos convertidos al judaísmo. Mahoma concentró sus esfuerzos en lograr la conversión al Islam de las diversas tribus paganas desparramadas por el vasto territorio y encontró que la presencia de los judíos había facilitado que estas tribus fueran receptivas al monoteísmo musulmán.
Convencido de que su prédica era la verdad universal, Mahoma pensó que los judíos aceptarían al Islam como nueva religión y que se adherirían a él. Cuando vio que los judíos no sólo no le proporcionaron ayuda sino que incluso lo rechazaron, se convirtió en su peor enemigo. En el Corán -libro sagrado musulmán plasmó su violenta reacción contra los judíos: “La religión, ante Dios, consiste en el Islam. Aquellos a los que se les dio el Libro no han discrepado sino después de que les vino la sabiduría, por iniquidad mutua. Quien no cree en Alá será castigado”. (17/19).
La actitud de Mahoma hacia los cristianos fue un poco más benévola, pero aún así, los enjuició junto con los judíos: “¡Oh, los que creéis! No toméis a los judíos y cristianos como amigos: los unos son amigos de los otros. Quien de entre vosotros los tome por amigos será uno de ellos. Dios no conduce a la gente injusta. (56/51).
De este modo, Mahoma estableció los cimientos de lo que constituiría el antisemitismo árabe, que perdura hasta nuestros días.
Las relaciones de Mahoma con los no musulmanes se dieron sobre las bases tanto de hostilidad como de tregua, ya que el Corán permitía a los musulmanes establecer la paz con sus enemigos cuando conveniera a sus intereses. Los judíos siempre vivieron con el temor de que una nueva interpretación de las fuentes musulmanas los pusiera bajo circunstancias de mayor opresión.
En 624 Mahoma solicitó a la tribu judía de Kainuka que reconociera su misión profética, pero cuando su petición fue rechazada, los judíos fueron expulsados y perdieron sus posesiones. Otras tribus judías sufrieron la misma suerte, hasta que finalmente la tribu de Khaibar se rindió bajo el tratado de la Dhimma, después de un mes de sitio.
En la Dhimma, Mahoma estableció que: Aquel que se aferre a su religión no será apartado de ella, pero deberá pagar una contribución . Con estas palabras, el Profeta permitió a los judíos, entre otros grupos no musulmanes, conservar su religión a cambio de la producción de la mitad de sus cosechas. Poco tiempo después, todos los judíos se sometieron a la Dhimma.
A partir del tratado de Khaibar, los judíos se convirtieron en propiedad del Islam y fueron considerados ciudadanos de segunda clase, o dhimmis, que significa infieles.
Los dhimmis tenían que reconocer constantemente su posición subordinada al Islam y debían usar vestimentas distintivas para que cualquier musulmán los identificara fácilmente.
Fue así como, bajo la apariencia de la libertad de cultos, se estableció un sistema represivo que aún persiste. Tanto los judíos como las otras minorías debían pagar tributos especiales. Esta situación provocó una dicotomía radical entre los intereses de la religión islámica y los del nuevo imperio árabe. Por un lado, los musulmanes, por su espíritu misionero, buscaban la conversión; por el otro les convenía que los judíos se negaran a abandonar su fe por motivos económicos, ya que éstos debían pagar altos impuestos. Cada converso significaba una entrada menos a las arcas nacionales.
Los dhimmis contaban con privilegios especiales como el de la autoadministración de acuerdo a sus leyes religiosas, porque finalmente eran habitantes tolerados mientras no representaran una amenaza a la supremacía política árabe.
Al morir Mahoma la relación negativa entre árabes y judíos no resistió ya que sus sucesores fueron más benignos. La tolerancia musulmana permitió que los judíos tuvieran su propia autonomía, lo que les facilitó continuar con su estilo de vida y preservar sus tradiciones.
Durante siglos los judíos vivieron bajo esta aparente tolerancia, pero la actitud hacia ellos cambió cuando Napoleón conquistó Egipto a fines del siglo XVIII. Se inició así el contacto entre el Medio Oriente y Europa con lo que las ideas antisemitas, que se generaron durante siglos en el continente europeo, encontraron gran aceptación. Rápidamente la tolerancia se convirtió en una creciente hostilidad.
Cuando en 1948 se estableció el Estado de Israel, se incrementó el rechazo árabe hacia los judíos. La concentración judía en una nación no musulmana resultó una afrenta intolerable para las autoridades del Islam, que iniciaron una política de discriminación antijudía. La difícil situación a la que se enfrentaron los judíos en los países árabes, dio como resultado que la gran mayoría de estas comunidades emigrara hacia Israel.
Actualmente, las distintas minorías judías que viven en países árabes no sólo se ven expuestas al estigma de su condición de ciudadanos de segunda clase, sino que además sufren constantes vejaciones y agresiones.
En el caso de Siria, -cuna de una importante colectividad judía- los judíos se vieron forzados a abandonar el país ante la serie de violentos ataques, persecuciones y discriminaciones que se produjeron a partir del establecimiento del Estado de Israel.
Cerca de 5,000 judíos viven en Siria, concentrados principalmente en Damasco, Alepo y la aldea de Kamishli. Ida con día estos judíos se ven amenazados y son objeto de arrestos arbitrarios, interrogatorios policiales y torturas.
A pesar de que legalmente son ciudadanos sirios, se encuentran viviendo en calidad de rehenes. Al salir a la calle tienen que portar documentos en donde se especifique su religión. Los judíos no pueden ocupar cargos gubernamentales; además, los profesionales no pueden ejercer.
Las autoridades sirias interfieren en el funcionamiento de las instituciones judías y restringen el desarrollo económico, cultural y religioso de las comunidades judías. No permiten que familias completas realicen paseos turísticos fuera del país, sino que un miembro debe permanecer en Siria para garantizar el regreso de los demás.
La vida de los judíos en Siria se ha convertido en un suplicio incesante en el que la posibilidad de una vida normal judía es nula.
Por otro lado, en Irán los judíos vivían tranquilamente hasta que el Ayatolah Jomeini estableció su régimen represivo. Los 25,000 judíos se encuentran en calidad de rehenes y su vida religiosa y cultural se ve constantemente amenazada. Los judíos que desean abandonar Irán para emigrar a países democráticos se ven expuestos a estrictos controles y a arrestos en los puntos de salida.
La política antisemita se ha incrementado debido a los mensajes antisionistas que aparecen constantemente en los medios de comunicación, en apoyo a la Guerra Santa.
A su vez, en Argelia y Túnez (parte del Mahgreb) existen comunidades judías cuyo pasado se remonta a los das del Templo de Jerusalem. Estas colectividades se encuentran actualmente en decadencia y en su mayoría se componen de ancianos y enfermos.
Siglos atrás, estos judíos proporcionaron refugio a sus correligionarios que huían de la persecución cristiana en Europa. El establecimiento del Estado Judío y el resurgimiento del fundamentalismo islámico (que implica el renacimiento de los principios fundamentales de la doctrina islámica, principalmente en los asuntos políticos) alteraron su estabilidad.
Es por ello que por ejemplo, de los 105,000 judíos que habitaban Túnez en 1948, actualmente sólo quedan 2,500 viviendo bajo un intenso antisemitismo.
La situación en el otro país que conforma el Mahgreb, Marruecos, es distinta, ya que allí se desarrolla una comunidad judía próspera que mantiene relaciones cordiales con las autoridades gubernamentales.
Por su parte, en Libia existió una vigorosa comunidad desde la época prerromana, la cual se ha visto reducida en forma desproporcionada debido a las actividades antisemitas que se realizan frecuentemente.
Los extremistas musulmanes organizaban actos vandálicos en los que asesinaron a cientos de judíos. La agresión se intensificó a un grado tal con la creación del Estado de Israel, que para 1951 la mayoría de los judíos emigraron, dejando tras de sí todas sus propiedades.
Los judíos que permanecieron en Libia sufrieron los ataques antisionistas, con las turbas enardecidas masacrando a muchos judíos a raíz de la Guerra de los Seis Días.
Asimismo, de los 6,000 judíos que había en Líbano en 1967, hoy en día quedan poco menos de 100, como remanente de la antigua comunidad establecida siglos atrás. Las presiones generalizadas, tanto en lo político como en lo económico y psicológico, obligaron a los judíos a emigrar.
A pesar de que de acuerdo a las leyes islámicas no se debe perseguir a un judío inocente porque pertenece a una religión monoteísta reconocida, hay frecuentes secuestros y asaltos que provocan que los judíos libaneses vivan constantemente amenazados.
Finalmente, en Yemen, hasta su emigración masiva en 1948, los judíos debían vestirse como pordioseros. Los niños musulmanes les aventaban piedras como parte de una vieja costumbre religiosa y a los niños judíos que quedaban huérfanos se les convertía forzosamente al Islam.
En 1967, los judíos fueron expulsados de sus ciudades y se vieron obligados a vivir en ghettos fuera de la ciudad. Estas condiciones tan degradantes propiciaron que los judíos yemenitas emigraran casi en su totalidad a Israel.
Al analizar brevemente la situación de estas comunidades judías en países árabes, donde sus probabilidades de sobrevivencia tanto física como espiritual disminuyen con el paso del tiempo, surge la pregunta ¿qué posibilidades hay de que se alcance la coexistencia entre árabes y judíos en esta región cuando la idea de Mahoma de que dos religiones no pueden vivir en el mundo del Islam se fortalece a través de la aceptación cada vez más generalizada del fundamentalismo islámico?
En la conflictiva árabe-israeli y al ubicar el status de los judíos dentro de las sociedades islámicas casi en su totalidad, es evidente que las condiciones actuales son consecuencia de siglos de convivencia precaria y de una cosmovisión de la supremacía árabe que está a la orden del día en esta región del mundo. Para que volviera a darse una coexistencia, como en la España de los siglos XII y XIII. Las relaciones deberían basarse en el respeto y en la tolerancia. A su vez, se tendrían que dar una serie de transformaciones radicales tanto en lo político como en lo ideológico, que allanaran el camino hacia el diálogo y la convivencia pacífica.

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