Tribuna Israelita

Las inquietantes preguntas sin contestar sobre el Holocausto. Bernardo Kliksberg*

Me dijo: “puedo narrarle acerca del Holocausto de modo muy directo, mi abuelo fue uno de los soldados americanos negros que integrando las fuerzas de Patton, liberó un campo de concentración. Y acentuó con orgullo, eso no se ha contado como corresponde, la historia de los soldados negros liberando a las víctimas judías”. Pedí a mi interlocutor, un agudo intelectual negro de Washington, me relatara qué le contó su abuelo. “La historia es difícil de transmitir. Mi abuelo podía contar todo lo relativo a la Segunda Guerra Mundial: las batallas, los tanques, las maniobras, pero cuando le preguntábamos sobre el campo de concentración casi no podía hablar.

Logramos, obtener escasa información sobre algunos elementos. Nos transmitió que lo que había visto, situaciones que correspondían a otro mundo, lo habían destruido. Efectivamente, nunca más pudo ser el mismo y casi perdió la razón después de liberar el campo. Aquello que sus ojos habían contemplado rompía con todos los modelos de la cultura negra. No entraba en su mente que algunos seres humanos pudieran tratar a otros de ese modo y ello lo hizo entrar en profunda crisis. Nos habló, entre balbuceos, del hedor insoportable que se sentía apenas uno se acercaba al campo, el hedor de miles y miles de víctimas asesinadas y de los hornos funcionando. Nos contó de las pilas de cadáveres apilados para ser destruidos unos arriba de otros, como leños, dijo. Nos transmitió la imagen de sobrevivientes caminando, hablando solos, desvariando. Mi abuelo -afirmó- no pudo nunca superar lo que vio”.
Recientemente se inauguró en Hanover una exposición fotográfica singular “Los crímenes de la Weermacht 1939-1945“. Su autor, Jean Philip Reentsma, logró recolectar pacientemente durante mucho tiempo fotos que los soldados alemanes en la Europa ocupada habían enviado a sus familias como recuerdos; “souvenirs” que formaban un conjunto muy especial. Los soldados habían tomado fotos de las víctimas judías en momentos difíciles: viejos rabinos haciendo gimnasia humillante, soldados riendo y divirtiéndose al cortar por la fuerza la barba de ancianos judíos creyentes, judíos ahorcados en el momento de expirar en la horca. Escribe sobre ellas el filósofo Bernard Henri Levy: “resulta insoportable verlas, hay que escaparse por el horror que producen”. Estas imágenes eran enviadas como presentes por los nazis en el frente a sus adorables familias.
Auschwitz-Birkenau, el mayor cementerio existente en el mundo… allí, bajo la tierra, hay 1.500.000 personas asesinadas por los nazis. El 90% fueron judíos. Como Claude Lanzmann lo revela en su excepcional documento “Shoa”, el asesinato se produjo a la vista de innumerables testigos. Las poblaciones vecinas sabían. El alto mando aliado fue enterado casi desde el primer momento de lo que estaba sucediendo. A pesar de ello, un denso silencio rodeó el gigantesco crimen.
El gran escritor israelí David Grossman cuenta que asistió a un encuentro en una estación de radio entre oficiales israelíes y dos hermanos sobrevivientes del Holocausto. A los 60 años narraron en voz baja sus recuerdos de su infancia en Vilna: “Cierto día se hallaban un día jugando fútbol con sus amigos cristianos cuando los nazis llegaron e hicieron una redada de judíos y los embarcaron de inmediato a un tren para llevarlos a un campo de muerte. A través de las rendijas del tren pudieron ver que sus amigos continuaban el juego. Los judíos lloraron”.
A 53 años del fin de la guerra seguimos sin entender. ¿Cómo pudo ser posible? ¿Por qué exterminar a un pueblo entero? ¿Cómo se pudo montar una maquinaria de muerte que posibilitó que los llegados a un campo de concentración estuvieran muertos a las dos horas de su arribo? ¿Una maquinaria que masacró en solo tres años a seis millones de judíos? ¿Cómo hubo tantos cómplices, desde la Banca Suiza hasta la Ford, apoyando el aparato bélico nazi? ¿Cómo en pleno corazón de Europa se instalaron las fabricas de matanza sin generar reacciones en las poblaciones vecinas? ¿Por qué Estados Unidos rechazó el arribo del barco St. Louis con 900 refugiados judíos, enviando a la muerte segura a su retorno a los pasajeros? ¿Por qué otros países prohibieron el ingreso de refugiados judíos? ¿Por qué ya virtualmente ganada la guerra los aliados no quisieron, pese a los múltiples solicitudes, bombardear las vías férreas por las que se seguía conduciendo a miles y miles de judíos a Auschwitz?.
Será muy difícil contestar a nuestros hijos y nietos al respecto. Pero ciertas cosas sí están claras y la mejor manera de rendirle homenajes a nuestros hermanos asesinados son acciones concretas.      Primero, debemos defender con todas nuestras fuerzas, combativamente, la memoria del Holocausto. Impidamos que los “Ceresole” en América Latina y otros semejantes en otras latitudes asesinen ahora el recuerdo de las víctimas y traten de negar que existieron. El prominente historiador francés Pierre Vidal Nacquet advierte: “no se trata de revisionistas históricos o de personas que intentar investigar como fue realmente la historia. Esto es algo distinto, es “negacionismo”, un intento por negar la historia. Sigamos reconstruyendo los hechos, difundámoslos por todas las vías, denunciemos sin vacilaciones a los asesinos de la memoria: los negacionistas”.
Segundo, no descansemos en la denuncia de las complicidades. Las grandes empresas utilizadoras de mano de obra esclava judía, los bancos suizos financiando a los nazis y apoderándose de las cuentas judías, las compañías de seguros negando las pólizas y muchos otros, deben responder por sus acciones, deben ser públicas para que se sepa que la complicidad con el crimen no tiene impunidad.
Tercero, recordemos al mundo entero, que la pasividad de tantos y la inaceptable conducta de quiénes pudieron haber evitado la masacre, formaron parte del escenario que permitió el genocidio. Lo probaron los pocos casos en donde la conducta fue la que correspondía moralmente. El pueblo de Dinamarca que con su Rey a la cabeza, salvó al 97% de la población judía del país, en una gigantesca lucha colectiva, ocultándolos en hospitales, en ambulancias, en sótanos y llevándolos clandestinamente a Suecia, entonces país neutral.
Por último hay una interrogante que sí podemos hoy contestar a nuestros hijos: ¿por qué los judíos no se rebelaron? Conociendo ahora más detalladamente que el genocidio no fue perpetrado por un líder alocado sino que la inmensa mayoría del pueblo alemán participó en él, que diversos pueblos europeos colaboraron activamente, que gran parte del mundo se mantuvo en silencio absoluto, que un cerco de indiferencia y cálculos rodeó al pueblo judío, hoy podemos contestar afirmando que es necesario reformular la pregunta. Hay que preguntar ¿cómo a pesar de todo ello Mordejai Anilewicz y los jóvenes de menos de 25 anos que comandó dieron la gran batalla para liberar el Ghetto de Varsovia? ¿Cómo se rebelaron otros ghettos y se dio lucha guerrillera antinazi judía en los bosques? ¿Cómo, a punto de la muerte en los campos, se generaon numerosos actos de heroísmo y solidaridad? Detrás de todo ello se halla la fe judía, la fuerza moral que obliga a cada judío a ser consecuente, la creencia en que a pesar de todo puede haber un futuro mejor que alentó la lucha por Israel.
Hoy, cercanos al año 2000, debemos prometernos no olvidar nunca, no perdonar nunca, denunciar, exigir justicia y transmitir el mensaje del judaísmo a las nuevas generaciones. Eso es lo que esperan de nosotros los muchachos y chicas que hicieron retroceder a los nazis en las calles en llamas del Ghetto de Varsovia.

* Bernardo Kliksberg fue Presidente de la Comisión de Desarrollo Humano del Congreso Judío Latinoamericano.

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