Tribuna Israelita

La vida después del Holocausto

Durante los 12 años en que Alemania fue gobernada por el Partido Nacionalsocialista, prevaleció la idea de que existían en la sociedad ciertos elementos que eran peligrosos y debían ser eliminados para que la nación germana floreciera y sobreviviera. Los “culpables” variaban de época en época: polacos, gitanos, rusos, pero el “enemigo por excelencia” era siempre el judío.
Desde su ascenso al poder en 1933, los nazis utilizaron su superioridad militar para aterrorizar, perseguir y destruir a los judíos. La sentencia de muerte en contra de éstos había sido dictada: ninguna acción tomada cambiaría su destino. Decenas de miles de soldados que integraban los ejércitos del Tercer Reich registraron hasta el último rincón de las ciudades conquistadas con el propósito de deportar a los judíos a los campos de la muerte.
Ante la indiferencia del mundo los nazis planearon el asesinato sistemático de todo un pueblo. El ocho de mayo de 1945, al concluir la Segunda Guerra Mundial, las fuerzas aliadas rescataron a cerca de 10 millones de personas que permanecían recluidas en campos de concentración y de trabajo. Entre ellos se encontraban cerca de 200,000 judíos únicos sobrevivientes de una población que tan sólo unos años antes sumaba seis y medio millones de personas.

Tras su liberación, algunos judíos originarios de Francia, Bélgica, Holanda y Hungría retornaron a sus hogares. A su vez, decenas de miles de sobrevivientes permanecieron en los campos de personas desplazadas esperando el momento de emigrar a la entonces Palestina. Entre éstos se encontraban los alemanes, austríacos, italianos y, particularmente, los polacos y los lituanos, quienes se negaban a regresar a sus países temerosos de enfrentar a una población hostil.
Para comprender el impacto del Holocausto, suceso sin precedente en la historia de la humanidad, es necesario destacar que ningún ser humano pudo sobrevivir a los campos de concentración de Hitler sin sufrir una serie de transformaciones tanto físicas como mentales.

Efectos psicológicos
Los efectos psicológicos en la salud mental de los sobrevivientes fueron múltiples y complejos. No existe duda de que todo aquél que arribaba a un campo de la muerte experimentaba un shock inenarrable. El rumor se convertía en una realidad. Sus sentidos se desarrollaban, vivían como animales temerosos de ser atrapados, siempre alertas ante cualquier peligro. Todo impulso agresivo o vengativo tenía que ser suprimido constantemente, generando una actitud paranoica profundamente arraigada.
Entre los mecanismos que permitían a los prisioneros subsistir a pesar de los prolongados horrores del Holocausto se encontraba la esperanza de reunirse con sus familias. En el momento de la liberación, la mayoría descubrió que su mundo anterior, sus padres, sus hermanos y sus amigos habían desaparecido. Quienes tenían la fuerza física, regresaron a sus hogares para enfrentarse a vecinos hostiles o indiferentes y encontrar sus comunidades destruidas y sus propiedades saqueadas. Algunos continuaron su búsqueda en los campos de prisioneros desplazados y en el resto de Europa. Hubo quienes encontraron a un par de familiares, pero la gran mayoría no recuperó a sus seres queridos. Incapaces de comprender tan enorme tragedia o de expresar su dolor y su enojo, los sobrevivientes debían enfrentar la difícil tarea de reconstruir sus vidas.
¿Por dónde comenzar? Muchos consideraron que el formar una familia y concebir un hijo era un intento concreto para compensar su pérdida y redimir la deshumanización y soledad que habían experimentado. Las mujeres físicamente aptas, dieron a luz en los campos de desplazados. Sin excepción, los recién nacidos fueron nombrados en memoria de los asesinados. Esos niños eran el símbolo de la victoria sobre los nazis y representaban, sin lugar a dudas, el futuro.
Desarraigados y sin poseer bienes materiales, muchos sobrevivientes decidieron salir de Europa en busca de un lugar seguro para reconstruir lo perdido. Quienes tenían familia o amigos en Norteamérica, viajaron con la esperanza de reorganizar sus vidas.
En Estados Unidos, además de las dificultades compartidas con otros inmigrantes, los judíos enfrentaron a reacciones y actitudes negativas. Por su calidad de refugiados recibían inicialmente ayuda financiera de sus familiares y de las organizaciones judías. Sin embargo, apoyo para su rehabilitación emocional fue escaso. Sus vivencias de guerra eran demasiado dolorosas para ser escuchadas. Paralelamente, prevalecía entre la población norteamericana un sentimiento de culpabilidad por no haber actuado. Reacciones como “es cosa del pasado”, “debes estar agradecido y feliz por estar en América” o “ve el lado positivo”, llevaron a los sobrevivientes a no expresar sus sentimientos.
Esta actitud fue dañina para el bienestar psicológico de los sobrevivientes y sus familias, así como para su integración a las nuevas culturas. El silencio intensificaba el sentimiento de aislamiento y constituía un nuevo obstáculo en el proceso de duelo. Ese silencio impuesto por otros fue particularmente doloroso para aquellos que habiendo sobrevivido la guerra estaban determinados a actuar como testigos. Fue hasta la década de los ochenta, cuando muchos de los sobrevivientes ya habían fallecido, que el mundo estuvo dispuesto a escuchar.

Síndrome del sobreviviente
Un síndrome es un conjunto de señales o síntomas que caracterizan alguna anormalidad. Después de la Segunda Guerra Mundial, médicos de diversas naciones europeas atendieron a un gran número de sobrevivientes de los campos de concentración nazi. Pasaron varios años antes de que la ciencia médica lograra desarrollar una teoría consensada de las consecuencias físicas y emocionales de quienes no perecieron en la maquinaria de la muerte. En 1961, William G. Niederland, un destacado psicoanalista estudioso del tema acuñó el término “Síndrome del Sobreviviente”.
El complejo de disturbios que caracteriza este síndrome incluye:
– Profundo y constante complejo de culpa relacionado con el hecho de haber sobrevivido cuando tantos otros perecieron.
– Carácter depresivo y malhumorado con tendencia a retraerse, que puede verse reflejado en una apatía general con ocasionales explosiones de enojo.
– Sensaciones de desamparo e inseguridad, falta de iniciativa e interés.
– Presencia de imágenes de la muerte, incluyendo el recuerdo del humo de las cámaras de gas, el brutal asesinato de un individuo o la separación de sus padres y hermanos.
– “Adormecimiento psíquico” o disminución en la capacidad para sentir. A pesar de que esta actitud sirve como defensa psicológica para contrarrestar el efecto de las imágenes del pasado, fácilmente puede transformarse en depresión y apatía.
– Una parcial o total somatización que va desde los dolores reumáticos o neurológicos hasta las enfermedades psicosomáticas como la úlcera, colitis, trastornos respiratorios o cardiovasculares e hipertensión. Todo esto puede ir acompañado de confusión mental o pesadillas.
– Ansiedad y agitación que incluye tensión interna y sentimientos de ser inservible. Algunos sobrevivientes pueden estar temerosos de permanecer solos y mostrarse crónicamente aprehensivos.
– Cambios constantes de personalidad y comportamiento.
– Necesidad de dar significado a la vida. Los sobrevivientes de los campos nazis han sido llamados “colectores de la justicia”. Su búsqueda va más allá de la restitución económica o social, para centrarse en el reconocimiento de los crímenes cometidos en contra de ellos y el castigo de los responsables para restablecer, en lo posible, la moral del universo. El impulso de actuar como testigos, con un sentido de responsabilidad por los muertos, se convierte en su misión.
– Incapacidad para completar el proceso de duelo lo que favorece el desarrollo de una “vida de sufrimiento”.

Efectos Físicos
Las palabras son insuficientes para describir las condiciones imperantes en los campos nazis. Con frecuencia el límite entre la vida y la muerte se desvanecía. Como resultado de la deficiente alimentación, la insalubridad, las múltiples infecciones, entre muchos otros factores, los prisioneros se transformaban en esqueletos cubiertos de piel. El grado de mortandad, sin considerar a quienes eran asesinados en las cámaras era muy alto.
Tras la liberación, los médicos atendieron las enfermedades que eran evidentes a simple vista como el tifus y enfermedades del tracto respiratorio. La conexión entre el sufrimiento en los campos y las enfermedades posteriores fue detectada tiempo después. Más adelante se descubrió que los sobrevivientes habían desarrollado muchos otros problemas físicos, tales como la fatiga, deficiencias en la memoria, inhabilidad para concentrarse, irritabilidad, dolores de cabeza y alteraciones del sueño.
Desde el punto de vista somático, al ser liberadas las víctimas presentaban un síndrome predominante: el envejecimiento prematuro, todos parecían más viejos de lo que en realidad eran. Entre los padecimientos más comunes se detectaron alteraciones en el tracto digestivo, la diarrea, las úlceras pépticas, enfermedades cardiovasculares, la artritis y las piedras en el riñón.

Implicaciones Espirituales
Una de las primeras reacciones psicológicas experimentadas por los judíos al conocer la verdad sobre el Holocausto fue la de experimentar un gran enojo consciente e inconsciente hacia el mundo no judío. El genocidio era interpretado como el resultado de la agresión y la indiferencia del mundo. Era un hecho especialmente doloroso ya que los judíos confiaban en que a partir de 1815, con la Emancipación otorgada a los judíos franceses en 1815, los miles de años de persecución quedaban atrás. Las expectativas de vivir en sus respectivas naciones con todos los derechos y obligaciones, en un mundo decente en el que imperara el respeto, fueron destrozadas por el más civilizado de los pueblos, la nación de poetas y pensadores, Alemania.
Tras la guerra se dio una ruptura irreversible con la sociedad. A diferencia de épocas anteriores en las que el judío había tenido la posibilidad de convertirse, asimilarse o huir de sus perseguidores, durante el Holocausto no hubo escapatoria. El silencio de la humanidad ante la tragedia judía, invalidaba la creencia judía de que el mundo condenaba toda expresión de odio.
Los sobrevivientes necesitaban encontrar una justificación a lo sucedido y establecer así, un sistema de creencias viable. Algunos, como el escritor Elie Wiesel, hallaron el significado de sus vidas al utilizar su creatividad con un objetivo concreto o simplemente al transmitir sus terribles experiencias a lo largo y ancho de todos los confines de la tierra. Otros, como Simon Wiesenthal, alcanzaron la misma meta a través de la persecución de criminales nazis, reafirmando su confianza en que a pesar de sus terribles experiencias aún existía la justicia. Algunos más, consideraban que el establecimiento de Israel como Estado nacional era un resultado significativo. Sin embargo, para la gran mayoría de las víctimas, esa búsqueda llevaba inevitablemente a revivir los horrores del pasado.
Infinidad de teólogos han intentado responder a la pregunta ¿dónde estaba Dios?. El problema de cómo conservar la fe después del Holocausto es cuestión personal. Cada judío deberá enfrentarlo y permitir que su conciencia actúe como guía.

Efectos en los niños
Alrededor de millón y medio de niños y jóvenes judíos perecieron en manos de las huestes nazis entre 1939 y 1945. Al momento de la liberación, un número reducido de niños fue encontrado en los campos de concentración. La mayoría carecía de papeles y los más pequeños no recordaban su nombre, su lugar de origen ni su idioma materno. A través de los esfuerzos de las agencias internacionales, los niños que no eran reclamados eran colocados con familias adoptivas.
Las memorias de los pequeños sobrevivientes estaban impregnadas de trágicas escenas: la separación de sus padres, los días y noches en que permanecieron escondidos en cuevas, sótanos, bosques y barracas, la orfandad y el abandono, el hambre y las congelantes temperaturas, recuerdos de una niñez perdida.
Durante su estancia en los campos, los niños comprendieron la naturaleza del peligro y de la muerte. De ser necesario, podían permanecer ocultos durante largos períodos, en pequeñas áreas obscuras, sin hablar y sin moverse. Acostumbrados a pasar hambre, escondían comida en sus bolsillos. Muchos tenían dificultades para conciliar el sueño, pues temían que los soldados los asesinaran mientras dormían. Otros más desconfiaban de todo lo que les rodeaba, convencidos de que la bondad mostrada era tan sólo un truco nazi.
Como resultado, los pequeños sobrevivientes presentaron múltiples problemas, como la pérdida de identidad. Con el propósito de salvar a los niños, los padres vestían a sus hijos con uniformes nazis o cruces en el cuello y los enviaban a vivir en conventos o con familias cristianas. Educados en diferentes culturas, estos niños permanecieron “escondidos” aún después de la guerra por lo que su existencia quedó sumergida en una confusión de nacionalidades, religiones y lealtades.
A más de setenta años del fin de la Segunda Guerra Mundial, el “síndrome del sobreviviente” se refleja en muchos de los seres humanos que subsistieron a pesar de los esfuerzos del régimen nazi por exterminarlos de la faz de la tierra. Su necesidad de actuar como testigo y transmitir a las nuevas generaciones las atrocidades cometidas durante el Holocausto, se fortalece ante los intentos de corrientes revisionistas por minimizar y negar uno de los capítulos más aciagos de la historia de la humanidad.

Bibliografía

Brown, Cherie Beyond Internalizad Anti-Semitism Tikkun, USA, 1995

William, S. Sandra The Impact of the Holocaust On Survivors and Their Children University of Central Florida, USA, 1998

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