En las negociaciones de paz, el futuro de Jerusalem ha constituido el tema siempre presente pero también siempre ausente. Tanto las delegaciones israelí como palestina abocadas a solucionar los problemas de estos dos pueblos han reconocido la necesidad de mantener de lado el problema de Jerusalem con el fin de no desviar la atención de asuntos menos intrincados que puedan contribuir a impulsar el proceso de paz a estas alturas del juego. Traer a colación el tema de Jerusalem en esta etapa tan prematura podría anular las negociaciones. Sin embargo ningún acuerdo final puede excluir el escabroso tema del destino político de la ciudad santa cuyo significado histórico y religioso se encuentra virtualmente al centro de las disputas evocando las más álgidas emociones.
Desde que en tiempos bíblicos el rey David determinara que Jerusalem sería la capital política del reino de Israel, ésta ha ido transformándose en el curso de generaciones en una ciudad de gran vitalidad política. La consolidación del status de Jerusalem ha estado estrechamente ligada a la evolución de las tres religiones monoteístas: la institucionalización del judaísmo alrededor del ritual en la época del primer y segundo Templo que hizo de Jerusalem el centro espiritual, religioso y nacional del pueblo judío; el desarrollo del cristianismo en el I, II y III siglos e.c. y el surgimiento del Islam en el siglo VII, bajo la influencia del cristianismo y judaísmo, y en base a la tradición que afirma que el profeta Mahoma ascendió al cielo en su caballo desde el Monte Moriá.
En 1948 Jerusalem fue dividida en dos sectores debido al rechazo árabe al Plan de Partición de 1947 de las Naciones Unidas que consideraba la creación de un Estado judío y uno palestino. Por otro lado también se ignoró la recomendación adoptada por la ONU el 29 de noviembre de 1947 de hacer de Jerusalem un “corpus separátum bajo un régimen internacional especial… que será administrado por la ONU” al apropiarse ilegalmente Jordania del sector este de Jerusalem hasta 1967.
Con el estallido de la guerra de los Seis Días, el ejército israelí logró -el 8 de junio de 1967- reunificar Jerusalem y convertirla nuevamente en la capital política del pueblo judío. Desde entonces la lucha por la definición política de Jerusalem, adquirió nuevas dimensiones. La comunidad internacional, que hasta ese momento no había criticado consistentemente a Jordania por las arbitrariedades cometidas como guardián de la ciudad santa, comenzó a manifestar su inconformidad. Así, a lo largo de los años, se han planteado diversas soluciones que vienen aparejadas de un sinfín de problemas. Dichas propuestas incluyen:
A) Mantener a la ciudad santa bajo soberanía israelí brindado autonomía a las distintas denominaciones sobre sus centros religiosos. Esta propuesta presenta ciertas dificultades debido a la tradicional reacción de rechazo por parte de la comunidad internacional. Así mismo la falta de fronteras bien definidas entre las diversas zonas autónomas crearía puntos de tensión y dicha solución no satisface completamente las aspiraciones palestinas sobre Jerusalem.
B) La internacianalización de Jerusalem bajo la soberanía de las Naciones Unidas que seguramente sería rechazada tanto por israelíes como por palestinos.
C) La posibilidad de volver a dividir Jerusalem en dos sectores y mantener fronteras abiertas, alternativa a la que se opondría toda la opinión pública israelí.
Jerusalem, al centro de los corazones, puede convertirse en un factor de cohesión si sus habitantes y sus líderes, respetando diferencias y sensibilidades, logran hallar modalidades de convivencia en esta ciudad en donde las polaridades se entrecruzan. Por el otro lado, como ha sucedido en un sinfín de episodios históricos, puede ser detonante de conflictos exacerbados alejando toda posibilidad de llevar el proceso de paz a feliz término.