Talentoso narrador, Jacob Wasserman nació en 1873 en Fuerth, centro industrial de Bavaria y cuna de una antigua comunidad judía. Su autobiografía describe una niñez infeliz, al perder a su madre y quedar bajo la tutela de una cruel mujer. A los 17 años ingresó como aprendiz en una fábrica y posteriormente cumplió con el servicio militar obligatorio sufriendo severamente ante las humillaciones de sus compatriotas por ser judío.
En 1898 Wasserman se estableció en Viena y comenzó a escribir. En sus primeras novelas utilizó sus experiencias personales, entretejidas con viejos mitos y leyendas hebreas para presentar un vivo retrato del cambiante estilo de vida judía en su provincia natal. Posteriormente, sus historias se basaron en eventos reales, en los que encontraba alusiones simbólicas.
Símbolo de la juventud alemana de los años posteriores a la primera guerra mundial, Wasserman rechazó la autoridad y encontró su propia verdad en sus experiencias. En sus obras las palabras fluyen y la crítica social realista se mezcla con sus ideales de devoción mística y su desprecio por la ambición y la sed de poder. Como Dostoievski -con el cual se le compara- escribió en un estado de excitación constante y permanente. Sus personajes aparecen dotados de pasiones devoradoras, alcanzando la salvación final a través del sufrimiento y la santificación.
Wasserman fue un exponente de la corriente que buscaba la asimilación del judío con el alemán. Y, a pesar de ser enemigo implacable del nacionalismo judío creía en la misión profética del judaísmo. No obstante su condición de judío asimilado, en su autobiografía Mi Vida como Alemán y Judío (1921) Wasserman describe los insultos y las deshonras que sufrió a manos de los antisemitas. El rechazo social contribuyó a incrementar su inestabilidad emocional y a intensificar la tensión en su relación con la nación germana y con su cultura.
A través de su obra, entre las que destacan Caspar Hauser, Las Ilusiones del Mundo y El Caso Maurizuis, alcanzó gran popularidad. Sus novelas fueron traducidas a muchos idiomas, y hasta antes del advenimiento del nazismo, contó con la admiración de los alemanes. Cuando había llegado al pináculo de la fama, Wasserman tuvo que huir de su ciudad natal. De carácter emotivo y sensible no pudo adaptarse a las nuevas condiciones. El triunfo del nazismo en 1933 y la quema de sus libros en las plazas públicas de los pueblos alemanes lo transportaron al ghetto espiritual del que tanto había tratado de huir y lo empujaron a un destino común al de millones de judíos europeos que sufrieron los embates del cruel régimen totalitarista.
A pesar de su exilio, Wasserman nunca pudo abandonar el cultivo de la literatura alemana, único vehículo con el que logró dar expresión a sus pensamientos y su sentir.