Herbert Marcuse -filósofo y crítico radical de la sociedad industrial- ha sido considerado el profeta de los nuevos tiempos. Durante la década de los sesenta, su pensamiento alcanzó notoriedad a nivel mundial y logró popularidad entre diversos sectores estudiantiles.
Nació en Berlín en 1898 en el seno de una familia judía. Cursó sus primeros estudios en su ciudad natal, y durante la primera guerra mundial sirvió en el ejercito alemán como delegado de su unidad. Años después, obtuvo su Doctorado en Filosofía en la Universidad de Friburgo, como discípulo de Heidegger.
En 1933 ingresó al Instituto de Investigación Social de Francfort, en el que inició relaciones con distintos pensadores. Su labor creativa se vio interrumpida ese mismo año, ya que con la ascensión de Hitler al poder, la seguridad de los judíos se vio seriamente amenazada.
El 30 de mayo se llevó a cabo la quema de libros de autores que se consideraban perjudiciales para la causa germana. Entre ellos, incendiaron las obras de escritores y filósofos de origen judío. Marcuse, como muchos otros intelectuales, comprendió que había llegado el principio del fin y huyó hacia Suiza, y posteriormente a París. Sin embargo, ante el temor de una invasión nazi, se estableció en Estados Unidos en 1934.
Ya en su vejez, Marcuse regresó a Alemania, en donde murió en 1979.
SU OBRA
El primer trabajo de Marcuse fue una interpretación de la obra Manuscritos Filosóficos y Económicos de Marx, con lo que sentó las bases para el estudio del marxismo humanista. Así mismo, en Eros y Civilización estableció una relación entre el pensamiento de Marx y el de Freud, al afirmar que la represión sexual constituía parte de la restricción social.
En Hombre Unidimensional, Marcuse realizó un análisis crítico sobre la naturaleza represiva de las sociedades capitalistas con éxito. Aducía que este tipo de sistemas pueden satisfacer las necesidades materiales, utilizando un hábitat industrial, mientras que se suprimen las genuinas necesidades humanas. Es aquí cuando se reduce al hombre a una dimensión de conformismo, con el fin de resguardar el orden y asegurar la productividad en beneficio de los elementos gobernantes.
Marcuse criticó, además, el sistema capitalista por satisfacer y tolerar únicamente las necesidades que el mismo genera, y a la vez, perpetuar la dominación y la explotación. En distintos ensayos, planteó que la teoría fascista-nazista era la ideología del capitalismo en su fase monopolítica.
En los siguientes años, el filósofo alemán se convirtió en adalid de la Nueva Izquierda norteamericana o del socialismo libertario. Su ensayo La Tolerancia Represiva en donde expresa que sólo los valores progresistas deben ser tolerados, logró gran influencia entre los radicales.
Para fines de la década de los sesenta, sus planteamientos se convirtieron en motivo de discusión entre los intelectuales. Mientras tanto, grandes movimientos juveniles sacudían distintas ciudades del orbe. En Tokio, México, Berlín y París se desarrollaban levantamientos estudiantiles que presentaban denominadores comunes y que se desencadenaron en forma escalonada como si fuera una operación a nivel internacional. Por su filosofía progresista, Marcuse fue acusado de ser el cerebro orquestador de estos organismos. Al amainar la tempestad de los movimientos juveniles, su fama perdió brillo.
Marcuse dedicó el resto de su vida al análisis crítico de las teorías e instituciones culturales, sociales y políticas, y a pesar del anticomunismo de la época, logró realizar un serio y exhaustivo estudio del marxismo.