Durante el mes de marzo se celebra el natalicio de uno de los más grandes hombres de ciencia de nuestro siglo: Albert Einstein, quien nació en la ciudad de Ulm, Alemania en 1879, en el seno de una familia judía modesta. Al año sus padres se mudaron a un suburbio de Munich, Bavaria en donde estudió latín y griego. En 1896 se inscribió en el Politécnico de Zurich, en el área de matemáticas y física, y después de largos años de estudio y trabajo logró -en 1905- un cambio revolucionario con su Teoría General de la Relatividad, por la cual recibió el Premio Nobel de Física en 1921.
Sus años mozos coincidieron con el aumento del militarismo alemán que culminó con la primera guerra mundial, lo que provocó en él un profundo odio hacia los conflictos armados. Sin embargo, la feliz vida familiar en su hogar judío anuló, en parte, la ansiedad que producían en su sensible espíritu las estrategias nazis y el constante antisemitismo.
La bestial persecución de las tropas hitlerianas, que también lo alcanzó a él, y se desbordó sobre la vida de millones de seres que habían dado su vida y su trabajo por Alemania, logró reforzar su conciencia judía.
El ser testigo de la inutilidad de la primera guerra mundial, lo impulsó hacia el pacifismo. Como judío alemán le devolvió a su patria -a través de la ciencia y la cultura- lo que ésta perdió con el militarismo. Sus extraordinarias teorías le restauraron a Alemania el respeto de las naciones.
Aún a pesar de que como judío su vida peligraba constantemente en la Alemania nazi, Einstein se resistía a huir, por su deseo de brindar apoyo a la tambaleante república. Pero en 1933 tuvo que abandonar su país natal. En un principio se estableció en Bélgica, luego en Inglaterra y por último se ubicó permanentemente en Princeton, New Jersey, en donde se dedicó al estudio y a la docencia hasta su muerte en 1955.
Como ciudadano norteamericano se dedicó a ayudar a los niños y científicos judíos que deseaban salir de Alemania y levantó su voz en defensa del judaísmo, del desarme y la paz mundial.
Se convirtió en un embajador de buena voluntad que luchó por mantener la libertad de pensamiento. Su personalidad humanitaria y amante de la paz, contrastó con el fanatismo autoritario de Hitler, máximo exponente de la falsedad y del odio.
Los principios del judaísmo influyeron para que Einstein sintiera un gran respeto por los logros intelectuales y que adquiriera un profundo sentido de justicia social, porque, para él, el judaísmo convertía la vida de toda criatura viviente en algo muy hermoso, por ser sagrada, por ser el valor supremo ante el cual se subordinan todas las cosas.
Einstein compartió el destino del pueblo judío y se identificó con los seres que sufrían, porque consideraba que la integridad y la santidad del individuo tenían mayor valor que la ciencia en general. Irónicamente, los descubrimientos de uno de los más notables pacifistas de la época sirvieron para que Estados Unidos fabricara la bomba atómica. Einstein tenía conciencia de que el mundo no podría manejar la energía atómica, sin embargo, el dos de agosto de 1939 escribió a Roosevelt notificándole que temía que los alemanes estuvieran en posibilidad de crear la bomba, porque en manos de un hombre como Hitler implicaría el fin de la humanidad.
El afamado científico comprendió que sus teorías podían utilizarse para hacer el bien o el mal, y afirmó en 1954: “Es extraño que la ciencia que antes parecía inocua, se haya convertido en una pesadilla que hace temblar a todo el mundo”.
Einstein se inmortalizó como una de las más grandes glorias no sólo del pueblo judío sino de toda la humanidad, gracias a su capacidad de sintetizar y resolver las contradicciones de la ciencia moderna, y como representante del pensamiento más puro en busca de la verdad.