¿Cómo debe una sociedad enfrentar su conciencia colectiva? En años recientes, Francia comenzó a evaluar en forma crítica su participación durante la Segunda Guerra Mundial. Conforme historiadores, periodistas, artistas, políticos y líderes religiosos desmitifican concepciones populares de la época de Vichy, el pueblo galo ha comenzado -finalmente- a analizar los desafíos morales y políticos de su experiencia de guerra, adquiriendo conciencia de una dolorosa herencia.
En el centro de este debate nacional se encuentran diversas preguntas sobre la actitud de la población francesa hacia la minoría judía. Las disculpas formuladas en los últimos años, más de cinco décadas después del fin de la Segunda Guerra Mundial, indican que los judíos constituyen una prueba de los niveles de tolerancia de la sociedad francesa.
La elección de Jacques Chirac a la presidencia en 1995 representó un hito en la historia de la judería francesa. Al tomar posesión, el nuevo mandatario declaró que el pueblo y el Estado francés debían asumir su responsabilidad por las políticas de Vichy. “La deuda nunca fue saldada y la memoria de los 76.000 judíos deportados (de los cuales regresaron sólo 2,600) debe ser honrada por toda la ciudadanía”.
Las palabras de Chirac derribaron las posturas sostenidas por sus predecesores, quienes habían separado la experiencia de la guerra de la realidad francesa. Más aún, para los primeros historiadores de la postguerra, Vichy había sido producto de una traición, de la infiltración y conspiración extranjera. Charles de Gaulle, quien personificara a un nacionalismo tradicional y moderado sosteniendo, a la vez, una creencia en los valores humanistas de la República, logró evadir las preguntas sobre la colaboración francesa. Para François Miterrand, Vichy fue una aberración y como tal no podía ser considerado un episodio genuino de la historia francesa. En su opinión: “Si la nación gala se había involucrado en aquél infortunado suceso era necesario externar una disculpa. Pero Francia no había participado en ese acontecimiento.” A principios de la década de los 90’s se descubrió que Miterrand había fungido como oficial del gobierno de Vichy antes de ingresar a la Resistencia por lo que prefería distraer la atención de un pasado del cual él, personalmente, se sentía avergonzado.
Un importante grupo de historiadores han intentado distinguir entre lo que el gobierno de Vichy se vio obligado a hacer y lo que había llevado a cabo por iniciativa propia. Han descubierto, entre otras cosas, que la primera legislación antijudía no fue exigida por los alemanes, sino que fue propuesta por los franceses. Vichy y sus seguidores fueron responsables de una “revolución nacional” cuyo objetivo era el reafirmar una visión tradicional francesa que cuestionaba y, más aún, rechazaba la participación de los judíos como ciudadanos con igualdad de derechos. Esta era, sin duda, una oportunidad para crear un nuevo rubro de valores nacionales que rivalizaban con el universalismo que la Revolución de 1789 había engendrado, impulsando la emancipación de los judíos.
A principios de 1997 Chirac propuso la creación de una comisión que investigará el destino de los bienes judíos incautados por franceses y alemanes durante la guerra, entre los que se incluían cientos de departamentos que fueron expropiados por las autoridades de París. “Ahora, -declaró el Presidente- Francia es un país adulto y debe asumir su historia. Para construir un futuro no podemos ignorar el pasado”.
El gobierno francés también reconoció que muchas de las obras de arte propiedad del Estado son remanentes de las posesiones de los judíos deportados. Con el propósito de que los familiares de las víctimas del Holocausto pudiesen reconocer sus propiedades entre las miles de piezas exhibidas, se han llevado a cabo una serie de exposiciones. Por su parte, en las últimas semanas, el recién electo Primer Ministro, Lionel Jospin, dio instrucciones para abrir los archivos nacionales y facilitar así el estudio de los actos perpetrados por el régimen de Vichy e investigar el destino de los bienes judíos.
Jospin coincide con la visión crítica de Chirac. Está convencido, entre otras cosas, de que “la deportación de los judíos a campos de exterminio fue decidida, planeada y ejecutada por los franceses. Intervinieron políticos, administradores y polícias. No se requirió de la participación de ningún soldado alemán para perpetrar este repugnante crimen, que debe dejar huella en nuestra conciencia colectiva”.
Papón y la complicidad francesa
Durante años un considerable número de judíos exigió que los oficiales de Vichy que participaron en la persecución de los judíos fuesen presentados ante la justicia. Consideraban que desde una perspectiva historiográfica y política el hecho de que los criminales de guerra no fuesen juzgados promovía el surgimiento de los grupos que negaban el Holocausto.
En 1981, dos investigadores universitarios descubrieron que Maurice Papon, prominente ministro gaullista del gobierno del liberal Valery Giscard d’Estaing, había servido como secretario general del Departamento de Gironde durante el régimen de Vichy. En su calidad de supervisor de la policía, Papón había sido responsable de la elaboración de las listas de judíos, tanto ciudadanos franceses como extranjeros, para ser deportados hacia Europa oriental. Las evidencias demuestran que Papón participó directamente en la deportación de 1,690 judíos.
Un grupo constituido en su mayoría por familiares de las víctimas, solicitó que Papón fuese enjuiciado. Durante 15 años el proceso fue retrasado supuestamente por no cumplir con diversos requerimientos tanto legales como técnicos. Sin embargo, los hechos demuestran que diversas figuras políticas, no querían que Papón fuese procesado. Los querellantes continuaron con su demanda hasta que finalmente, en septiembre de 1996, la corte dio la orden para que Maurice Papón se presentara ante la justicia.
El ocho de octubre de 1997 se inició el juicio en contra de Papón. Durante el proceso, el y a pesar de las evidencias que demuestran lo contrario, el ex Ministro francés aseguró que nunca ordenó el arresto de judíos y, como parte de una larga autojustificación afirmó, inclusive, que “luchó por los judíos, corriendo el riesgo de ser deportado por borrar nombres de las listas”.
A los pocos días y ante la indignación de centenares de personas, la Corte de Audiencias de Burdeos dispuso que el acusado, de 87 años, fuese puesto en libertad temporalmente dada su precaria condición de salud.
El juicio continúa y con éste, la revisión de la historia francesa.
La Iglesia se arrepiente
Desde 1789 la batalla sobre el rol de la Iglesia en la vida pública ha sido un elemento central en Francia. Bajo las etiquetas de “secularista y clericalista” la población se ha mantenido dividida. Los judíos, junto con los protestantes, son la minoría más antigua y como tal, se han enfrentado a la posición dominante de la Iglesia Católica.
El régimen de Vichy recibió el apoyo del grueso de la sociedad que se encontraba afiliado al catolicismo francés tradicional. Oficiales del nuevo gobierno mantenían una actitud pro-clerical y los valores de este liderazgo pronto se reflejaron en las iniciativas de gobierno. Se autorizó el ingreso de maestros religiosos a las escuelas públicas, derecho que había sido abolido por la República secular a finales del siglo XIX.
Durante la Segunda Guerra Mundial un considerable número de miembros de la Iglesia protegió a niños judíos. Sin embargo, la mayor parte de sus líderes permaneció indiferente ante las persecuciones y deportaciones de judíos.
A fines de septiembre de 1997, 32 años después de que concluyera el Concilio Vaticano II, la asociación de obispos franceses manifestó su arrepentimiento público por la actitud de la Iglesia hacia el pueblo judío durante la invasión nazi. En Drancy, un suburbio popular al norte de París desde donde los judíos eran deportados al campo de exterminio de Auschwitz, monseñor Olivier De Berranger, obispo de Saint-Denis reconoció que la gran mayoría de las autoridades eclesiásticas adoptaron una actitud de conformismo. Admitió que los estereotipos antijudíos perpetuados entre los cristianos habían jugado un rol indirecto en el proceso que llevó al Holocausto. “El silencio fue la regla y las palabras en favor de las víctimas fueron la excepción. Confesamos este error, imploramos el perdón de Dios y pedimos al pueblo judío que escuche nuestras palabras de arrepentimiento.” Esta declaración es producto de una confrontación histórica de la sociedad francesa con un nebuloso pasado.
Al igual que muchas otras sociedades contemporáneas, los franceses atraviesan un periodo en el que se han visto obligados a realizar un análisis crítico de su herencia y a cuestionarse sobre su responsabilidad en uno de los episodios más negros de la historia de la humanidad.
El debate público sobre cómo debe una nación recordar su pasado es esencial para comprender el Holocausto. Las discusiones y las consecuentes disculpas contribuyen a que una sociedad entienda el peligro al que se enfrentan las minorías cuando carecen de las garantías necesarias para llevar una existencia libre y digna. La memoria de las víctimas del odio debe ser preservada no sólo por los hijos de los perseguidos, sino también por los descendientes de los perseguidores y sus colaboracionistas.
BIBLIOGRAFÍA
Vichy France and the Jews Institute of the World Jewish Congress, Israel, 1997