Ezra Pound fue un hombre con un gran talento poético. Durante las dos primeras décadas de este siglo ayudó a escritores de la talla de James Joyce, William Carlos Williams, Robert Frost, Ernest Hemingway y Katherine Mansfield a publicar en momentos cuando necesitaban impulso y les dio consejos para corregir sus obras literarias. Sin embargo Pound -el poeta de Idaho- también fue conocido por sus actividades antisemitas en la Italia fascista.
De hecho en México, a lo largo de mi vida literaria, he escuchado a ciertos intelectuales exaltar a Ezra Pound, no por su mejor libro de poemas, Personae, ni por sus buenas traducciones reunidas en Translations, sino por el peor lado: el fascismo.
Estas exaltaciones, como otras manifestaciones de reverencia al nazismo alemán, las he considerado y disculpado, como muestras de un incurable complejo de inferioridad, racial y cultural. Irónicamente, a veces esas exaltaciones han procedido de gente que por el color de la piel o por su condición social probablemente hubiesen sido despreciadas por dicho autor. En general, esos entusiasmos están plagados de imprecisiones y mistificaciones, buscan convertir a Pound en mártir, y no en víctima de sí mismo por sus actividades racistas.
Aunque yo estuve a salvo de ese capítulo atroz, que bien pudo añadirse a la Historia Universal de la Infamia de Jorge Luis Borges, a lo largo de mi vida me han desvelado una y otra vez las fotos de los niños conducidos a los trenes de la muerte por soldados alemanes y de mujeres judías obligadas a desvestirse en el extremo frío de Letonia, he visto numerosas veces el rostro de Elie Wiesel en el campo de concentración de Auschwitz y leído las palabras de Anna Frank en su Diario de Amsterdam. Este dolor ajeno lo viví en carne propia, como un horror recurrente, como una humillación de mi humanidad. Una humillación que aún no puedo digerir ni olvidar y tampoco perdonar a los que me la infligieron.
Al mismo tiempo me ha perturbado observar el rostro asqueroso y ubicuo de los colaboracionistas (lituanos, polacos o ucranianos) asesinando a judíos en una calle, en una barranca o en un campo de concentración: he sentido repugnancia por los cómplices de los nazis, sean éstos intelectuales o gente común, norteamericanos, franceses, ingleses, polacos, húngaros, españoles o italianos. También me ha parecido odioso el hombre medio caníbal, quien desde la seguridad de su hogar y oficina aprobó y aprueba ese cainismo, expresó y expresa su antisemitismo en periódicos, estaciones de radio, salones de clases y reuniones sociales. “Las palabras son ya acciones”, decía Freud.
A 50 años del Holocausto, y a pesar de todos los documentos históricos y testimonios personales que se han publicado y visto en el mundo, me parece increíble que aún haya gente que niegue que realmente sucedió, o que aún propague ideas aberrantes, ocultándose detrás de personajes de conducta dudosa, como Ezra Pound o Louis-Ferdinand Celine, quienes colaboraron con fascistas y nazis y traicionaron a su panera a sus compatriotas.
Ezra Pound había ayudado a las fuerzas del Eje contra su propio país haciendo más de 300 emisiones radiofónicas, adquiriendo bonos de guerra italianos, preparando slogans de propaganda y redactando bajo el seudónimo de Pietro Squarcio textos que leían comentaristas italianos.
El 23 de julio de 1943, en Washington, D.C. un jurado del gobierno federal lo acusó de traición por “prestar ayuda a los susodichos enemigos de Estados Unidos”. En emisión radiofónica desde Roma expresó: “La descomposición del Imperio Británico viene de adentro, y si toda esa organización sifilítica declara la guerra a Canadá, o Alberta, no veo motivo alguno para que no le declare la guerra a los judíos de Londres. Sea que hayan nacido judíos o hayan elegido la judería por predilección”.
Luego de la reunión de Mussolini con Hitler en Alemania el 16 de septiembre de 1943, Italia comenzó en serio la persecución de los judíos. En dos meses, 10 mil fueron arrestados para ser deportados; la mayoría murió en Auschwitz. Pound viajó a Salo y escribió muchos artículos para revistas fascistas. El 10 de diciembre de 1943 reanudó sus transmisiones dirigidas desde Milán a las tropas norteamericanas en Europa y Africa del Norte. “Cualquier ser humano que no sea un gusano idiota perdido, debe darse cuenta que el fascismo es superior en todo a la judeocracia rusa, y que el capitalismo apesta”, les decía.
“En nuestro mundo es más fácil descomponer el átomo que acabar con un prejuicio”, dijo Albert Einstein. Es una verdad que he comprobado a lo largo del tiempo, porque aún después del Holocausto he visto el antisemitismo aflorar en los labios de peluqueros, taxistas. maestros de escuela, hombres de negocios, escritores y periodistas de izquierda y de derecha. Porque aquí y allá me he topado con necios que hablan como poseídos por la bazofia de un libro infame: Los Protocolos de los Sabios de Sión, fabricado en Rusia en 1905 por la policía del Zar, con la intención de fomentar el antisemitismo entre el pueblo ruso Y, en México, en mis años de estudiante, tuve que soportar en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García a maestros rabiosos que recomendaban una basura titulada Derrota Mundial, de Salvador Borrego.
No obstante que un millón de personas practiquen la doctrina de un judío: Jesús, y admiren a santos y místicos de origen judío como San Pablo o Santa Teresa de Avila, o que Marx o Freud y Einstein nos hubieran hecho entrar al siglo XX (como dijo Carl Jung),es frecuente encontrar a gente que manifiesta su antisemitismo ante la menor provocación o culpa a los judíos hasta de la crisis económica mexicana, como si no supiéramos quiénes la ocasionaron en éste y en los otros sexenios.
Fanáticamente, irracionalmente, deshonestamente, hay gente que, víctima de sus propias frustaciones, culpa a los judíos, o a otras minorías, de lo malo que le pasa, de su propio fracaso. Me tocó conocer a Ezra Pound en el festival de los Dos Mundos en Spoleto, en junio de 1967. Conocí a los dos Pounds a la vez: al poeta de Personae y de las traducciones del chino al inglés, y al hombre que llegó a firmar sus cartas con la swástika nazi, a elogiar Mein Kampf y a dar una conferencia sobre los “principios del fascismo italiano”.
Considero abyecto que Pound haya estado difundiendo las consignas antisemitas mientras millones de judíos eran asesinados en Auschwitz y Buchenwald, el ghetto de Varsovia y Terezin, lugares que conforman, entre otros, la geografía del horror contemporáneo. Un horror que fue cometido por criaturas cuya maldad solamente puede calificarse de demoniaca. No hay adjetivos en nuestro lenguaje moral tradicional que puedan aplicarse a los protagonistas del mal, como lo fueron Hitler, Goering, Heydrich, Himmler, Mengele, Oberhauser, Fuchs, Eichmann y otros. Su conducta nunca podrá ser explicada en términos racionales ni morales.
Años después de las bestialidades cometidas por Adolfo Hitler y sus seguidores materiales y espirituales, todavía está fresca su infamia. Creo que Dante Alighieri, este gran poeta moral (es una lástima que solamente sirvo de modelo retórico a Ezra Pound) en su Canto XXXIV del Infierno hubiese metido a Hitler en las bocas del demonio trifacial reservadas a los traidores (Judas, Casio y Bruto) por traidor a la humanidad.
*Extractos del artículo publicado por el escritor mexicano en el suplemento El Ángel del periódico Reforma el ocho de octubre de 1995