Lo intentaron, pero no lograron, destruir la dignidad y la esperanza del pueblo judío. A pesar de la barbarie tampoco fueron capaces de evitar la presencia siempre viva de sus intelectuales y sus aportaciones a la cultura occidental. Estas afirmaciones adquieren relevancia cuando se estudia y se enseña historia en la universidad. Cuando nos preguntamos acerca de los orígenes y de las causas, así como de los efectos inhumanos que provocó la Segunda Guerra Mundial en el siglo XX, llama la atención la lucha encarnizada de las fuerzas totalitarias del nazismo y del fascismo para imponer su visión del mundo en su intento por destruir a una comunidad. Uno no se imagina el impacto que puede provocar en la vida profesional, en este caso, como historiadora de las ideas, la visita a los campos de exterminio en Polonia después de 60 años.
Las lecciones de este viaje de estudios organizado por nuestros amigos de Tribuna Israelita para estudiar y visitar los lugares del Holocausto, que sin duda, puede ser considerado como el más dramático evento histórico del siglo XX, no sólo redimensionó nuestras percepciones tradicionales, como fue mi caso, sino que la interpretación de los horrores de la historia de la guerra y de la persecución, o dicho de otra manera de la historia de la maldad, influyó también en la esfera cultural al introducir la visión de una laica respecto a la riqueza de la cultura judía.
Después de esta experiencia uno se pregunta cuál puede ser la actualidad y las repercusiones del Holocausto para una comunidad que intentó ser sistemáticamente destruida por una ideología totalitaria que se adjudicaba el derecho a eliminarlos. Visitar físicamente los lugares de la concentración y el exterminio significa no olvidar el olor a muerte y entre miles de sensaciones, de lugares, de objetos, se queda fija en la memoria aquella pequeña foto de un niño que en el campo de exterminio de Majdanek sonreía sin saber qué cosa significaba que él no era considerado un ser humano.
La petrificación de la muerte aparece por todos lados: en los monumentos, en las barracas, en los cementerios e incluso en sus bosques, testigos mudos del dolor colectivo. Cuando uno intenta reflexionar consigo mismo y con los otros sobre el significado de las palabras: muerte, humillación, golpes, persecución, dolor, odio, hambre, sus significados se desvanecen. Es decir, todas estas palabras no logran transmitir en su totalidad el cúmulo de sensaciones que aparecen cuando se intenta comunicar a la gente curiosa de esta experiencia.
La profundidad y seriedad que implica tratar de dar una interpretación y enunciar en una sola frase –con serias dificultades de síntesis- lo dramático que resulta hoy en día describir la sensación de dolor, tristeza e incredulidad ante este dramático hecho histórico y humano implica que debemos ayudarnos de ideas más cercanas para explicar este fenómeno tan complejo.
En nuestras mentes empiezan a rondar una serie de preguntas: ¿cómo fue posible haber permitido tanta indiferencia ante la industria de la destrucción sistemática de los judíos? ¿Cuál es el significado de que no existiera distinción entre mujeres, niños y ancianos? ¿Qué factores sociales y culturales económicos y políticos, permitieron el desarrollo del fenómeno de “Hitler”? Preguntas que se convierten –más bien- en una sinrazón o en un silencio que es necesario para continuar a reflexionar.
De esta forma y después de un largo tiempo de tratar de reacomodar lo leído, lo visto y lo sentido se llega a la conclusión pesimista de que no existe una respuesta única o una sola frase que permita encontrar una explicación acerca de la maldad que deje tranquila tu razón y tu alma.
Como historiadora de las ideas, pero sobre todo como mujer laica que intenta no tener prejuicios, fue realmente impactante ver y sentir como la necesidad de exterminar se convirtió en una forma de vida de un grupo que se adjudicó la superioridad racial, que pretendió dominar al mundo y cancelar físicamente a una comunidad que fue objeto de vejaciones que aún hoy, después de 60 años, es difícil narrar. Es decir, la maldad, la muerte, el dolor y la humillación son conceptos que no reflejan en su complejidad lo realmente ocurrido ahí.
Se fue el siglo XX pero aún debe ser colocado en su justo lugar el significado de la Shoá. No sólo para el pueblo judío, sino también para quienes pretendemos explicar, a quienes no lo conocen y no lo han visto, el sentido y la importancia de la dignidad humana ante el terror. No debemos olvidar esta masacre para impedir el renacimiento de las condiciones políticas y culturales que hacen posible en nuestros días el resurgimiento del neonazismo. Debemos dar la batalla contra quien se adjudica el derecho a perseguir a una minoría, a eliminar a una comunidad con la industrialización de la muerte.
En este mundo de intolerancia y persecuciones sólo me queda una pequeña certeza. Una cosa de la que estoy convencida es que a la comunidad judía no le pudieron quitar su dignidad, su esperanza y su cultura. En aquellos años oscuros fueron –y han continuado a ser- estos valores los propulsores de su capacidad para hacer renacer sus tradiciones basadas en la solidaridad y la cooperación entre ellos, así como en su amor por la lectura y por transmitir su milenaria cultura a sus descendientes. Todo les permitió sobrevivir.
Si intentáramos formular una metáfora podríamos decir que la cultura judía se asemeja a un sabio y frondoso árbol que quiso ser cortado pero que a pesar de los brutales hachazos que sufrió, no fue posible destruir sus raíces y su espíritu. Hoy la Shoá debe permitirnos recordar, reflexionar y tratar de entender, pero sobre todo, mirar hacia el futuro para construir y fortalecer las nuevas ramas del árbol que han surgido y que seguirán nutriendo gran parte de nuestra cultura occidental en este nuevo milenio
* Doctora en Historia de las Instituciones y de las Doctrinas Políticas por la Universidad de Turín, Italia. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores.
Profesora-investigadora del Instituto José María Luis Mora y ha sido profesora invitada en diversas universidades entre las que destacan las universidades de Bolonia y Turín en Italia así como en los posgrados de las universidades Anáhuac y Autónoma de Querétaro.
Es autora de: Diálogo y Democracia, Cuadernos de Divulgación de la Cultura Democrática, núm. 13, México, Instituto Federal Electoral, 1997 y de Bobbio: Los Intelectuales y el Poder, México, Océano, 1998.
Ha compilado: Los intelectuales y los dilemas políticos en el siglo XX, México FLACSO-Triana, 1997 y Léxico de la Política, México, Fondo de Cultura Económica, en prensa. Participante del “Viaje de Estudios a Polonia e Israel” para académicos mexicanos organizado por Tribuna Israelita en octubre de 1999.