Tribuna Israelita

El Holocausto: entre la historia y la memoria. Dra. Judit Bokser Liwerant*

La liberación de Auschwitz, que marca este día de recuerdo y homenaje, como momento y espacio de la memoria de la Shoa, representa el descarnado genocidio que irrumpió en la historia del siglo XX. Si bien fue un siglo recorrido por asesinatos masivos, masacres y genocidios que han dejado una cifra escalofriante de víctimas, ningún acontecimiento histórico de este periodo ha tenido un alcance tan devastador en sus motivaciones y en su dimensión ética como el Holocausto.
Aunque ha sido y es estudiado exhaustivamente, razón e imaginación quedan desamparadas frente a este evento. La primera, la razón, ultimadamente no puede comprender un mal inimaginable; y la segunda, no puede imaginar un mal incomprensible.
Y el imperativo es explicar, comprender, recordar.

El Holocausto significó el exterminio de dos terceras partes del pueblo judío al tiempo que confrontó a la conciencia occidental con las paradojas de su modernidad, exhibiendo la ruptura de las esperanzas depositadas en la razón.
Nunca antes en la historia, un Estado legítimamente constituido se propuso aniquilar a hombres, mujeres y niños por el hecho mismo de su condición original- ser judíos. Por primera vez, un Estado moderno poseedor de una avanzada tecnología cayó en poder de una ideología, un partido, un líder y un sistema de dominación para los que el antisemitismo fue la cima ideológica de un pensamiento profundamente racista condujo al exterminio.
Auschwitz fue un momento -aunque el terminal- de un largo proceso de guerra contra un pueblo. En efecto: Auschwitz se proyectó como el núcleo del asesinato de seis millones de judíos, parte de la planeada aniquilación total del pueblo y del judaísmo -impedido sólo por la derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial.
El asesinato y la destrucción de la vida comunal judía fue para el Estado nazi un fin en sí mismo, por lo que dedicó sus energías y sus instituciones gubernamentales, industriales, tecnológicas e ideológicas para cometer el asesinato masivo de millones de judíos bajo el eufemismo de Solución Final.
Ello fue parte central de la racionalidad de una guerra total que causó alrededor de 35 millones de víctimas en una lucha de seis años.
La diferenciación del Otro en términos biológicos raciales, -prerrequisito de su aislamiento, persecución y/o exterminio-, se nutrió de un prolongado proceso cultural de acecho a la diferencia y el racismo alcanzó su expresión máxima.
Racionalidad burocrática e irracionalidad convivieron en el proceso de exterminio de los judíos.
Fue un proceso…gradual…acumulativo. Progresivamente se gestó una radicalización de las medidas antijudías. Y ello es importante destacarlo: un proceso con muchas estaciones de llegada, con muchos momentos para los actores directos, para los observadores y para las víctimas.
Así, en la década de los años 30, el asesinato estuvo ausente como política estatal no sólo por el peso de la opinión pública, sino también por la falta de integración al interior del régimen nazi y la carencia de una política anti-judía centralizada.
Entre 1933 y 1938, el régimen nazi implementó diversas soluciones a lo que se denominaba Judenfrage, “cuestión judía”, todas ellas con el propósito de obligar a emigrar a los judíos de Alemania: el método legislativo —que alcanzaría su cúspide con las Leyes de Nuremberg en 1935—, el método económico —cuya política más conocida fue la “arización” de las propiedades judías—, el método exhibicionista —que se manifestaría en el primer pogrom de la Alemania nazi: la Kristalnacht de 1938—, el método policíaco —detenciones arbitrarias de judíos que los conducían a campos de concentración de los cuales eran liberados siempre y cuando se comprometieran a emigrar de Alemania—, entre otros.
El estallido de la Segunda Guerra Mundial y la incorporación al Tercer Reich de millones de judíos provenientes de los países conquistados coincide con pensar en métodos más radicales: desde la deportación a zonas fuera de Europa —Plan Madagascar— a la concentración territorial en Europa —los ghettos polacos— y acabando con el exterminio físico de los judíos —del método de fusilamiento en masa de los Einsatzgruppen a los campos de exterminio, entre ellos Auschwitz.
Recordar. Pensar- Analizar lo progresivo del proceso de destrucción.
El mundo de los ghetto en el corazón de Europa: El primer ghetto se estableció en abril de 1940 en la ciudad industrial de Lodz; el segundo, en Varsovia, en noviembre del mismo año. Este último se convirtió en el más grande en el territorio europeo, ubicado en el seno de una ciudad central al desarrollo del judaísmo polaco. En el verano de 1940, antes de que éste fuese oficialmente establecido, los alemanes construyeron murallas que separaban la sección donde se encontraban los judíos que ya habían sido concentrados en la ciudad, separándolos del resto de la población. Expuesta inicialmente como una medida de cuarentena para aislar a la población judía por una epidemia de tifoidea, en septiembre de 1940 los 80 000 polacos que aun vivían en el área fueron removidos y el 3 de octubre fue oficialmente declarada la existencia del ghetto. Se estima que a mediados de octubre, los 140 000 judíos que aún se encontraban en diferentes zonas aledañas fueron llevados a él, sumándose así a los 240 000 que ya habitaban en él. Este movimiento concentró a casi 400 000 personas en un área reducida.
¿Por qué me detengo en el Ghetto? Por varias razones: porque a pesar de la intensidad de los sufrimientos -sobresaturación poblacional, raciones alimenticias insuficientes, enfermedades, – en los ghettos continuaron las conferencias, las actividades teatrales, y los conciertos; una vasta creación literaria en hebreo, yidish y otros idiomas se traducía en una pasión por la lectura; aunque la educación estaba expresamente prohibida, se impartían clases clandestinamente tanto para niños como para universitarios. La prensa igualmente clandestina proliferó, llegando a publicarse más de 50 periódicos diarios solamente en el ghetto de Varsovia. Debe señalarse que los 30 diarios y 130 periódicos en yidish, hebreo y polaco que el judaísmo polaco había generado fueron abolidos en 1939 y se prohibió también la lectura de la prensa alemana.
Un intencionalidad de borrar un pueblo, una cultura…
Porque en este contexto cobró nueva fuerza el imperativo de la memoria… se consolidó un fuerte ámbito de reflexión sobre el presente, y de visiones del futuro; un desafío a la deshumanición. Los archivos clandestinos, los testimonios, la poesía…
La palabra dejó de pertenecer, así, sólo al escriba encargado de copiar sin errores los textos sagrados, o al rabino erudito, o incluso al historiador profesional. En los ghettos, la palabra escrita se socializaba; la experiencia colectiva pasaba a través del testimonio individual y éste, sustentado sobre la vivencia personal, se transformaba en la vivencia de todo un pueblo.
El testimonio se sumó a la vasta tradición testimonial judía, que obedecía a un doble imperativo. El primero, el de dar testimonio para documentar un acontecimiento denunciando toda iniquidad y buscando la justicia; el segundo, plasmado desde de Deuteronomio bíblico y forjado por profetas y sacerdotes, el de recordar, componente central de la experiencia colectiva.
En este sentido, la palabra testimonial escrita en los ghettos constituyó un elemento de resistencia frente al olvido y la muerte; pero también fue una re-escritura de la historia desde la perspectiva de los vencidos. El testimonio de los ghettos, escrito en un presente sin futuro, desafió el proyecto nazi de borrar de la faz del planeta al pueblo judío, como si éste no hubiera existido ni pudiera dejar herederos ni memoria; respondió a la necesidad de interpretar el significado de la experiencia.
La destrucción avanzó.
Barbarie., ciencia y técnica. Barbarie y civilización. Resulta difícil descubrir el carácter civilizado de muchos de los actos genocidas nazis: “no fue preciso aplicar ninguna clase de alta tecnología al 40 por ciento de las víctimas del Holocausto que murieron de malnutrición, hambre y enfermedades en los guetos, a causa del exceso de trabajo en los campos destinados a aquel fin, debido a unas deportaciones-cuando la guerra ya estaba más avanzada-que se convertían en terribles marchas mortales, o en los horripilantes fusilamientos en fosas, trincheras y barrancos, para los cuales se utilizaban ametralladoras, fusiles y pistolas”(Wistrich, 2002)
La Solución Final- el exterminio científico que requería de la modernidad técnica- comienza a implementarse a partir de 1941 con los escuadrones móviles de ejecución (Einsatzgruppen) que acompañaron al ejército alemán en la invasión rusa y cuya función era reunir a los judíos y liquidarlos a través de métodos primitivos y brutales, distantes de la racionalidad e impersonalidad burocrática moderna. Escenas dantescas se repitieron en todas las comunidades que caían bajo dominación nazi. En muchas ocasiones, estos escuadrones involucraban a la población local en los asesinatos, como fue el caso de Lituania, por ejemplo; sin embargo, en la mayoría de los casos eran los escuadrones alemanes los que organizaban el exterminio en las áreas conquistadas.
Las insuficiencias logística y de eficiencia del asesinato individualizado dieron paso a la industrialización de la muerte. Cuando la necesidad de matar a los judíos de manera rápida se vuelve un imperativo para el liderazgo nazi se comenzaron a desarrollar métodos impersonales de asesinato.
La radicalidad del mal en Auschwitz es inconmensurable.
De allí que el anonimato de la despersonalización y la deshumanización del crimen no puede ocultar el delito del perpetrador, por burócrata que éste sea.
Frente al dolor y al desafío de lo que Auschwitz significó, la memoria se constituyó en recurso de afirmación, frente al proyecto de aniquilar al grupo, a su gente y a su cultura; y en testimonio, frente al proyecto de hacerlo sin dejar huella alguna.
Porque no bastó con el exterminio o con la desaparición de sus víctimas: era necesario destruir las pruebas de su acción, sus archivos, dinamitar las cámaras de gas y evitar a toda costa los registros visuales de la fase más enigmática de su política de aniquilamiento. Desaparecer las herramientas de la desaparición y con ello convertir Auschwitz en inimaginable. Fue su más ferviente tentativa.
Por ello, el binomio historia- la memoria. La memoria se amplía para incorporar, con todas la dificultades que ello implica el rostro del otro ( la voz de aquél que tengo adelante, que está físicamente presente y es también el rostro es también la voz de los que no están, de las víctimas del genocidio”
El imperativo de Zahor
Memoria colectiva grupal que construye nuevas formas de memoria, memorias cosmopolitas, una memoria que emerge hoy como memoria compartida y expresa la necesidad de contar con un referente de certidumbre moral en una época de incertidumbre, de compromiso con la solidaridad transnacional en tiempos de confrontaciones.
La memoria del Holocausto afirma las raíces de un grupo, se orienta a combatir viejas y nuevas tendencias del antisemitismo y de allí busca combatir toda discriminación, convirtiéndose a la vez en recurso para imponer la vigencia de los derechos humanos, memoria para salvaguardar las promesas incumplidas de la razón.
Sin confundir la responsabilidad de la maquinaria nazi de exterminio con el papel de los observadores, para recordar, entender y educar es necesario saber las consecuencias de la ausencia de fuerzas contrabalanceadoras; entender qué sucede cuando el abandono del Otro se impone.
Es necesario recordar que hubo observadores que supieron en tiempos diversos lo que sucedía. Un mundo que en su mayoría no pudo hacer suyo las consideraciones humanitarias que hubiesen permitido abrir las puertas al exilio judío cuando el abandono del continente europeo era aún opción de supervivencia.
Recordar. Entender. Educar es un rechazo al silencio y a la indiferencia.
Memoria histórica, memoria social. Memoria del grupo y memoria universal. Memorias nacionales también que llevan a analizar el pasado para no repetirlo. México entre ellos. Porque consideraciones migratorias de afinidad étnica y religiosa y de homogeneidad poblacional se impusieron por sobre la lógica de acoger al exiliado.
Si bien México se proyectó durante la época por su indiscutible carácter antifascista, su comprometida toma de posición internacional y su vocación libertaria, en lo que concierne al ingreso al país de los refugiados judíos, los resultados fueron magros. La entrada al país de los judíos durante los años treinta y principios de los cuarenta en calidad de refugiados se vio limitada por y subsumida en la lógica restrictiva de la política migratoria entonces vigente. No se beneficiaron, como pudieron haberlo hecho, de la política de apertura que el país tuvo a otros exilios. Dominaron los prejuicios antisemitas difundidos a través de una compleja correa transmisora que atravesó al mundo libre y se expresó en los ámbitos internacionales donde se discutió la cuestión de los refugiados.
Entre la Historia y la Memoria. Recordar, entender, educar. Combatir el prejuicio, las estigmatizaciones. Combatir el antisemitismo y toda forma de discriminación.
La memoria no sólo implica resguardar del olvido los acontecimientos del pasado, sino su reactualización en la experiencia presente y “sólo la voluntad de no olvidar puede hacer que estos crímenes no vuelvan nunca más” (Ricoeur, 1996).

Referencias bibliográficas

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WSTAWAĆ
(STÁVACH, LEVÁNTATE)

Soñábamos en las noches feroces
sueños densos y violentos,
soñados con el alma y con el cuerpo:
volver; comer, contar lo sucedido. Hasta que se oía breve sofocada
la orden del amanecer: “Wstawać”;
y el corazón se nos hacía pedazos.
Ahora hemos vuelto a casa,
tenemos el vientre ahíto,
hemos terminado de contar nuestra historia.
Ya es hora. Pronto escucharemos de nuevo
la orden extranjera: “Wstawać”.

Primo Levi, La Tregua

* Investigadora y Académica UNAM
* Palabras pronunciadas en la Ceremonia del Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto, organizada por el Gobierno de la Ciudad de México, COPRED, Yad Vashem México, Comité Central y Tribuna Israelita. Comunidad Bet-El, 25 de enero, 2019

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