El 27 de enero de 1945, el campo de exterminio de Auchwitz, en Polonia, fue liberado. A éste seguirían Buchenwald, Dachau, Mathaussen y muchos más. Allí se descubrió la mayor evidencia del peor horror vivido en la historia de la humanidad: una verdadera fábrica de muerte ideada y construida por el nazismo. Seis millones de hombres, mujeres y niños judíos, y muchos otros gitanos, homosexuales y minusválidos, fueron asesinados a conciencia bajo el mandato de Hitler desde 1933 hasta 1945.
Han pasado más de siete décadas. Los testigos van desapareciendo, pero los efectos de esta terrible tragedia aún se sienten.
La furia y la brutalidad del Holocausto va mucho más allá de Auschwitz. Este es, sin duda, el más representativo de los campos debido a la magnitud del genocidio ahí perpetrado. Más de 100 edificios permanecen intactos, incluyendo ruinas de las cámaras de gas y los hornos crematorios, mismos que han sido preservados cuidadosamente como museo.
El amplio sistema establecido por los nazis incluía tanto campos de concentración, como de trabajo, de prisioneros de guerra, de tránsito y de exterminio. El primer campo, Dachau, empezó a funcionar algunos meses después del ascenso de Hitler al poder. Más tarde, se establecieron, entre otros, los campos de Sachsenhausen, Buschenwald, Mauthausen y Flossenbürg, Ravensbrück, Natzweilwer, Bergen-Belsen y Dora-Mittelbau. Auschwitz-Birkenau, Chelmno, Sobibor, Treblinka, Belzec y Majdaneck se crearon expresamente como campos de exterminio.
En sus orígenes, Auschwitz se utilizó para recluir a los prisioneros de guerra, opositores políticos y gitanos. Con el tiempo, cientos de miles de judíos fueron deportados hacia este campo para ser aniquilados. Para implementar este asesinato masivo los nazis construyeron los campos adyacentes de Auschwitz II–Birkenau y Auschwitz III–Monowitz. Éstos últimos, fueron utilizados como campos de muerte y de trabajo.
A partir de 1942, Auschwitz se convirtió en una eficiente fábrica de muerte, donde diariamente se implementaba el asesinato masivo y organizado de seres inocentes, principalmente judíos. Cuatro cámaras de gas y varios crematorios funcionaban día y noche, lo que permitió la eliminación sistemática de alrededor de 1.5 millones de personas.
El proceso iniciaba con la llegada de los trenes al campo, donde hombres y mujeres eran separados. Posteriormente debían enfrentarse a una “selección” en la que los guardias nazis elegían a quienes consideraban “aptos” para realizar algún tipo de trabajo. Generalmente, los viejos, las mujeres embarazadas, los niños y los débiles eran condenados a morir inmediatamente.
Las condiciones de vida de quienes no eran enviados a las cámaras de gas, eran tan deplorables e inhumanas, que pocos de ellos lograron sobrevivir. Los individuos eran obligados a dormir en barracas de madera, que llegaban a compartir hasta con 1,500 personas; recibían fuertes golpizas; apenas si se les otorgaban alimentos.
A su vez, algunos eran sometidos a experimentos médicos, en lo que debían soportar condiciones brutales. También existían comandos de trabajos forzados expuestos a largas jornadas y golpizas frecuentes. En ocasiones se les obligaba a trabajar sólo para desgastarlos, sin que en realidad el trabajo llevara consigo alguna utilidad.
Al final de la guerra, en su intento por destruir toda evidencia de sus crímenes, los nazis desmantelaron gran parte de las cámaras de gas, hornos crematorios, edificios y quemaron documentos comprometedores. Alrededor de 60,000 prisioneros fueron obligados a evacuar Auschwitz a pie. En este trayecto, conocido como “la marcha de la muerte”, más de 15,000 fueron asesinados y muchos otros murieron por estar incapacitados para continuar el camino.
Finalmente, el 27 de enero de 1945 el ejército ruso entró a Auschwitz liberando así a más de 7,000 sobrevivientes, testigos vivientes de éste infame crimen. “Nada los pudo haber preparado (a los soldados aliados) para enfrentarse a lo que vieron ahí y en otros campos que liberaron. El hedor de los cuerpos, las pilas de ropa, de dientes, de zapatos de niños. Según el relato de los liberadores, más que el olor, más que las pilas de cuerpos, la historia de terror se transmitía en las caras de los sobrevivientes “ (1).
Sin duda alguna, por lo horrores perpetrados, Auschwitz es una mancha indeleble en la historia de la humanidad. Seis décadas después, el Holocausto continúa siendo un símbolo universal de la perversidad de la que es capaz el hombre. Los últimos años han ampliado los conocimientos mas no la comprensión de los hechos. El intento del régimen nazi de exterminar al pueblo judío, con el consiguiente asesinato de millones de seres humanos, aún supera la capacidad de comprensión del ser humano.
Ante el resurgimiento de diversas corrientes xenófobas y discriminatorias a lo largo y ancho del planeta, es indispensable crear conciencia sobre los riesgos que enfrenta toda sociedad que permita que en su seno se desarrollen movimientos racistas que fomentan la intolerancia y el fanatismo y obstaculizan la convivencia armónica. “Es responsabilidad de todos recordar el trágico sufrimiento de las víctimas no con el ánimo de abrir heridas dolorosas o para provocar sentimientos de odio o revancha, sino para honrar la muerte, para dar a conocer una realidad histórica y todo esto para asegurar que esos eventos tan terribles servirán para que los hombres y mujeres de hoy se den cita a esta gran responsabilidad en nuestra historia en común. Nunca jamás, en ninguna parte del mundo, otros pueden experimentar lo que fue vivido por estos hombres y mujeres que han sido lamentados por 60 años” (2).
El Holocausto no puede ni debe quedar en el olvido. Honrar la memoria de las víctimas es un acto de justicia, que permite devolverles su identidad “Nadie tiene permiso para pasar sobre la tragedia de la Shoá. Ese atentado de destrucción sistemática contra un pueblo entero es una sombra en la historia de Europa y del mundo entero; es un crimen que oscurecerá la historia de la humanidad por siempre. Podrá servir, en la actualidad y para un futuro, como una alerta: no debe haber lugar para ideologías que justifiquen la condena de la dignidad humana en razón a la raza, color, idioma o religión. Hago este llamado para todos, y particularmente para aquellos que en nombre de la religión cometen actos de opresión y terrorismo” (3).
Notas
1. Silván Shalom, Ministro de Relaciones Exteriores del Estado de Israel, 24 de enero de 2005 en la ONU.
2 y 3. Papa Juan Pablo II, 2005