El mundo ha sido testigo del resurgimiento del antisemitismo a gran escala. La apertura en los países comunistas, la reunificación de las dos Alemanias y el renacimiento de un nacionalismo exacerbado ha propiciado que ciertos sectores antagónicos a la existencia de minorías étnicas y religiosas en el seno de las sociedades europeas, cobren fuerza. Por ende, cientistas sociales en diversas latitudes han retomado la temática del antisemitismo y del racismo en general, en un afán de explicar las causas que impulsan su desarrollo y sus manifestaciones en los tiempos actuales.
Durante años, los estudios de opinión utilizados para medir la relación entre el grado de antisemitismo y diversas variables como la educación, el status económico y la edad, han arrojado datos interesantes. Por ejemplo, en investigaciones realizadas en fechas recientes en Estados Unidos se encontró que las personas de mayor edad presentan una actitud más hostil hacia los judíos que los jóvenes. Sucede lo mismo con las mujeres, a diferencia de los hombres. Se ha hallado, también, que mientras más educación tengan expresan en, menor grado, sentimientos antisemitas.
Al examinar dichas correlaciones podemos considerar en la mayoría de los casos, que la educación constituye un factor central. De este modo, se puede establecer la premisa hipotética de que conforme aumenta el nivel educativo disminuye el antisemitismo. Sin embargo, esta premisa no siempre se cumple. Tal es el caso, por ejemplo, de la Alemania de los Kaisers (1871-1918) en donde los intelectuales fueron los responsables del desarrollo de las teorías racistas que dieron sustento al programa antisemita implantado por los nazis.
Sobre este orden de ideas, un estudio reciente indica que tal vez no sea la educación por si sola la que produce la ausencia de los prejuicios contra minorías, sino que se trata de alguna característica o combinación de características comunes entre aquellos que mantienen un mayor nivel educativo. Puede tratarse de individuos más inteligentes o con una mentalidad más liberal, o pueden provenir de un ambiente que lo predispone a los valores progresistas, como es el caso de familias interesadas en cuestiones cívicas y políticas o de comunidades cuyo contacto con las minorías -en este caso la judía- sea frecuente.
De hecho, según demuestran los estudios, el contacto personal contribuye en gran medida a disminuir los prejuicios. Quienes tenían alguna asociación con judíos parecían ser menos antisemitas que los que no la tenían. Las amistades de la infancia demostraron ser particularmente importantes. De estas premisas podemos concluir que quienes han tenido contacto con los judíos descubren que se pueden relacionar con ellos como con cualquier otra persona y por ello cambian sus actitudes hacia el grupo en general.
Por su parte, en México, en estudios de opinión sobre actitudes antisemitas realizados hace poco tiempo, se encontró que en la mayoría de los sujetos entrevistados el nivel de escolaridad demostró tener una influencia determinante en la neutralización de los estereotipos judíos negativos. Así mismo, el acercamiento entre judíos y cristianos propiciado por la proclamación de la Declaración Nostra Aetate en 1965, ha facilitado el diálogo y debilitado los estereotipos antisemitas clásicos.