Tribuna Israelita

Después de cien años, ¿cómo sigue viva una comunidad?. Thelma Sandler

Cumplir cien años como comunidad es un logro enorme. Significa que hubo unión, compromiso, raíces y visión, pero también es un punto de quiebre, porque después de celebrar, hay que mirar al futuro y hresponder una pregunta esencial: ¿Cómo seguimos? ¿Qué necesitamos para que la comunidad no solo se conserve, sino que siga siendo un espacio vivo, con sentido y con alma?

 

Una comunidad que quiere seguir viva necesita recordar para qué existe. No puede depender solo de la inercia o del cariño por lo que fue. Debe tener claro qué papel juega hoy en la vida de quienes la integran. Lo que alguna vez nació para dar hogar a los inmigrantes, hoy tiene que responder a nuevas realidades. Las generaciones cambian, y con ellas, sus preguntas, sus búsquedas, sus formas de vivir el judaísmo. ¿Qué necesita hoy una persona para sentirse parte? ¿Qué significa pertenecer?

 

Para encontrar esas respuestas, hay que abrir la puerta —y el corazón— a los jóvenes. Escucharlos de verdad. Muchos no se alejan por falta de interés, sino porque no se sienten incluidos. No buscan que todo se haga como ellos dicen, pero sí quieren saber que su voz importa. Que pueden aportar, proponer, construir. Y cuando lo hacen, traen consigo nuevas ideas, energía y conexión con su tiempo. La comunidad que les hace espacio se renueva de adentro hacia afuera.

 

También hay que entender que las familias ya no son como antes. Hoy hay más diversidad, más caminos. Y aunque eso puede dar miedo, también es una oportunidad. Se puede abrir la puerta sin perder la esencia. Se puede incluir sin olvidar quiénes somos. La clave está en mantener la identidad viva, en enseñar con amor, y en mostrar que siempre hay lugar para quien busca pertenecer.

 

Además, es importante recordar que una comunidad no son edificios ni nombres en las paredes. Son las personas, son los lazos, la solidaridad, escuchar. El abrazo en el momento justo. Eso es lo que hace que la comunidad no se sienta como una institución, sino como una familia.

 

La historia del pasado de la comunidad, obviamente, es valiosa, pero si solo hablamos del pasado, nos perdemos el presente. Honrar a quienes nos trajeron hasta aquí es también atreverse a hacer los cambios necesarios. No para romper con la tradición, sino para que siga siendo fuente.

 

Después de cien años, lo más importante no es lo que hemos sido, sino lo que estamos dispuestos a ser. Porque la historia no termina aquí. Apenas empieza un nuevo capítulo. Y escribirlo juntos… es nuestro mayor privilegio.

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