Cuando los inmigrantes judíos llegaron a México a principios de este siglo se enfrentaron con un reto tan tradicional como novedoso. Su trayectoria histórica los habla obligado a encarar una y mil veces el proceso mismo de trasladarse a terruños extraños que poco a poco similaban como parte de su ser, a pesar de los relativos escollos que les imponían las sociedades a las que pretendían integrarse. Al mismo tiempo su diario existir transcurría, en la mayoría de los casos, alejado de la institucionalidad de los países que los habían albergado por lo que desarrollaron un sentido de responsabilidad colectiva al interior de sus comunidades.
Hoy nuevamente estos refugiados judíos se veían en la imperiosa necesidad de abandonar todo lo familiar a raíz de las condiciones de marginación social en las que vivían y debido al flagelo del antisemitismo. Llegaban de Europa oriental y de las provincias del Imperio Otomano a una nación en proceso de hacerse, incapaz en esos momentos de dar respuesta a los dilemas de la inmigración. Por ello, a pesar de que rememoraban con esta experiencia la de muchos de sus antepasados a quienes les había tocado en suerte, en otras épocas, formar parte de olas de desplazados en búsqueda de patria, esta vivencia era única a la vez y debían de abordarla con sus múltiples facetas particulares.
Ante un país desgarrado por la revolución y confrontado irremediablemente con la construcción simultánea de una sociedad e identidad que reflejaran los valores liberales derivados de ésta y otras gestas, los inmigrantes judíos buscaron procurarse para sí mismos un sustento a la vez que garantizar la continuidad de sus tradiciones como sistema integral de vida. En este proceso pusieron en práctica, una vez más, el concepto de autoayuda que se ha constituido a lo largo de su experiencia grupal en una visión de mundo y en torno al cual graviten sus normas éticas y morales.
Así se dieron a la tarea de crear instituciones en dos vertientes: la primera enfocada a garantizar la continuidad judía a través de instituciones religiosas, de una amplia red educativa y de centros culturales.
La segunda aborda los aspectos de apoyo mutuo y de beneficiencia. Gradualmente se fue constituyendo una versátil red de instituciones de esta naturaleza que estuvieron y permanecen aglutinadas en torno a los siete sectores que conforman la comunidad judeo-mexicana y que estan definidos de acuerdo a los países de origen de aquellos inmigrantes.
Como trasfondo filosófico este proceso se remitió a la tradición judaica para la cual la autoayuda es un deber pero también es una virtud. La palabra tzdaká que es utilizada para referirse a la ayuda al prójimo, significa literalmente honradez y justicia. La tzdaká no es un acto meritorio ocasional sino una aspiración, un privilegio al que puede acceder todo ser humano. Según el Pirkei Avot o Tratado de los Padres que constituye un código con sentencias morales de la mayor importancia dentro del judaísmo, el mundo se sostiene sobre tres pilares: la Tora, basamento ético de la religión hebrea, el trabajo y las obras de caridad, los que se conoce como Guemilut Hasadim. Al mismo tiempo las leyes judías consideran, que partiendo de la concepción de que todos los hombres son iguales y que se asemejan a la divinidad, recae sobre la comunidad y sobre cada individuo en particular la responsabilidad de ayudar al necesitado, de proteger al desamparado, de cuidar al enfermo y de dar apoyo al extranjero.
Inspirados por estos preceptos que nutren sus sistemas filosófico y teológico así como por los ecos de los exhortos de los profetas a no permanecer indiferentes ante el sufrimiento humano y ante las injusticias sociales, los judíos en el México de los veintes y de los treintas fundaron un número considerable de agrupaciones de beneficiencia judeo mexicana. Por un lado la inmigración cesa debido a políticas migratorias restrictivas y a pesar de que la urgencia es mayor por el ascenso del nazismo. Por el otro, se empieza a dar entre los inmigrantes y las primeras generaciones ya nacidas en México, la conciencia de que su destino está orgánicamente ligado al de esta nación. Al mismo tiempo que vuelcan sus energías en ayudar a los hermanos en desgracia en el continente europeo, surgen los primeros proyectos de asistencia social en el contexto nacional. De esta manera el judaísmo mexicano, en pleno Holocausto, en 1942 participa en la construcción de lavaderos públicos en el pueblo de San Gregorio y en 1943 se adhiere a la campaña de apoyo a los damnificados por el ciclón del Pacífico.
Ya en 1944 la comunidad judía de México inicia su involucramiento en rubros prioritarios de la agenda nacional y se afilia a la campaña pro construcción de escuelas promovida por la Secretaría de Educación Pública aportando recursos significativos para la edificación de la Escuela Secundaria No. 15 Albert Einstein, misma que cumple 44 años de funcionamiento ininterrumpido. Sobre esta coyuntura el escritor Fernando Benítez comenta en la revista Optimismo Juvenil, “Mexico ha sufrido y sabe de inrnigraciones. Que estas experiencias reciprocas sirvan hoy para crear una firme convivencia. Aquella que descanse en el mutuo afecto y en el doble interés de ayudarnos, donde la vida no se vea enturbiada ni por prejuicios de raza, ni por odios, ni por rivalidades, ni por egoísmos”.
El reto inicial de la inmigración de esta manera se ve multiplicado por dicha coyuntura. Y aquí cabe una reflexión: el compromiso con la beneficiencia es tal que no puede ser de suma cero. Cuando se apoya a un grupo específico, no se hace en detrimento de otros, sino que el compromiso se ve retroalimentado y reforzado en consecuencia. Así los judíos mexicanos encuentran en la filantropía un medio y un fin para recrear sus propias particularidades de grupo y para integrarse a la sociedad mexicana.
En forma simultánea durante esta etapa se establecen las diversas tendencias que asume la asistencia de la entonces aún joven colectividad judeo mexicana en su afán por sumarse a los esfuerzos de solidaridad nacional.
Estas tendencias que son reproducidas hasta el día de hoy contemplan dentro del amplio espectro de actividades por ejercer a las contingencias como prioritarias. En estas eventualidades que han abarcado desde el terremoto que asoló a la ciudad de Colima en los cuarentas hasta la erupción del Chichonal y la explosión de San Juan Ixhuatepec, desde los macrosismo en la ciudad de México en 1985 hasta las explosiones de Guadalajara en este 1992, se ha contado con la respuesta oportuna y concertada de los sectores de la comunidad judeo mexicana, canalizada a través de su instancia cupular, el Comité Central de México que surge en 1938 precisamente como una asociación pro refugiados y que hoy por hoy esta abocado a consolidar lazos de unión con las instituciones del México contemporáneo.
Además de momentos de crisis en los que se ha requerido de la implementación de estrategias enfocadas principalmente a paliar las necesidades momentáneas, la asistencia social practicada por grupos voluntarios judíos mexicanos se incorpora a proyectos mas estructurados que responden a los imperativos dentro de la agenda nacional y que son atendidos por el voluntariado de todo el país. Es así que el Consejo Mexicano de Mujeres Israelitas, organismo que surge en 1941 y que representa al sector femenino judeo-mexicano, ha trabajado activamente en dos rubros siempre vigentes: el educativo y el relacionado con la salud. Sus distintas brigadas de voluntarias han colaborado con las diversas instancias nacionales que buscan garantizar un óptimo nivel de salud para todos los mexicanos. Existen proyectos de cooperación con multitud de centro de rehabilitación además de una labor específica con la Cruz Roja Mexicana y el Instituto Nacional de Ciegos y Débiles Visuales, entre muchos otros organismos.
En el ámbito educativo, prolífica ha sido también la tarea del Consejo Mexicano de Mujeres Israelitas que cubre el equipamiento y reforzamiento de guarderías e instancias infantiles, así como un fondo de becas de la Universidad Autónoma de México.
Dentro de este mismo rubro, destaca el papel de la ORT-Mexico, organización judía a nivel mundial, que fue fundada en Europa en el siglo pasado para proporcionar adiestramiento vocacional a judíos en condiciones económicas precarias. Desde hace muchos años ORT ha ampliado la óptica bajo la cual fue fundada y se ha dedicado a ofrecer sus servicios a todos los países que lo soliciten. En el nuestro ha establecido convenios con numerosas instancias gubernamentales para proporcionar asesoría en la implementación de tecnología de punta y entrenar a miles de mexicanos en oficios básicos.
Por su parte se han desarrollado asociaciones de amigos de universidades de Israel, mismas que sensibles a los requerimientos de instancias educativas superiores en nuestro país, apoyan y financian un sinfín de proyectos académicos y de investigaciones, además de promover el intercambio sistemático y el trabajo conjunto. En esta misma Universidad Iberoamericana el Programa de Estudios Judaicos es ejemplo de cómo, sectores de la colectividad judeo-mexicana y un centro de académico de la mayor importancia, como componentes de la sociedad civil, asumen la responsabilidad de llenar el lamentable vacío que existía hace una década en el ámbito de las humanidades y ciencias sociales en México.
Más allá de la labor institucional que conforma el universo de la beneficiencia practicada por el judaísmo mexicano, también han existido en todas las épocas de su evolución moderna, grupos e individuos particulares que han atendido el llamado de la necesidad y de las carencias para promover y apoyar proyectos específicos.
En este contexto se ha apoyado a instituciones asistenciales como el DIF, se han creado fondos y becas a nombres de seres queridos en centros de educación superior del país para la promoción de la investigación y se han sumado esfuerzos con autoridades federales, estatales y municipales para ayudar a núcleos poblacionales en condiciones precarias, como fue el caso reciente de la electrificación de decenas de rancherías en el Estado de México.
A todas luces, estas modalidades reflejan un microcosmos rico en las diversas facetas y posibilidades dentro de la ayuda social, mismas que han estado presentes en la existencia judeo-mexicana como comunidad y como sector nacional incluso antes de que los ochentas marcaran nuevos rumbos para la sociedad mexicana.
Cuando en 1985 nuestra ciudad se vio convulsionada por los terremotos y la sociedad civil se descubre así misma ante evidentes vacíos de poder, la comunidad judía de México asume cabalmente su obligación de aliarse con amplios sectores para manifestar su solidaridad ante la crisis. Pero al mismo tiempo que expresaba por multitud de vías su compromiso con la nación, una de las campañas mas recrudecidas de antisemitismo en este país era apuntalada por algunos segmentos de la prensa y de la opinión pública. Muy pocas fueron las voces que hicieron un llamado a la cordura y a abandonar viejos prejucios. Los medios de comunicación estuvieron repletos de expresiones virulentas que señalaban a los judíos como los villanos de la historia.
Este tipo de situaciones de corte xenófobico disminuye en tamaño un hecho de la mayor envergadura como lo es y lo fue el despertar de la sociedad civil y provocan que la participación activa de todos los sectores nacionales se veía inhibida, especialmente hoy en día en que la tendencia generalizada apunta hacia el adelgazamiento de la presencia del Estado y al estímulo permanente de la sociedad para asumir sus propias tareas y fines.
Estamos presenciando el fin del paternalismo, del Estado benefactor que significó, al fin y al cabo, crisis económica. En este contexto comunidades como la judía han echado mano de su trayectoria propia y se han sumado a esta visión de la asistencia y ayuda mutua esperando del entorno un amplio reconocimiento al principio operativo de que la beneficiencia debe ser practicada desde las propias particularidades en aras de metas nacionales. En la medida en que esto pueda lograrse, la presencia de los judíos mexicanos en estas importantes labores cobrará una mayor proyección y legitimidad, a la vez que su trayectoria propia se verá reforzada.
Sin lugar a dudas un proyecto de una sociedad más participativa va de la mano del de una cultura política más abierta y plural. Las pertenencias y los orígenes múltiples que han dado fisonomía a esta sociedad alimentan y fortalecen el mosaico del que se compone la beneficiencia y la solidaridad nacionales. Por todo ello el reto que permanece ya no únicamente para los descendientes de aquellos inmigrantes de principio de siglo sino para la sociedad en su totalidad, es la de acceder desde las propias raíces, a modelos de convivencia basados en la tolerancia y en la pluralidad que les permitía trabajar y colaborar en los objetivos mas nobles sintetizados en la asistencia social y que van más allá de las iniciativas gubernamentales y de la lógica sexenal. Sólo de esta manera se podrá definir conjuntamente cuál es y debe ser la agenda de los problemas que aquejan a México y cuáles son los recursos y las estrategias para remontarlos. Al mismo tiempo sería deseable el que los mismos sectores civiles exploraran los lazos que los unen a través de proyectos en común. La comunidad judía de México manifiesta su amplia disposición en ese sentido que redundará en una sociedad más cohesionada a la vez que participativa.
Los nuevos y complejos tiempos que estamos viviendo no hacen sino volver más actuales los mensajes de aquellos profetas bíblicos como intérpretes de una nueva conciencia social que exhortan a los individuos a trabajar hombro con hombro en la construcción de un orden más justo y equitativo.
Nosotros, los herederos de esta trascendental misión encaramos el desafío de aportar nuestras fuerzas creativas desde los propios orígenes en aras del bien común.