I. Nuestros hermanos mayores
En la visita que el Papa Juan Pablo II realizó a la Sinagoga de Roma el 13 de abril de 1986, pronunció un memorable discurso sobre las relaciones judeocristianas. En este acuñó una expresión que viene a ser un ícono del aprecio que los cristianos han de tener por la comunidad judía: la expresión es “Sois nuestros hermanos predilectos, y en cierto modo podría decirse nuestros hermanos mayores” (1).
La relación entre el judaísmo y el cristianismo no es la relación entre dos religiones extrañas que se encuentran en su devenir histórico. Al contrario, el cristianismo reconoce desde su origen, y de manera particularmente explícita desde el Concilio Vaticano II, su filiación, su relación, su íntimo nexo con el judaísmo, como de quien ha recibido a Jesús, como de quien ha heredado la Sagrada Escritura, como el pueblo de la promesa que se ha realizado en Cristo.
La afirmación de Juan Pablo II está animada por una tesis teológica que es necesario explicitar, con el fin de entender mejor los motivos y el contexto en el que los cristianos nos planteamos la relación con el pueblo judío.
Ya debiese ser suficientemente explícita la afirmación sobre la relación “intrínseca” que los cristianos descubrimos respecto de la religión judía. Y este ser intrínseco, como hemos dicho, se refiere a que el cristianismo no existiría de no ser por la Alianza que Dios signó con Moisés en el Sinaí; de no ser por la predicación de los profetas; de no ser por la resistencia heroica del pueblo judío ante griegos y romanos (entre otros pueblos), en su fidelidad irrestricta a la Alianza con Dios.
De esta Alianza, llamada por los cristianos “Antigua Alianza”, aparece Jesús, como artífice de la “Nueva Alianza”, una Alianza que se ofrece a la humanidad entera, la cual “se nutre de la raíz del buen olivo en que se han injertado las ramas del olivo silvestre que son los gentiles” (2). La salvación ha llegado hasta nosotros del pueblo judío y por el pueblo judío, y esta es una deuda y una relación intrínseca que ningún cristiano debe olvidar jamás.
Sin embargo, a algunos puede incomodar la expresión “Antigua Alianza”, como si este término expresara caducidad, minusvaloración, desprecio. En el contexto teológico cristiano el sentido es exactamente al contrario. En primer lugar, conviene recordar la afirmación del Papa Juan Pablo II ante la Comunidad Judía de Maguncia, el 17 de noviembre de 1980: “La primera dimensión de este diálogo, esto es, el encuentro entre el Pueblo de Dios de la Antigua Alianza, que nunca fue revocada, y el de la Nueva, es asimismo un diálogo interior a la Iglesia misma, como si fuera entra la primera y la segunda parte de nuestra Biblia” (3).
La Alianza de Dios con el pueblo judío es una Alianza por la eternidad y no tiene caducidad alguna. Si un cristiano pensara que por la fe en el Mesías prometido la Antigua Alianza ha dejado de tener validez, estaría negando la fidelidad de Dios. Al contrario, la Alianza de Dios signada en el Sinaí es una Alianza perpetua. Para los cristianos tanto ayer, como hoy, como mañana tendrá sentido el permanecer a la Alianza de Dios con su pueblo, aún y cuando la fe cristiana anuncia el cumplimiento de las promesas hechas en la persona de Jesús.
II. Doctrina
A partir del Concilio Vaticano II la Iglesia ha elaborado una doctrina sobre la relación con los judíos y el judaísmo, de la que podemos distinguir cuatro elementos esenciales:
1. Sobre las raíces judías del cristianismo. En los párrafos superiores ya hemos apuntado algunos elementos que indican la conciencia que la Iglesia tiene sobre sus raíces judías. Raíces que no son accidentales, como hemos dicho, sino que están implicadas en el núcleo más íntimo de las doctrinas y las prácticas cristianas.
Aún más, si quisiésemos citar la afirmación más profunda de los documentos de la Iglesia a este respecto, habría que recordar el siguiente pasaje: “Jesús es judío y lo es para siempre” (4). En efecto, rechazar a los judíos es rechazar a la persona misma de Cristo. Toda generalización injusta y discriminatoria contra los judíos se dirige inmediatamente contra Jesús “nacido de mujer, nacido bajo la Ley” (5). Así, el cristianismo mira al judaísmo, doctrinalmente, vinculantemente, como sus raíces más íntimas y cercanas; como una religión válida de la que ha surgido la salvación para todos, pero que permanece válida en el corazón de Dios como Alianza sellada para siempre.
2. Sobre la responsabilidad del pueblo judío en la muerte de Jesús. Un tema que ha entorpecido el diálogo y la relación judeocristiana por siglos es el de la responsabilidad histórica del pueblo judío en la muerte de Jesús. Para muchos cristianos confundidos los judíos han sido objeto del desafecto de Dios debido a su participación en la muerte de Jesús. Y no sólo los judíos de la época de Jesús, sino todos los judíos de la historia después de este evento.
La doctrina de la Iglesia establece exactamente la tesis opuesta. Recordemos el siguiente pasaje de la Declaración Nostra Aetate: “Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron la muerte de Cristo, sin embargo, lo que en su Pasión se hizo, no puede ser imputado indistintamente a todos los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy” (6).
En este sentido, el Catecismo de la Iglesia Católica añade: “Teniendo en cuenta la complejidad histórica manifestada en las narraciones evangélicas sobre el proceso de Jesús, y sea cual sea el pecado personal de los protagonistas del proceso (Judas, el Sanedrín, Pilato), lo cual sólo Dios conoce, no se puede atribuir la responsabilidad del proceso al conjunto de los judíos de Jerusalén, a pesar de los gritos de una muchedumbre manipulada … Menos todavía se podría ampliar esta responsabilidad a los restantes judíos en el tiempo y en el espacio …” (7).
De este modo, debe quedar claro que para los cristianos la responsabilidad de judíos y romanos sobre la muerte de Jesús es una responsabilidad personal y que sólo Dios conoce. A los cristianos no les toca juzgar sobre este punto.
3. Sobre la valoración del judaísmo por parte de los cristianos. Yendo aún más allá, Nostra Aetate condena una visión negativa del judaísmo actual, nacida de aquel prejuicio sobre la responsabilidad en la muerte de Jesús. Dice el documento: “Y, si bien la Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios, no se ha de señalar a los judíos como reprobados de Dios ni malditos, como si esto se dedujera de las Sagradas Escrituras” (8).
Existen judíos y existen cristianos que piensan que, para un cristiano, es necesario ver a los judíos como un pueblo réprobo, rechazado por Dios y culpable de la muerte de Jesús. Como hemos visto, nada más alejado de la doctrina de la Iglesia. Antes bien, la Iglesia condena estas visiones deformadas y discriminatorias; afirma la responsabilidad personal de quienes participaron en el juicio y la muerte de Jesús; niega toda responsabilidad colectiva y establece la cercanía y fraternidad de judíos y cristianos como la misma unidad de las dos partes de la Biblia cristiana.
4. Sobre el antisemitismo. La Iglesia afirma, de acuerdo con la tradición judeocristiana, que el hombre, que todo hombre, es imagen y semejanza de Dios. De este modo, ningún hombre debiese ser tratado como objeto, o discriminado por su color, su religión, su condición social o sus posesiones. En este sentido, y reflexionando sobre su relación con el pueblo judío, la misma declaración Nostra Aetate lanza una fuerte censura en contra del antisemitismo: “Además, la iglesia, que reprueba cualquier persecución contra los hombres, consciente del patrimonio común con los judíos, e impulsada no por razones políticas, sino por la religiosa caridad evangélica, deplora los odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos” (9). “Es en todo punto necesario abandonar la concepción tradicional del pueblo castigado… (El pueblo judío) sigue siendo el pueblo elegido” (10).
III. Medios para fomentar el diálogo
De acuerdo con la doctrina de la Iglesia, hay cuatro medios concretos para el encuentro y el mutuo conocimiento y aprecio.
1. Diálogo. “El diálogo presupone que cada lado desea conocer al otro, y desea incrementar y profundizar su conocimiento del otro” (11). Este diálogo debe estar animado, no sólo por el sincero interés de conocer al otro, sino, también, por una disposición introspectiva sumamente consciente: “Con el fin de no dañar (aun involuntariamente) a aquellos que participen (en el diálogo), será vital garantizarlo, no sólo por el tacto, sino por una gran apertura de espíritu y vergüenza respecto de los prejuicios de cada uno” (12).
El diálogo es difícil y en él afloran fácilmente nuestros prejuicios y resentimientos. Es necesario abrir espacios en los que pueda privar la serenidad y la fraternidad, y en los que las dificultades se aborden con respeto y objetividad. De otro modo, el “diálogo” se convertiría en otro motivo de desencuentro y alejamiento.
2. Liturgia. Un segundo medio de encuentro judeocristiano es la liturgia. Se debe recordar que, como ya señalamos, el Antiguo Testamento es parte integral y esencial de la religión cristiana. En toda celebración litúrgica cristiana hay lecturas del Tanaj y reflexiones homiléticas al respecto.
Por otro lado, la misma celebración litúrgica cumbre del cristianismo, la misa, la eucaristía, es una peculiar adaptación del rito de Pésaj. La presencia del vino y del pan ázimo como centro de la misa debiese recordar con frecuencia la filiación y continuidad que se da entre la liturgia judía y la cristiana.
De este modo, judíos y cristianos pueden hallar espacios de convivencia en su propia tradición litúrgica. Idealmente, esto debiese implicar el participar, en un ambiente de sereno respeto y fraternal convivencia, e incluso en encuentros de oración.
3. Enseñanza y Educación. Insistir en las heridas del pasado, los malentendidos y las mutuas acusaciones no nos llevará, como comunidades, a la paz y la concordia. Antes al contrario, profundizará heridas que difícilmente sanarán algún día. De este modo, la Iglesia recuerda su doctrina y ordena a toda la comunidad cristiana que fomente una comprensión recta de las relaciones judeocristianas.
La Universidad Anáhuac, institución a la que pertenezco, es una universidad católica. En este sentido, la Iglesia recuerda que “la investigación en las universidades católicas, en asociación, de ser posible, con otras instituciones cristianas y con expertos, están invitadas a contribuir a la solución de los problemas (relacionados con el judaísmo y con las relaciones entre judíos y cristianos). Donde sea posible, se crearán cátedras de estudios judaicos y se alentará la colaboración con académicos judíos” (13). Me congratulo al recordar que el Centro Cultural de la Universidad Anáhuac llevará el nombre de Itzjak Rabin y tiene, entre sus fines principales, el estrechar lazos culturales, pero también académicos y religiosos con la comunidad judía, siempre parte activa y esencial de nuestra vida universitaria.
4. El último medio es la acción social conjunta. Esta se refiere a iniciativas de colaboración social que parten del fundamento del infinito valor de la persona en cuanto imagen y semejanza de Dios. Todo servicio hecho al hombre es un servicio hecho a la creatura que Dios ha privilegiado en su obra, y que ha amado por encima de todas las demás. Esta colaboración en proyecto comunes debiese “alimentar la comprensión y al estima mutua” (14).
IV. Conclusión
En los últimos años la Iglesia ha hecho un gran esfuerzo para dejar claramente establecida su doctrina sobre la relación con los judíos y el judaísmo. Esta doctrina ha sido objeto de reflexión, de estudio y de acciones concretas.
Sin embargo, no quiero dejar de señalar, realistamente, que este camino está aún en sus comienzos. Basta con voltear a ver a nuestras respectivas comunidades y reconocer, con pesar, que los prejuicios y rencores predominan por encima de estas intenciones de unidad y fraternidad.
El Papa Juan Pablo II señaló, en este sentido, en su visita a la Sinagoga de Roma: “No es cierto que yo haya venido a visitaros porque las diferencias entre nosotros se hayan superado ya. Sabemos bien que no es así” (15). El diálogo y la convivencia buscan el acercamiento. Debemos dialogar y convivir porque estamos alejados, y esto es dolorosamente cierto.
No obstante, existe una luz de esperanza en nuestras respectivas comunidades. Tenemos allí las declaraciones oficiales de la Iglesia, a pesar de las debilidades de algunos hombres. Tenemos los medios propuestos, muchos de los cuales tienen hoy decididos impulsores en muchos lugares del mundo.
Es mi sincero deseo que nuestras Universidades construyan vías que hagan realidad la vocación a la que Dios nos ha llamado: a ser hermanos en la fe que Él mismo nos ha revelado.
Notas
1. “Discurso en la Sinagoga de Roma, 13 de abril de 1986” en Calderón-Gómez-Lepe. Textos para el diálogo judeocristiano. México: Universidad Anáhuac-Tribuna Israelita: 2002. p. 84.
2. “Declaración Conciliar Nostra Aetate, sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas” en Op. Cit. p. 6.
3. “Mensaje a los representantes de la Comunidad Judía. Maguncia, 17 de noviembre de 1980” en Op. Cit. pp. 77-78.
4. Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo. “Los Judíos y el Judaísmo en la predicación y en la catequesis de la Iglesia Católica: apuntes para una correcta presentación” en Calderón-Gómez-Lepe. Op. Cit. p. 38.
5. Epístola a los Gálatas 4, 4.
6. “Declaración Conciliar Nostra Aetate…” en Op.Cit. p. 7.
7. “Catecismo de la Iglesia Católica (1992)” No. 597 en Op. Cit. pp. 51-52.
8. “Declaración Conciliar Nostra Aetate…” en Op. Cit. p. 7.
9. Ibid. p. 8.
10. Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo. “Los Judíos y el Judaísmo…” en Calderón-Gómez-Lepe. Op. Cit. p. 47.
11. Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo. “Orientaciones y Sugerencias para aplicar la Declaración Conciliar Nostra Aetate No. 4 (1974)” en Calderón-Gómez-Lepe. Op. Cit. p. 13.
12. Ibid. p. 14.
13. Ibid. p. 18.
14. Ibid. p. 19.
15. “Discurso en la Sinagoga de Roma, 13 de abril de 1986” en Op. Cit. p. 85.
* El Maestro Carlos Lepe Pineda es Coordinador General de Humanidades de la Universidad Anáhuac