El 27 de enero es el Día Internacional de la Memoria del Holocausto en homenaje al trágico desenlace del exterminio nazi. La fecha marca el día de la liberación de Auschwitz, que se proyecta como el núcleo del asesinato de seis millones de judíos, parte de la planeada aniquilación total del pueblo judío y de su cultura, impedido sólo por la derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial.
Auschwitz, la Shoah, en las diferentes dimensiones que sus nombres designan, representa el descarnado genocidio que irrumpió en la historia del siglo XX, exhibiendo la razón y la sinrazón de la condición humana, la ruptura de las esperanzas depositadas en la primera y su vulnerabilidad frente a la fuerza de la segunda.
Auschwitz constituye y simboliza el dramático acontecimiento de un siglo que si bien en su totalidad ha estado marcado por asesinatos masivos, masacres y genocidios, ninguno tuvo un alcance tan devastador y singular como el Holocausto. Un acontecimiento sin parangón en la historia (Rosenbaum, 1996; Bauer, 1989).
El asesinato y la destrucción de la vida judía fue para el Estado nazi un fin en sí mismo. Con la ideología nazi -derivada de la concepción de la desigualdad natural de la condición humana, la inferioridad judía y el dominio de la raza aria- interactuó la racionalidad instrumental de una Modernidad cuyos límites han sido ubicados por no pocos filósofos, sociólogos e historiadores, precisamente en Auschwitz. Una Modernidad que se nutrió del proyecto de la Ilustración pero que también delinearon sus contornos el Historicismo Romántico y el Nacionalismo.
Un Estado moderno poseedor de una avanzada tecnología cayó en poder de una ideología, un partido, un liderazgo y un sistema de dominación que encauzó y precipitó el exterminio. Racionalidad burocrática e irracionalidad y mito convivieron; ambos se conjuntaron en Auschwitz, en el Holocausto, en la Shoah. La naturaleza fría y mecánica de la maquinaria industrial de la muerte y sus hornos crematorios masivos, dirigida por burócratas distantes e inhumanos se abonó en procesos previos de exclusión. Aunque no existió un plan detallado que fijara tiempos y controlara cada movimiento del exterminio por adelantado, las prácticas y dinámicas del Estado nazi se conjuntaron y armonizaron con los objetivos ideológicos del régimen.
Progresivamente se gestó una radicalización de las medidas antijudías. En la década de los años 30, el asesinato estuvo ausente como política estatal no sólo por el peso de la opinión pública, sino también por la falta de integración al interior del régimen nazi y la carencia de una política anti-judía centralizada. Entre 1933 y 1938, el régimen nazi implementó diversas soluciones a lo que se denominaba Judenfrage, “cuestión judía”, todas ellas con el propósito de obligar a emigrar a los judíos de Alemania: el método legislativo —que alcanzaría su cúspide con las Leyes de Nuremberg en 1935—, el método económico —cuya política más conocida fue la “arización” de las propiedades judías—, el método exhibicionista —que se manifestaría en el primer pogrom de la Alemania nazi: la Kristalnacht de 1938, con el incendio de libros, hogares y sinagogas— y las progresivas detenciones arbitrarias de judíos.
El estallido de la Segunda Guerra Mundial y la incorporación al Tercer Reich de millones de judíos provenientes de los países conquistados condujo a los nazis a pensar en métodos más radicales: desde la deportación a zonas fuera de Europa —Plan Madagascar— a la concentración territorial en Europa —los ghettos polacos— y acabando con el exterminio físico de los judíos —del método de fusilamiento en masa de los Einsatzgruppen a los campos de exterminio, entre ellos Auschwitz. Lo que fue singular en la Shoah fue la totalidad de su ideología y su traducción de un pensamiento abstracto al exterminio; parte central de una guerra total que causó cerca de 35 millones de víctimas en una lucha de seis años, entre ellos polacos, gitanos.
En el horizonte de las diversas expresiones del racismo, aquella que ha enfatizado la diferenciación del Otro en código biológico -prerrequisito de su aislamiento, persecución y/o exterminio-, se nutrió de un prolongado proceso cultural de acecho a la diferencia. Si comprendemos que el racismo alcanzó su expresión máxima en Auschwitz, el antisemitismo puede ser visto en su carácter ejemplar que permite entender el modo como siglos de dificultad de poder asumir al Otro en su legitimidad construyeron un sustrato de prejuicios que alimentaron la estigmatización y el exterminio perpetrados por el nazismo.
Ciencia, técnica y barbarie. Barbarie y civilización. Resulta difícil descubrir el carácter civilizado de muchos de los actos genocidas nazis: no fue preciso aplicar ninguna clase de alta tecnología al 40 por ciento de las víctimas del Holocausto que murieron de malnutrición, hambre y enfermedades en los guetos, a causa del exceso de trabajo en los campos destinados a aquel fin, debido a unas deportaciones-cuando la guerra ya estaba más avanzada-que se convertían en terribles marchas mortales.
Frente al dolor y al desafío de lo que Auschwitz significó, la memoria se constituyó en recurso de afirmación, frente al proyecto de aniquilar al grupo, a su gente y a su cultura; y en testimonio, frente al proyecto de hacerlo sin dejar huella alguna.
De allí la importancia de la memoria para el grupo y para la humanidad toda. El imperativo de Zahor. La memoria se teje como parte de una realidad desde la que se recuerda la singularidad del acontecimiento al tiempo que se descubre sus implicaciones universales sobre la condición humana. La memoria que recuerda y permite conocer, porque hoy sabemos que en la reconstrucción del pasado hay una diferencia entre hecho y significado. Y se exige cuando el revisionismo histórico ha puesto ya su dedo en esta época de tinieblas, a través de la negación del Holocausto; o bien cuando su singularidad se subsume en otros dramáticos genocidios, sin permitirnos deslindar para mejor entender, o cuando descubrimos que vemos que en los libros de texto o en las historias del siglo XX no figura.
Sin confundir la responsabilidad de la maquinaria nazi de exterminio con el papel de los observadores, para recordar, entender y educar es necesario saber las consecuencias de la ausencia de fuerzas contrabalanceadoras; entender qué sucede cuando el abandono del Otro se impone.
Es necesario recordar que hubo observadores que supieron de modo diferencial y en tiempos diversos lo que sucedía. Un mundo que en su mayoría no pudo hacer suyo las consideraciones humanitarias que hubiesen permitido abrir las puertas al exilio judío cuando el abandono del continente europeo era aún opción de supervivencia.
Recordar. Entender. Educar. Un rechazo al silencio y a la indiferencia.
Memoria histórica, memoria social. Memorias colectivas, grupal y cosmopolita.
Memorias nacionales, que deben analizar su pasado para no repetirlo. México entre ellos. Porque consideraciones migratorias de afinidad étnica y religiosa y de homogeneidad poblacional privaron por sobre la lógica de acoger al exiliado. Si bien México se proyectó durante la época por su indiscutible carácter antifascista, su comprometida toma de posición internacional y su vocación libertaria, en lo que concierne al ingreso al país de los refugiados judíos, los resultados fueron magros.
La entrada al país de los judíos durante los años treinta y principios de los cuarenta en calidad de refugiados se vio limitada por y subsumida en la lógica restrictiva de la política migratoria entonces vigente. No se beneficiaron, como pudieron haberlo hecho, de la política de apertura que el país tuvo a otros exilios. La percepción la alteridad judía se vio permeada por la dominancia de prejuicios antisemitas difundidos a través de una compleja correa transmisora que atravesó al mundo libre y se expresó en los ámbitos internacionales donde se discutió la cuestión de los refugiados.
Entre la Historia y la Memoria. Recordar, entender, educar. Combatir el prejuicio, las estigmatizaciones y la deslegitimación. Combatir el antisemitismo y toda forma de discriminación.