Durante los últimos años, el Holocausto marcó las relaciones entre austríacos y los judíos. Las deportaciones y los asesinatos masivos de judíos austríacos durante la Segunda Guerra Mundial redujeron a ruinas a una de las más vibrantes y creativas comunidades del continente europeo.
El Holocausto en Austria
Los ciudadanos judeo-austríacos de los años posteriores al Holocausto eran una pálida sombra de la gran comunidad judía integrada por 2.25 millones que habitaba en el Imperio Austro-Húngaro en la víspera de la Primera Guerra Mundial. Los 175,000 judíos que vivían en Viena (constituyendo 9% de la población) impulsaban la vida cultural y la democracia social en el país. A pesar de que el antisemitismo era más fuerte que en cualquier otra ciudad de Europa central u oriental, su presencia también se dejaba sentir en las profesiones libres.
Tras el colapso del Imperio en 1918 y los tratados de paz, Austria sufrió una pérdida masiva de territorio, población y confianza nacional. El influjo de refugiados judíos provenientes de Galitzia (Polonia), la inflación y la alta tasa de desempleo incrementaron el antisemitismo. Dicha hostilidad se encontraba presente en todos los grupos sociales y partidos políticos, particularmente en el “Gran Partido Alemán del Pueblo” que favorecía la unión de Austria con la nación germana.
Escritores célebres de la talla de Stefan Zweig, Joseph Roth, Hermann Broch y Elías Canetti fueron obligados a emigrar. El descontento de la población ante la presencia judía se desató con fuerza en marzo de 1938, como consecuencia del Anschluss, la anexión alemana de Austria. Al respecto, el historiador Gerhard Boltz afirma: “Los ataques consistían -en su mayoría- de actos simbólicos y rituales históricos, aunque también se generó violencia física, arrestos, robos y asesinatos. Era como si los pogroms medievales reaparecieran con vestimenta moderna”.
Los bienes judíos fueron expropiados sin compensación alguna. Cerca de 70,000 propiedades fueron embargadas para solucionar la escasez de vivienda en Viena y recompensar, así, a los ciudadanos que se habían incorporado al movimiento nazi. Se inició un éxodo forzoso y para 1939, más de 126,000 judíos habían emigrado a Gran Bretaña, Estados Unidos, Palestina y otros destinos. Los judíos que permanecieron en Austria fueron deportados a campos de concentración en Polonia, en donde cerca de 65,000 perdieron la vida.
Estas cifras no reflejan el verdadero rol de los austríacos durante el Holocausto. En los años previos a la Segunda Guerra Mundial, el odio al judío fue mayor en Austria que en Alemania. La participación de los austríacos en la planeación e implementación de la “Solución Final” fue desproporcionada: Adolfo Hitler, Adolfo Eichmann, Odilo Globocnick (supervisor de los campos de exterminio en Polonia), Ernst Kaltenbrunner (jefe de la Oficina de Seguridad del Reich) y Arthur Seyss-Inquart (Comisionado del Reich en los Países Bajos, responsable de la deportación de los judíos holandeses). Más aún, 40% del personal y la mayoría de los comandantes de los campos de exterminio de Belzec, Sobibor y Treblinka fueron austríacos.
Los Años de la Postguerra
A finales de 1945 había alrededor de 4,000 judíos en Austria, quienes habiendo logrado sobrevivir el Holocausto, intentaban encontrar sustento en una nación hambrienta y confundida bajo la ocupación aliada. A pesar del Holocausto, el antisemitismo seguía activo. De hecho, el Dr. Karl Renner, líder socialista y primer presidente austríaco de la postguerra, enfatizó que en su país no había lugar para empresarios judíos por lo que “no permitirían que se estableciera una comunidad judía con inmigrantes procedentes de Europa oriental”. La postura de Renner fue apoyada por el nuevo Ministro del Interior, Oskar Helmer.
Al concluir la guerra, judíos procedentes de Europa oriental (Polonia, Hungría, Rumania y Checoslovaquia) huyendo de pogroms y pobreza, cruzaron la frontera austríaca para establecerse en los campamentos de personas desplazadas. A pesar de que representaban tan sólo el 1% de los 65,000 desplazados, su presencia intensificó los sentimientos antisemitas entre la población y contribuyó a eliminar toda posibilidad de que los ciudadanos compartieran con los nazis la responsabilidad por el Holocausto.
Para 1949, Austria contaba con 8,038 judíos registrados. Durante los últimos 50 años la cifra se incrementó levemente y hoy en día habitan en ese país alrededor de 12,000 judíos concentrados principalmente en la ciudad de Viena.
Austria como la “Primera Víctima”
Las autoridades austríacas consideraban que existía una sola postura ante el nazismo y el Holocausto: era necesario restaurar los derechos de todos los austríacos. Siendo que todos los ciudadanos habían sufrido no se podía diferenciar en función de la raza o la religión. Tales considerandos eran utilizados abiertamente por los partidos políticos para responder a las demandas de restitución moral y material entabladas por los judíos.
Argumentaban que los judíos desplazados habían recibido un “trato privilegiado” por parte de los norteamericanos, lo que generaba el antisemitismo popular y ningún político sentía la responsabilidad de contrarrestar dicha tendencia. De hecho, a pesar del supuesto compromiso con los ideales democráticos, no existía la voluntad real de confrontar la hostilidad hacia el judío ni de reconocer la culpa de su pasado nazi.
Más aún, las autoridades obstaculizaban el regreso de los judíos austríacos, les negaban el status de víctimas políticas del nazismo al que tenían derecho y realizaron enormes esfuerzos para integrar a los ciudadanos que apoyaron a los nazis, la mayoría de los cuales recibió la amnistía en 1948.
Los austríacos mantuvieron una postura intransigente frente al tema de restitución y compensación para los sobrevivientes judíos. La posición oficial se basaba en la premisa de que Austria había sido en realidad la “primera víctima del nazismo”.
En 1947 durante las negociaciones del Tratado Austríaco, las demandas judías fueron rechazadas por Karl Grueber, Ministro del Interior, quien convenció a los británicos y a los norteamericanos que el simple hecho de aceptar dichas peticiones reavivaría el antisemitismo en Austria.
Los austríacos sólo ofrecieron ayuda a los perseguidos políticos. La mayoría de los ciudadanos se definía como víctimas del régimen nazi; habían sufrido los bombardeos, el hambre y demás devastaciones producto de la Guerra. De hecho, no existía la posibilidad de admitir su responsabilidad por un crimen que afirmaban no haber cometido.
La prensa nacional con frecuencia describía las demandas judías como amenazantes y fraudulentas. Las experiencias de los sobrevivientes eran trivializadas y en ocasiones se comparaban a las tribulaciones de los ex-nazis en los años posteriores la guerra.
Cuando los judíos regresaron del cautiverio soviético fueron ignorados y se les negó el derecho a un tratamiento especial, mientras que los soldados austríacos que sirvieron en la Wehrmacht en el frente ruso eran recibidos con homenajes en los que se destacaba su sacrificio en la lucha en contra del bolchevismo.
Los Años Kreisky
En 1970 los austríacos eligieron a Bruno Kreisky como canciller. Por primera vez en su historia Austria era gobernada por un judío, lo que para muchos significaba que el antisemitismo era un asunto del pasado. Esta nueva época confirmó que, a pesar de los avances, no era posible erradicar el antisemitismo.
Kreisky vivió en Austria hasta 1939, cuando logró huir de la persecución nazi para establecerse en Suecia en donde permaneció hasta el fin de la Guerra. Apelando a sus orígenes judíos, intentó minimizar el antisemitismo y se decidió a demostrar que podía ser “canciller de todos los austríacos” incluyendo a cuatro ex-nazis que formaban parte de su gabinete.
El hecho de que un judío que había huido de los alemanes exonerara a los austríacos por su pasado nazi, contribuyó a la creciente popularidad de Kreisky.
El “Caso Waldheim”
El Caso Waldheim tuvo importantes repercusiones para Austria. La renuencia y la inhabilidad austríacas para confrontar las implicaciones del nazismo afectaron sensiblemente su imagen ante la comunidad internacional. Las actitudes antisemitas se expresaban abiertamente a través de los medios masivos, principalmente del periódico Neue Kronen Zeitung, en donde se reforzaban los prejuicios populares.
El Caso Waldheim comenzó con las revelaciones publicadas en 1986 por la revista Profil, en relación al “pasado obscuro” del Presidente austríaco quien ocupara el cargo de Secretario General de las Naciones Unidas. A pesar de que las acusaciones no fueron comprobadas, se demostró que Waldheim había ocultado información y había mentido sistemáticamente sobre su pasado. Para sus seguidores, las evidencias en contra de Waldheim eran parte de una campaña inspirada por los judíos.
Para los judíos de Viena ésta fue una dolorosa experiencia en donde se revelaron los insospechables niveles de antisemitismo vigentes y se debilitaron sus expectativas de integración a la sociedad austríaca.
Tendencias Contradictorias
El Caso Waldheim originó el desarrollo de dos tendencias contradictorias: una abocada a superar el legado antisemita y otra decidida a intensificarlo.
Desde 1987, el gobierno federal y las autoridades municipales buscaban mejorar las relaciones con los judíos austríacos, la judería mundial e Israel. Se incrementó el apoyo a los museos judíos, a las sinagogas y a los proyectos de investigación. A la vez, se inició un serio esfuerzo educativo con el objetivo de contrarrestar el antisemitismo y concientizar a la población sobre el Holocausto. Jóvenes intelectuales agrupados en torno a movimientos de protesta como es el caso de Neues Österreich, intentaron modificar actitudes profundamente integradas en la conciencia austríaca.
Durante la década de los noventas surgió una nueva generación de políticos, convencidos de la necesidad de revisar los viejos mitos y reconocer los errores del pasado. En julio de 1991 Franz Vranitzky, canciller socialista, públicamente asumió la responsabilidad austríaca en los crímenes cometidos por el Tercer Reich.
Entre las acciones concretas destaca la creación de una comisión histórica oficial para investigar el destino de las propiedades judías confiscadas por Austria durante la Segunda Guerra Mundial y la nueva legislación en relación a los objetos robados por los nazis que forman parte de los museos y colecciones austríacas.
Por primera vez en la Austria de la postguerra se ha generado un compromiso serio de luchar en contra del racismo y del antisemitismo. Esta actitud refleja el cambio generacional. Los nuevos líderes han introyectado la conciencia europea de luchar por el pluralismo y el respeto a los valores universales así como a las identidades culturales específicas.
No obstante, el más negativo desarrollo en la sociedad austríaca a partir de 1986 es el ascenso del Partido Libertad (PL) de extrema derecha encabezado por Jörg Haider a una posición de verdadera influencia política. Demagogo, hombre carismático y talentoso, Haider ha presidido el espectacular avance de su partido, una fuerza política que actualmente representa al 25% del electorado austríaco. Bajo el lema “Austria para los austríacos”, Haider ha logrado que la xenofobia supere al antisemitismo como elemento ideológico y fuente de atracción a nuevos electores al vincular el “problema extranjero” con el crimen, los conflictos culturales y las ansiedades sociales.
Haider se opone a los esfuerzos destinados a asumir la responsabilidad por el pasado. Ridiculiza las nociones de culpa e intenta destacar los aspectos positivos del Nacional-socialismo: la glorificación de los ejércitos nazis como “modelo para la juventud”, las alabanzas a las políticas de trabajo del Tercer Reich y las constantes peticiones de amnistía para los criminales de guerra son parte de un patrón consistente.
A pesar de la presencia de Haider, es un hecho que la gran mayoría de los austríacos se ha comprometido con los ideales europeos de pluralismo y tolerancia. Se reconoce el rol de los judíos en la historia cultural e intelectual de Austria. Las relaciones con el Estado de Israel y el apoyo a la comunidad judía han reforzado dicha tendencia. Finalmente, el Holocausto ha dejado de ser un tabú para convertirse en un objeto de estudio. Al confrontar honestamente los fantasmas del pasado, Austria podrá comenzar el nuevo milenio con una conciencia clara.
Bibliografía
Wistrich S. Robert Austria and the Legacy of the Holocaust American Jews Comittee, USA, 2000