Las diversas expresiones culturales han garantizado la transmisión del patrimonio humano de generación en generación. La creatividad individual o colectiva es el reflejo del ethos nacional y debido a ello, a través de la historia, se han presentado incontables intentos por destruir acervos intelectuales como preámbulo para la erradicación de civilizaciones completas.
Una de las manifestaciones más dramáticas en este sentido, se dio en los países dominados por la sombra nazi, antes y durante la segunda guerra mundial. Con el holocausto cultural se inició la época de terror que culminaría con el genocidio judío.
HISTORIA
La presencia judía en la zona comprendida por Austria y Alemania, se remonta a milenios atrás cuando éstos se establecieron a las orillas del Rhin. Paulatinamente, los judíos se convirtieron en parte integral de la cultura local e incorporaron las raíces de su identidad y pertenencia.
Sin embargo, los judíos vivían como corporación extranjera con un derecho de permanencia que estaba sujeto a la anulación. A pesar de su antigüedad, múltiples áreas del quehacer humano les estaban vedadas.
Esta situación se transformó, cuando en el siglo XVIII, se generó el movimiento emancipatorio que permitió a los judíos incorporarse a la sociedad en todos sus ámbitos. Al otorgarles derechos civiles y políticos, los judíos adquirieron un nuevo status y rompieron la brecha que los separaba del resto de la sociedad.
Las doctrinas de tolerancia propuestas por los filósofos de la ilustración influyeron profundamente en los judíos. En los escenarios culturales germanos comenzó a aparecer un significativo número de científicos, intelectuales y estadistas judíos, quienes deseaban contribuir al desarrollo de su país.
En Austria, bajo el reinado de Francisco José (1849), los judíos obtuvieron incontables prerrogativas. En tan sólo unos cuantos años, lograron ocupar posiciones privilegiadas en distintas áreas. Por ejemplo, 60% de los médicos de la época eran judíos. Entre éstos destacaban los científicos que descubrieron la tipología de la sangre, el uso terapéutico de los rayos X y que realizaron la primera aplicación de la anestesia local. El mismo caso se presentaba en las leyes; la mayoría de los abogados eran judíos. Entre ellos estaba Max Kelsen, quien redactó la constitución de la República Austríaca.
En la música, los judíos tuvieron una contribución decisiva con Mahler, Schoenberg y un gran número de compositores. También en la literatura éstos destacaron; Schnitzler es considerado uno de los más grandes escritores teatrales y Stephen Zweig es -a la fecha- el autor austríaco más leído. Además, otros muchos escritores enriquecieron el caudal cultural de la época.
Los judíos participaron, a la vez, en el ejército armado ocupando cargos de importancia, e inclusive en el deporte, lograron excelentes cifras.
Por último ¿qué decir de Buber, Einstein o Freud?
Posiblemente, a excepción de la España sefaradita, ningún otro país produjo una comunidad judía tan brillante como la austríaca de principios del siglo XX. Los intensos años de limitaciones provocaron que los judíos lucharan con pasión por participar en el quehacer nacional de sus respectivos países.
El status adquirido fue percibido como una amenaza. Muchos líderes de opinión y políticos explotaron la envidia y los celos que se despertaron en la población. Karl Lueger, candidato a alcalde, manipuló el antiguo odio al judío en sus discursos para obtener votos favorables en las elecciones.
En Alemania se presentaba un fenómeno similar. Judíos y germanos se sentaban a dialogar en los salones literarios de Berlín, propiciando el intercambio cultural y filosófico entre estadistas e intelectuales. No obstante, la asimilación de los valores culturales judíos y los teutones no sirvió como paliativo para el antisemitismo latente que se manifestó en este resentimiento por la nueva posición de los judíos.
Con el ascenso de Adolfo Hitler al poder el 30 de enero de 1933, afloró este antisemitismo en toda su intensidad a través de una campaña sistemática contra los ciudadanos germanos de ascendencia judía. La tradicional hostilidad adquirió un nuevo cariz con las teorías de la superioridad racial. De acuerdo a éstas, los judíos constituían un agente infeccioso y desintegrador, por lo que se les debería eliminar, para librar al Tercer Reich de su presencia.
El proceso de “purificación” se inició con los intelectuales. Se decretó que todo contacto profesional o cultural con los judíos estaba prohibido. Las bibliotecas públicas o cualquier otro recinto de estudio debían ser expurgadas de las obras de autores judíos por ser perjudiciales para la pureza del espíritu germano. Por ello, el 30 de mayo del mismo año -a escasos meses de tomar el poder- en las principales ciudades del Reich se levantaron enormes hogueras en cuyas llamas se incendiaron miles de ejemplares escritos por brillantes austríacos o alemanes, pero al fin y al cabo, judíos.
Un gran número de científicos y profesionistas incapaces de aceptar la destrucción de sus ilusiones, se suicidaron. Otros, abandonaron sus hogares y encontraron refugio en tierras a donde no había llegado la intransigencia nazi.
Tristemente, la barbarie desatada no sólo fue capaz de quemar en la hoguera las obras de multitud de pensadores y artistas que dejaron una honda huella en la cultura universal, sino de asesinar -sin tregua- a millones de hombres, para erradicar de la faz de la tierra a todos aquellos seres a quienes -su mente maligna- consideraba inferiores.