Tribuna Israelita

Sesenta años después o de la tiranía de la memoria. Isidro H. Cisneros*

“Reconocí a una cara judía. En pocas palabras, el desconocido me explicó: soy el presidente de la comunidad judía de Dusseldorf. He pasado la noche en la sala de espera de la estación de ferrocarril de Gilsenkirchen. Le pido una sola cosa. Permita que me refugie en el orfanato durante un corto tiempo.
Mientras viajaba hacia Dinslaken, escuché en el tren que estallaron tumultos antisemitas por todas partes y que un gran número de judíos fueron arrestados.
¡Están quemando las sinagogas por todas partes! (…)
Como sabéis anoche, fue asesinado un miembro de la embajada de Alemania en París, herr Von Rath. Los judíos han sido hechos responsables de este homicidio. Las fuertes tensiones que existen en el campo político, están ahora dirigidas contra los judíos, y seguramente ocurrirá también en nuestra ciudad”.
“Descripción de los tumultos de la Noche de los Cristales Rotos del 9-10 de noviembre de 1938”, en El Holocausto en Documentos, Jerusalem, Yad Vashem 1996, p.p. 117-118.

El recuerdo angustiante de los campos de concentración y exterminio en Polonia se asocia casi inevitablemente a la imagen de un día gris, frío y lluvioso. Un frío gris que se adhiere al cuerpo pero que permanece en el alma. El Ghetto de Varsovia y el cementerio judío de la misma ciudad forman también parte de esta tiranía de la memoria. Y es la memoria justamente la que obliga a replantearnos la pregunta acerca del sentido de la condición humana después del Holocausto durante la Segunda Guerra Mundial. La barbarie producida por el nazismo está siempre presente en las intolerancias de nuestro fin de siglo; he aquí el por qué de la importancia de la memoria. No es posible olvidar, porque quien olvida está condenado a repetir los errores del pasado. Un pasado que es también un presente y que amenaza con convertirse en un futuro sino rechazamos conjuntamente las nuevas formas de intolerancia que caracterizan nuestros tiempos. Ya el gran filósofo alemán G. W. Hegel, o el realista de la política Max Weber, hacían referencia al carácter irredimible del hombre. Esta visión pesimista del sentido de la condición humana resulta ser hoy en día de gran actualidad.
El Holocausto –o mejor la Shoá- mantiene una centralidad innegable dentro de las intolerancias del siglo XX. La máxima representación del Holocausto es el exterminio masivo, sistemático y científicamente planificado de un entero pueblo a través de una política de Estado de largo alcance e intensidad que goza de una impunidad total y dentro de un período de tiempo relativamente corto. El nazismo llevó a cabo el Holocausto bajo la combinación de dos suposiciones: la primera, la creencia de que la mejor manera para asegurar la “pureza de la raza aria” era mediante un Estado autoritario dirigido por un partido con un líder supremo que encarnaba la voluntad de la nación; y la segunda, la creencia racista fundada en un darwinismo de tipo social decimonónico que postulaba una supuesta superioridad de los pueblos arios, lo que implicaba, a su vez, que otras razas y grupos étnicos, sociales o religiosos podían ser legítimamente sojuzgados o eliminados por completo.
En efecto, mientras que por un lado, para el Tercer Reich era necesario un proceso de purificación biológica basado en la destrucción de otras comunidades nacionales y que encontró su más alta justificación en el denominado Fuehrerprinzip, es decir, en un principio que asignaba a Alemania la función de Estado-guía de todos los otros pueblos del mundo; por el otro lado, aparecían teorías racistas como la de Alfred Rosenberg (ahorcado como criminal de guerra en octubre de 1946), según la cual los hebreos y algunos pueblos eslavos representaban al Untermenschen es decir a los “sub-hombres”.      La propuesta de Rosenberg es una confusa mezcla de ideas racistas y antisemitas conectadas sin precisión en una historia de la cultura europea que pretende demostrar de un modo extravagante que todo lo valioso en la historia tiene un origen nórdico. El nazismo consideraba necesario eliminar la cultura de los judíos, los rusos, los polacos, así como a otras poblaciones eslavas. No quedaban fuera los gitanos, los homosexuales o los minusválidos quienes también formaban parte de las categorías sociales que el nazismo consideraba deberían ser eliminadas de la faz de la tierra. La diversidad religiosa, étnica, lingüística e incluso, política, era negada por la fuerza del totalitarismo. En cuanto a los hebreos, el programa nazista preveía, simplemente, su inmediata y completa eliminación física a través de lo que había sido denominado “La Solución Final del Problema Judío” consistente en el asesinato colectivo -sin importar sexo, edad, condición social o económica- de cualquier persona que tuviera origen hebreo.
El Holocausto procedió a través de tácticas de manipulación de las masas para lograr el objetivo racial antisemita de tipo patológico que buscaba reforzar el poder del nazismo a través de sus organizaciones paramilitares como las SS o la Gestapo, que impusieron un terrorismo de masas, sádico y violento, liquidaciones masivas y persecuciones de todo tipo. La ciencia y la tecnología del exterminio racial hicieron su aparición durante el siglo de la maldad para crear una industria de la muerte.
Efectivamente, el siglo XX se caracterizó por la maldad y el odio que iniciaron con la Primera Guerra Mundial. Una guerra que ponía fin a la Belle Epoque que con sus ideas del progreso continuo y del Art Nouveau había caracterizado la transición del siglo XIX al XX. Un terrible conflicto militar que anunció el derrumbe de un gran número de regímenes políticos en Europa y la aparición en Rusia de un régimen bolchevique revolucionario. Después de la Primera Guerra Mundial las peligrosas tendencias nacionalistas se agudizaron. Un fenómeno que es también típico de nuestros tiempos. La aparición del nazismo en Alemania y del fascismo en Italia imprimieron a las tendencias ultranacionalistas una fuerza salvaje y destructiva hasta ese momento desconocida.
El estallido de la Segunda Guerra Mundial se combinó con la aparición de fenómenos de antisemitismo y de racismo renovado transformado en política de Estado que produciría su primer engendro el mismo año en que Adolfo Hitler fue elegido -con métodos democráticos, no lo olvidemos- Canciller de Alemania el 30 de enero de 1933 al inaugurar el primer campo de concentración para prisioneros políticos de la Alemania nazi en Dachau (marzo 1933). Hoy nos damos cuenta que las atrocidades de las guerras y de las persecuciones han permeado en su totalidad al siglo XX, un siglo el nuestro marcado por la intolerancia y la persecución de las minorías que se manifiesta en numerosos hechos históricos de carácter violento que no deben hacernos olvidar las diversas atrocidades y genocidios que ocurrieron paralelamente a los dos grandes conflictos bélicos mundiales.
Entre los muchos casos de intolerancia que podemos mencionar en el siglo XX destacan el Protectorado o mejor dicho la Colonización del Congo en donde la explotación inhumana por parte de Bélgica bajo el reinado de Leopoldo II se expresó en trabajos forzados mutilaciones infligidas por represalia así como masacres e incendios de enteras comunidades que redujeron la población de ese país africano en 3 millones de personas al inicio del siglo. Lo mismo sucedió durante la ocupación de Libia por parte de los ejércitos de Mussolini quien ordenó en 1929 aplastar en modo definitivo la resistencia de los campesinos y pastores que había iniciado en 1912. La ocupación fascista perpetró masacres contra la población civil en campos de concentración en pleno desierto que llegaron a agrupar hasta 80 mil personas sin agua ni alimentos.
Otro caso dramático de las intolerancias que caracterizan al siglo XX es el genocidio en contra de la minoría armenia por parte de los turcos. El de los armenios ha sido un genocidio sistemático. Entre 1915 y 1920 un tercio de la población, estimado en 600 mil personas, fue masacrado mientras que otro tercio fue deportado hacia regiones inhóspitas de Turquía en su parte asiática.
En este contexto de intolerancias también recordamos -otra vez la tiranía de la memoria- la colonización de la India por parte de Inglaterra o de Indochina por parte de Francia o de Indonesia por parte de Holanda. Nuevos ejemplos de intolerancia los encontramos en las atrocidades de los USA en Vietnam en donde es relevante la masacre de Song My en la provincia de Quang Ngai cuya población civil fue exterminada por los militares norteamericanos. O en Camboya durante la “Revolución de los Cráneos Rotos” que instauró el comunismo pol-potiano en donde la ideología Khmer seccionó a la sociedad en 5 estratos dentro de los cuales la clase media y los libres profesionistas estaban considerados como no reeducables y por esto destinados a ser eliminados en el corto plazo, así como los intelectuales cuyo destino era la supresión inmediata al ser considerados traidores sociales.
Las formas modernas de la intolerancia producen crímenes que deshumanizan y eliminan la dignidad de los individuos bajo muy diversas formas: ejecuciones sumarias, homicidios de masa, exterminios, terrorismo, estado de esclavitud, campos de concentración, deportaciones forzosas, prisión, tortura, experimentos genéticos, campanas sistemáticas de abusos sexuales científicamente planificados, abortos forzados, hijos separados violentamente de sus padres, así como diferentes modalidades de persecución política, religiosa o racial. La tiranía de la memoria nos conduce a otras intolerancias del siglo XX como las poco conocidas esterilizaciones forzosas de personas consideradas “asociales” en Suecia -pero también en Dinamarca, Noruega, Finlandia, Estados Unidos, Alemania y el cantón Suizo de Vaud- cuyos gobiernos cancelaban legalmente la reproducción humana a ciertos individuos considerados “indeseables” por sus antecedentes penales o sus “imperfecciones naturales” por retraso físico, mental o incluso racial.
Resulta difícil creer que entre 1935 y 1976 en Suecia más de 60 mil mujeres fueron sometidas a esterilizaciones forzadas y que en 1958 se fundó en la Universidad de Uppsala el “Instituto Nacional de Biología Racial” el cual desarrolló sus intereses en torno a la Eugenética que significa literalmente la “aplicación de las leyes biológicas de la herencia para el perfeccionamiento de la especie humana”. Las intolerancias del siglo XX comprenden desde el “Apartheid” racista sudafricano de triste memoria hasta Hiroshima y Nagasaki pasando por el asesinato de medio millón de personas en Ruanda en una insensata guerra civil entre dos minorías étnicas: los hutus y los tutsis.
No obstante lo anterior, una centralidad fundamental dentro de las intolerancias del siglo XX la ocupa, sin lugar a dudas, el Holocausto perpetrado por los nazistas, quienes llevaron a cabo una actuación sistemática de genocidio convirtiéndolo en una política y en una ideología de Estado. Es así como se desarrolla durante el siglo XX un tiempo de ocultamiento del Rostro Divino para decirlo en palabras del mítico Ios Rákover en su también mítico testamento de un combatiente del Ghetto de Varsovia: “Dios ha apartado Su rostro del mundo, abandonando a los hombres a sus impulsos más salvajes. Y cuando la fuerza primordial de los impulsos domina el mundo, resulta desgraciadamente natural que las primeras víctimas sean aquellos que (…) tuvieron el enorme pero desdichado privilegio de ser judíos”. El éxodo milenario y las persecuciones a que ha sido sometido el pueblo hebreo alcanzaron su clímax con la Shoa que conoció nuestro siglo XX. Durante muchos años el mundo mostró incredulidad respecto a las masacres de los judíos en Polonia, Hungría, Rumania, Lituania, Austria y en otras partes ocupadas por el nazismo.      El destino de los judíos fue un exterminio sistemático que se dio a conocer gradualmente a un mundo que no podía creer que tales horrores fueran realidad. Una comunidad internacional que, ha decir verdad, reaccionó con lentitud y egoísmo. El precio que pagaron los judíos que cayeron en las manos del régimen nacional-socialista alemán fue la esclavitud y la muerte. En los campos de exterminio las víctimas morían de hambre o trabajaban hasta la muerte o se los mataba con gas y después se les incineraba. Es así como aparecen las formas modernas de la intolerancia que se expresan en el Genocidio (palabra que proviene del griego genos -estirpe- y del latín caedere asesinar-).
El genocidio representa el exterminio de un pueblo a través de una serie de actos perfectamente diseñados orientados a destruir a un grupo étnico nacional, racial o religioso. El genocidio no sólo implica la destrucción metódica de un grupo humano sino que también representa el intento por cancelar sus testimonios culturales y tradiciones. Es así como el nazismo mostró tanto empeño para destruir los centros de la vida intelectual y religiosa de los judíos en Europa Oriental. Fue solamente hasta 1944 cuando el concepto genocidio entró en uso, sugerido por el jurista polaco Raphael Lemkin en su obra Axis Rule in Occupied Europa, para describir los crímenes producidos por el nazismo en contra de los hebreos. El genocidio fue adoptado como categoría jurídica por la ONU para definir aquel flagelo que “rechaza violentamente la existencia de enteros grupos humanos”.
El genocidio es un delito en contra de la humanidad que aparece: 1) cuando se asesina a los miembros de una minoría; 2) cuando se perpetran atentados graves contra la integridad física o mental de sus integrantes; 3) cuando se obliga a los perseguidos a una existencia degradante; y 4) cuando se establecen medidas orientadas a impedir nuevos nacimientos al interior del grupo minoritario.
Al concepto de genocidio podemos asimilar la noción de Holocausto el cual deriva del griego Holokauston que significa originalmente ser sacrificado totalmente quemado en el fuego. En la antigua liturgia hebrea el Holocausto representaba un sacrificio levítico en el cual la víctima era quemada completamente. La cremación es un hecho aún más humillante si se considera que este trato del cuerpo humano ha sido aborrecible para los judíos desde la antigüedad. Los rabinos consideran a la cremación una reminiscencia del paganismo, una ofensa a la dignidad humana y una negación en la creencia de la Resurrección.
Por lo tanto, el Holocausto aparece como un problema de nuestra civilización y de nuestra cultura. En los últimos tiempos se ha desarrollado una tendencia para sustituir el concepto de Holocausto, que tiene un origen prevalentemente religioso y que indica el sacrificio más solemne a la divinidad, por el concepto hebreo Shoa que se puede traducir como catástrofe, desastre o ruina. La Shoá representa la imagen de una civilización que “traicionó a sus dioses y erigió campos de exterminio como si fueran templos”. La Shoa o el Yom Hashoá se conmemora el 19 de abril, aniversario del Levantamiento del Ghetto de Varsovia en 1943.
Es así que podemos afirmar que si algo caracterizó al siglo XX que prácticamente ha terminado, fueron sus profundas intolerancias representadas en modo central por los numerosos campos de concentración, tránsito y exterminio del pueblo judío en donde destacan por sus atrocidades tan sólo en Polonia: Auschwitz-Birkenau (establecido 1940) en donde los muertos sumaron casi 2 millones; Majdanek (abierto en 1941) en donde fueron asesinadas 120 mil personas; Chelmno (también de 1941) en donde perecieron 300 mil judíos; así como los campos establecidos en el año maldito de 1942 en Treblinka con 750 mil asesinados; Sobibor (1942) con 250 mil personas eliminadas; y Belzec (1942) con 600 mil sacrificados. Todos estos campos de exterminio causaron la muerte a cerca de 6 millones de personas, es decir, a un tercio de los judíos que existían en ese momento en todo el mundo.
Y he aquí que aparece de nuevo la tiranía de la memoria con el recuerdo angustiante de las dos toneladas de cabello que aún se exhiben en Auschwitz-Birkenau y que pertenecieron a 40 mil personas; o las paredes manchadas de azul en las cámaras de gas de Sobibor por efecto del Zyklon B (un color azul que impregnaba también la piel de los ejecutados después de haber sido encerrados durante 30 minutos en los galerones del exterminio); o las barracas con su penetrante olor a muerte de Majdanek; o las 17 mil piedras geométricamente ordenadas que representan otras tantas comunidades judías exterminadas en Treblinka. Una memoria que no permite perdonar y que nos ha marcado en modo definitivo y para siempre.
En este fin de siglo XX tampoco podemos olvidar los pogrom, los Gulag y las constantes purgas de carácter étnico-político en la ex-Unión Soviética que también tuvieron un fuerte componente antisemita. Eventos que vistos desde la distancia nos llevan a la conclusión de que el nazismo y el comunismo -ambos con su visión totalitaria de la política- se asemejan mucho: uno con el Muro del Ghetto de Varsovia y el otro con el Muro de Berlín; uno con Hitler y otro con Stalin; ambos con campos de exterminio y de trabajos forzados; ambos atribuyeron al Estado la “tarea superior” de la transformación del orden social y glorificaron la guerra.
Estos sistemas buscaron imponer a través de la fuerza y la violencia su proyecto de redención social y no dudaron en eliminar a quienes consideraban sus enemigos a través de la sistematización del terror.
En este sentido -de nuevo la marca indeleble de la memoria- recordamos los exterminios masivos planificados y las intolerancias que nos acompañan en este fin de siglo: desde las decenas de miles de crímenes a manos de los fundamentalistas islámicos en Argelia hasta los asesinatos colectivos en Sarajevo, Kosovo y Montenegro con sus terrificantes -cuanto masivas- fosas comunes en Srebrenica y Omarska; desde las masacres étnicas en la nueva nación de Timor Oriental en donde una tercera parte de la población padeció el exterminio por parte de Indonesia hasta las persecuciones y masacres indígenas en América Latina, en especial, en El Salvador y Guatemala (con sus más de 200 mil personas muertas y desaparecidas); así como Perú (con sus 30 mil asesinatos) y Colombia (con su millón de desplazados por la violencia que existe en ese país).
El siglo XX aparece así, como el siglo del odio y de las intolerancias: el siglo más terrible de la historia occidental para decirlo en palabras de Sir Isaiah Berlin. Por lo tanto, de frente al siglo XXI la memoria se nos presenta como un medio eficaz para combatir las nuevas intolerancias.

* Isidro H. Cisneros es Doctor en Ciencia de la Política por la Universidad de Florencia, Italia. Profesor y Coordinador de Investigación en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales en su Sede Académica de México. Recibió el “Contributo di Ricerca 1990” otorgado por la Fundación Luigi Einaudi de la ciudad de Turin, Italia, Premio del XI Certamen Latinoamericano de Ensayo Político 1996.
Participante del “Viaje de Estudios a Polonia e Israel” para académicos mexicanos organizado por Tribuna Israelita en octubre de 1999.

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